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El mejor Bruce Springsteen, el más honesto, íntimo y emotivo, se presentó cada noche de 2018 en las tablas del teatro Walter Kerr de Broadway (Nueva York). Y cada noche, cinco a la semana, Springsteen predicó su mensaje mientras contaba su historia a pecho descubierto, con el alma abierta en canal y ante un público reducido y embelesado. El disco en directo y el espectáculo editado por Netflix son la prueba de vida del músico de Nueva Jersey y lo más interesante que ha hecho Springsteen en muchos años.
Aunque las historias narradas en este espectáculo están descritas en las páginas de su reciente biografía y son de sobra conocidas para los seguidores del músico, Springsteen eleva su relato a otra categoría. Sin artificios, sin banda y con tan poca iluminación como instrumentación, el veterano cantante recorre su vida a través de las palabras y las canciones. Un viaje con humor y repleto de ironía en el que el músico se quita las caretas y se ríe de sí mismo. «Soy un gran impostor», admite al inicio del espectáculo.
«He narrado la vida del trabajador estadounidense sin haber trabajado un solo día en mi vida», bromea el músico, que también reconoce haber escrito canciones sobre cadillacs, carreras y carreteras sin haber tocado el volante de un coche. Springsteen se describe a sí mismo como un observador obsesionado con intentar entender el mundo para comprender cuál es su lugar en él. Y quizá sea «observador» la palabra que mejor define a un artista que a través de sus canciones ha mostrado, mejor que nadie, el retrato de esa América que ha intentado descifrar. Desde los sueños a los fracasos pasando por las rutinas, las desesperanzas y los errores. La gente normal. Lo idealistas. También los derrotados, los que no tuvieron suerte.
El terapéutico recorrido por la vida del músico resulta íntimo, pero sobre todo inspirador. Durante sus dos horas y media de duración, Springsteen habla de la familia, de la religión, del amor y sus dudas, de la amistad. También de política y fe, de perder a los amigos y de encontrarse a uno mismo. De querer trascender y de intentar entender. Un manifiesto vital completo, un catálogo de emociones que han ido impulsando su carrera y su discografía, una obra que ha conectado como pocas con un público que siempre lo tuvo más como un guía que como un cantante. Con ese aire de predicador del rock, Springsteen se muestra ante el público como el impulsor de un credo, un credo que ha movido su vida y que ha trasmitido a través de la música y de sus conciertos.
Ahora, en este trabajo, el músico recopila su mensaje y lo transmite en un formato nuevo en el mundo del rock, ante un público reducido y en una soledad únicamente aliviada por su mujer y los fantasmas de los amigos caídos. Una fórmula que funciona si conectas con esa fría intimidad que Springsteen controla mientras ejerce de maestro de ceremonias recorriendo su vida a través de las canciones, unas canciones que son su historia, pero que han puesto banda sonora a la tuya.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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