El refugio de un genio atípico

«Mi padre tenía una guitarra acústica, encima de un armario, dentro de una funda de sky podrida». Y con esa guitarra, que tiene en su estudio, empezó todo. Javier Escudero era tan pequeño que ni siquiera ilustraba esa palabra con un objeto concreto. Cuando tenía cinco años, la guitarra descendió a su altura. Su padre sólo sabía tocar dos canciones; una de ellas 'Wish you were here', de Pink Floyd. «Era hippie, qué quieres». El pequeño se puso a imitar el movimiento, una de las cuerdas se rompió y le dio en toda la cara. Fue un inicio de relación accidentado. «Tenía ese recuerdo como borrado», rememora. Y tras el impacto, literal, decidió que quería hacer «algo con la música». En principio «tocar el violín como los Celtas Cortos», algo que para un niño al que incluso llevaron al médico pensando que era sordo, era un desafío. El médico diagnosticó falta de interés en los mensajes de los adultos. Su madre autorizó la guitarra. A los 13 grabó su primera maqueta y anunció que quería tener un estudio. «Me dijeron que para producir primero tienes que estudiar música y luego ingeniería, así que me hice la versión larga». Estudió ambas cosas. Tras el Ataúlfo Argenta y el Jesús de Monasterio, se fue a Madrid e hizo el Grado Superior en Guitarra Clásica. En Salamanca sacó el CAP. Después se marchó a Nueva York con una beca de la Fundación Botín para completar un posgrado en la materia. Hizo la prueba de acceso a Berkeley y sacó la Music Production Engineering; la carrera para ser productor. Dormía 4 horas. Trabajaba en un estudio para pagarse el piso. Hizo la carrera de cuatro años en tres. Se graduó con Magna Cum Laude. «Fue la época más bonita y más dura de mi vida».

De Estados Unidos se trajo: «la profesionalidad, el trabajo duro y la puntualidad». Cúbex se creó en 2007, aunque antes, Escudero se inició en locales de Maliaño y Guarnizo. Grabó dos discos. Con Resacatánica y Pandemonium. Entonces se llamaba Mu Records. En los bajos de su casa de Mortera solidificó su meta. «Soy una rata de laboratorio. Me gusta estar aquí», dice ataviado con su bata blanca con el logo de la Nasa, mientras coloca cables y habla con la pasión de quien se sabe en terreno conquistado.

Está aprendiendo a parar para poder escuchar música sin descomponer cada una de sus partes. Lo hace con sonidos del estilo drone, una especie de zumbidos electrónicos, sintetizadores con granulares. «Es pura textura y lo único que puedo escuchar sin analizar porque no hay mucho que sacar». Sensaciones nuevas, porque las otras las tiene asociadas «a una parte matemática». Analiza la música «normal» armónica y técnicamente. Y no suele elegirlo como ocio. «Aunque el otro día estuve viendo a Silvana Estrada y...buf, se me ponen hasta los pelos de punta», enfatiza. «En todos los conciertos termino llorando, da igual que se metal, jazz o rock», pero es complicado encontrar una banda que disfrute. «Sobre todo en España, que estamos anclados en los 90». El pop y el rock siguen sonando como en esa década, lamenta. El indie «abrió una ventana», pero «ya nos hemos anclado». «Hay más miedo aquí de innovar que en otros sitios». Con TéCanela, con quien está de gira como guitarrista, «me lo gozo», dice, por la variedad de músicas que interpretan. «Es algo diferente, por eso dije que sí», mientras ha pasado años diciendo que no. Aunque no lo sobraría tiempo. «Grabar todos los días mínimo ocho horas», es el consejo básico que le daría a alguien que se quiera dedicar a la producción. Como un piloto; llegar cuanto antes a las 10.000 horas de vuelo.

Como un genio inquieto, Escudero inventa sus propios y singulares aparatos. Ha creado un sintetizador con su antiguo walkman, con el que pasó «un año entero» escuchando solo a Led Zeppelin. «Se me fue la olla y no podía escuchar otra cosa». También un loop, en el que ha grabado un Do que con un procesador que controla la velocidad del motor, genera un sonido específico. Hizo un altavoz de plasma con una minitorre de tesla, un módulo con un contador Geiger, un delay de cinta que utiliza para generar texturas que llama Viejunator. También tiene la versión Viejunator Máximo; la caja negra de un bombardero soviético que utiliza para poner «sonido como del No-Do». «Todo suele estar grabado con aparatos que todo el mundo conoce, pero metes sonidos con esto y alucinan. No hay plug-in».

Hay dos tipos de productores; el que toca la guitarra y el que toca el piano. «Sabes perfectamente quién ha hecho cada cosa al escuchar las grabaciones», explica. El que toca el piano meterá sintetizadores. El que toca guitarra tendrá mandolinas, una acústica, una eléctrica... Él siempre ha sido del segundo tipo. Por eso está estudiando la electrónica de los sintetizadores para «quitarme ese rollo».

Se siente querido por quienes trabajan con él y por el sector en Cantabria. «Mi misión es que los discos queden bien». Lo demás le da lo mismo. Si no, no puede dormir. Calcula, groso modo, que habrá grabado más de 300 álbumes. Ahora está intentando entender los nuevos géneros, porque «en el momento en que entiendes el código es cuando puedes reproducirlo». Las bases de hip hop se le resisten. Te tienen que gustar por el estilo o por el propio sonido. La Ley de Pragnanz. Tienes que reconocer algo para que te guste. Y si algo queda claro en el parque temático del sonido que es Cúbex, es que a su fundador y residente, le gusta. ¡Vaya si le gusta!