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Era junio de 2004 y creíamos que lo teníamos todo, pero no nos costó coger los bártulos, arrancar el motor y mudarnos, sin mirar atrás, al barrio que nos proponía una tal banda de Montreal llamada Arcade Fire.
Aquel verano resplandeció más de lo normal ... y bajo el sol de un vecindario de instrumentos adosados comprendimos que en la recuperación de la armonía también podía reinar el gigante alternativo. Había llegado a nuestras vidas 'Neighborhood #1', una de las piezas sonoras más bestial en lo que va de siglo, tan insuperable e irrepetible que no tardamos en comprender que podíamos quedarnos a vivir en ella para siempre. El primer single de un grupo que llegó cargado de armas clásicas y nos enseñó a danzar entre violines, arpas, xilófonos, chelos, violas y un sinfín de trastos más con los que iban a empezar a disparar canciones por las que nos dejaríamos engullir.
Irrumpieron en la escena cuando nadie lo esperaba. Y mientras el globo daba vueltas en ecos de revivals que recuperaban el punk, el post punk, el rock primigenio y el sonido sixtie vestidos de modernidad, Arcade Fire se desmarcaban con una vuelta al código orquestal, tan sorprendente y maravillosa, que no tuvimos más remedio que rendirnos a ella.
Aquella canción no fue más que el comienzo de una bonita historia de amor: la de un grupo en su eucaristía con el público que creía haberlo visto todo, mientras la era digital se dilataba bajo los pies. Se sirvieron de ella, interiorizaron los nuevos canales de comunicación que a todos nos tocó asumir en los albores del milenio, y atraparon a una legión de fieles que comenzó a crecer sin remedio a un lado y al otro del mundo como si llevara años esperando.
Y mientras se apoderaban de la red con su brillante propuesta, tan inusual como alentadora, allanamos el terreno para lo que estaba por llegar. Funeral, su primer álbum de estudio, caía en nuestras manos unos meses más tarde para romper con lo que digeríamos como establecido y comprender que el rock, el nuevo rock, también podía acomodarse en la placidez y el sosiego de una paleta de melodías.
Diez pasajes de auténtica locura, de pura literatura musical atestada de versos libres, drama multiinstrumental e infinidad de ventanas con vistas al escapismo, al ocaso, al júbilo y la paranoia melódica. Unas atmósferas tan sublimes, tan finas, tan pulcras y tan bien engrasadas que, desde aquel mismo instante, Funeral se convirtió en una liturgia a la que todavía hoy seguimos asistiendo convencidos. Como si no hubiera pasado el tiempo, aunque han pasado quince años ya, lo que Win Butler y su tribu engendraron con este disco superó las expectativas que habíamos puesto en el nuevo siglo. Y luego vendría todo lo demás, pero Funeral ahí permanece intacto e impasible a las correrías del calendario.
Con una espectacularidad inusitada, tanto en el resultado de estudio como en sus andanzas de directo, este álbum cautivó por habitar en un eclipse constante de tormento y regocijo, por moverse con soltura en la luz más entusiasta, pero también en las tinieblas más demoledoras. Su sonido no domestica el ánimo del receptor, sencillamente lo acompaña, y ya sea en la alegría o en el desaliento termina convirtiéndose en un cómplice leal.
Fue bautizado así porque, en los días de su gestación, coincidió que varios miembros de la banda debieron hacer frente a la pérdida de familiares y seres queridos. Y en esa ceremonia irreversible que es la muerte, Arcade Fire decidieron anclar las bases conceptuales de sus canciones empezando por'Rebellion (lies)', una de las joyas más veneradas del disco y, quizá, de toda su carrera. «La gente dice que morirás, más rápido que si murieras de sed«, se rebela una letra con voz angustiada mientras crece entre violines, bajos y teclados.
La pérdida de inocencia, la infancia, el desembarco en la madurez y la consciencia de todo ello acompañan el ánimo trágico de este repertorio, pero es una tragedia blanca y evocadora, saneada para inspirar y devolver aliento a la nostalgia. Como ocurre en ese paseo por el hielo edificante de 'Neighborhood #3 (Power out), en el alegato folky a las raíces de 'In the backseat', en el alboroto ochentero y cinético de 'Neighborhood #2 (Laïka) o en el abrazo góspel de 'Wake up'.
Y en mitad de ese extraordinario caos instrumental en que se materializó el talento de los canadienses, logramos salir a flote enganchados a su corriente: la de unos artesanos del rock esculpiendo el sonido de un modo celestial y atemporal.
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