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Es complejo delimitar desde el extranjero la popularidad de Adriano Celentano en Italia. No en lo musical, desde luego: apenas unos meses después de las primeras grabaciones de Elvis, él fue el primero en interpretar rock'n'roll en el país, abriendo una carrera capaz de adaptarse con una sorprendente habilidad a los giros que deparaban los tiempos en la que no han dejado de sucederse cifras de ventas mareantes y conciertos multitudinarios. Salvo en el nuestro, de esto tenemos ejemplos en prácticamente todos los países europeos.
Otra cosa es el Adriano extramusical. No responde el 'Molleggiato' (sobrenombre por el que es conocido en Italia) a los parámetros de la rock star media: en sus espectáculos, tanto como sus canciones pesan unos mensajes en los que el catolicismo, la ecología, las críticas a la especulación inmobiliaria y la añoranza por unos tiempos irremediablemente pasados se entremezclan en unos discursos confusos construidos con frases sencillas, directas y sobre todo lapidarias. ¿Demagogia? En Italia prefieren llamarlo 'qualunquismo', un difuso movimiento social surgido en la primera posguerra en los que sus partidarios, normalmente añorantes del fascismo, expresaban su desconfianza hacia las instituciones democráticas y que, con varias mutaciones, ha alargado sus raíces hasta el actual Movimiento Cinco Estrellas.
Una cosa sí es innegable: Adriano no se casa con nadie. Sus dardos se dirigen por igual hacia la izquierda que hacia la derecha. Tal es el terror que infunde en las cúpulas que cuando en 2005 se encargó de presentar el programa Rockpolitik el propio director de la RAI decidió dimitir temporalmente y retomar su cargo al día siguiente de que concluyera su último episodio. Nadie se atrevía a asumir las consecuencias de una emisión para la que Celentano había pedido explícitamente carta blanca de contenidos. Y es que si de algo todos son conscientes en Italia es de que su discurso cala: Rockpolitik alcanzó shares del 70%, cifra inimaginable en la emisión de cualquier hito sociológico italiano posible, léase debates políticos, partidos de la 'azzurra' o festivales de Sanremo.
Por todo ello, Adriano había concebido una gran despedida televisiva para una carrera que se acerca irremediablemente a su final. A lo grande por supuesto: una década lleva ideando una serie de animación de más de diez horas junto a cientos de dibujantes de tres continentes en la que resumiría todos sus planteamientos éticos y políticos. Y que por supuesto reunía a los mejores artistas del país. El diseño de personajes corre a cargo de Milo Manara, la música es de Nicola Piovani y en el guión han colaborado Vincenzo Cerami y Alessandro Baricco. Colaborado, decimos, porque es el propio Adriano quien se ha encargado de escribir, argumentar, montar, dirigir y poner voz al personaje principal. Y de cantar, claro, porque la serie revisa ampliamente su catálogo histórico.
Tras la larga espera 'Adrian' acaba de llegar por fin a la televisión italiana. ¿Y qué escondía en su interior? Pues una serie en la que el protagonista, un muchacho honesto y astuto —por supuesto trasunto del propio Adriano— asciende a la fama mientras esquiva a los políticos que intentan usar su popularidad para fijar un sistema sospechosamente parecido al nazismo. Sí, no es difícil leer todo en clave autobiográfica por mucho que la serie sea una distopía de ciencia-ficción ambientada en un oscuro Milán del 2068. Esto como forma. Como fondo, todo el catálogo de lugares comunes esperable en Adriano: su parte de idealismo, su poco de ecologismo, una pizca de feminismo. Todo bien salpimentado con opiniones sobre emigración, contaminación y desigualdades sociales.
Los datos de audiencia hablaron de un 20% de 'share'. No era un éxito, pero sí una cifra presentable. Se produjeron los ataques esperables: de sectores católicos por la aparición de varios desnudos frontales, de grupos feministas por una frase supuestamente desafortunada. Pero la crítica fue dura y habló de una narración según parámetros clásicos que veían fuera de juego en la televisión actual. Misteriosamente, nadie hizo públicas las cifras de audiencia del segundo episodio. Ni del tercero ni del cuarto. Del quinto no hubo nada que comunicar porque nunca se emitió: 'Adrian' había desaparecido repentinamente de la parrilla cuando le quedaban todavía cinco episodios por delante.
¿Qué había pasado? Canale Cinque se apresuró a comunicar que la emisión se retrasaba dos semanas por razones indefinidas. Unos días más tarde prolongó la espera a ocho meses, atendiendo a la recuperación de Celentano de un misterioso problema de salud que nadie entendió porque en 'Aspettando Adrian', el programa que precedía la emisión de la serie, se exhibía con un aspecto bastante apetecible e incluso se lanzó a interpretar alguna canción en directo acogida con delirio por el público. Sí, a estas alturas nadie lo ha dicho pero todo el mundo lo sabe: la serie ha sido un fracaso absoluto, los espectadores se fueron desenganchando de la historia con el sucederse de los capítulos y 'Adrian' terminó hundiéndose en la parrilla. Algo imperdonable para un proyecto que ha terminado costando, pásmense, veintiocho millones de euros.
No es el primer fracaso de la historia de Adriano, desde luego. Pero superado el umbral de los ochenta años y en pleno desmoronamiento de la industria musical sí parece que va a ser el definitivo y el cierre en falso una carrera brillante como pocas. Posiblemente, todo por mantenerse fiel a unos planteamientos intachables: Celentano se ha esforzado por levantar un proyecto faraónico de calidad indudable pero, por primera vez en su carrera, ha sido incapaz de entender el signo de los tiempos. No deja de ser sintomático que los críticos televisivos hayan abominado de 'Adrian' poniendo como ejemplo de programa idóneo para 2019 otro que competía con él por esas fechas y que marcaba el regreso televisivo de un cantante paradójicamente descubierto por Celentano décadas atrás, Al Bano. Reconvertido en rey de realities, docudramas y programas musicales con los peores excesos de la industria italiana, Al Bano volvía a la pantalla con un programa en el que hizo espeluznantes duetos, se reencontró con Romina y no esquivó hablar de la escabrosa desaparición de su hija a manos de una secta. Un culebrón que, por otra parte, ya había chequeado en nuestro país con resultados de audiencia excelentes.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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