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La década de los sesenta vio el nacimiento de un nuevo tipo de mujer, libre e independiente, que tuvo en la música su primer escaparate masivo. Frente a una sociedad no del todo preparada para ello, la aparición de las denominadas chicas ye-yé, unas cantantes fascinadas por la rebeldía del rock'n'roll que por primera vez establecían carreras sin necesidad de compañía masculina, terminaría filtrando un nuevo imaginario feminino a través no sólo de sus canciones sino sobre todo de sus vestimentas, declaraciones y actitudes. Un ejemplo que revisamos hoy a través de cinco figuras de mujeres que se manejaron al margen de cualquier imposición o limitación cuyo ejemplo fue clave para crear una nueva mentalidad ante la llegada de la modernidad.
La chica ye-yé que España no llegó a tener
Si había alguien que encarnaba a la perfección la España del desarrollismo era desde luego la niña Marisol. Sus comedias infantiles parecían la traslación a la pantalla de la vida modélica que los tecnócratas proponían para el país, y sus actuaciones en el show de Ed Sullivan y los premios en la Mostra de Venecia parecían mostrar el respaldo a una línea parecían tener mucho más de ideológico que de artístico.
Pero la vida de Marisol distaba de ser ese carrusel de éxitos que mostraba sin reparos el No-Do. Manuel Goyanes, su descubridor, la había introducido en una rueda de explotación laboral que le provocaría varios problemas de salud en la adolescencia y, según confesaría años después, los abusos sexuales no habían faltado. Su matrimonio con el hijo de Goyanes, Carlos, presentaba numerosas aristas que Marisol rompería con una brusca separación.
Fue el disparadero hacia una nueva vida. Sus sucesivas relaciones con Juan y Junior estuvieron a punto de convertirla en la gran chica ye-yé que España nunca llegó a tener. Pero la vida iba a depararle otro camino. La militancia en el PCE (posteriormente, el PCPE) le llevará a casarse en Cuba con el bailarín Antonio Gades, con Fidel Castro como padrino. Marisol posará desnuda para 'Interviú', se unirá a la famosa huelga de actores del final del franquismo y emprenderá una nueva carrera cinematográfica con directores cercanos a la izquierda como Juan Antonio Bardem, Mario Camus o Carlos Saura. Serán sus últimos pasos antes de retirarse en su Málaga natal, alejada de los focos y siempre esquiva ante la prensa.
«¿Y ésta de qué se ríe?»
Mina fue una de las figuras más populares de la Europa de los sesenta. Con un umbral de fama inigualable, discos de invariable éxito internacional y el prestigio de haber colaborado con figuras como Michelangelo Antonioni o Dario Fo, su imagen era indudablemente la de la feliz Italia del boom económico.
Pero su vida privada situaría a todo el país ante los límites que podía encontrar una mujer que desarrollaba su carrera sin dependencias de ningún tipo. En 1963 'Epoca' publicaba una imagen de la cantante feliz con un pie de foto tajante: «¿Y ésta de qué se ríe?» La revista revelaba que Mina se había quedado embarazada de un hombre casado, algo profundamente incómodo en un país que el Vaticano seguía gobernando desde la sombra. Todo iría a peor cuando la prensa descubriera que en el momento del nacimiento del niño Mina había iniciado una nueva relación con otro hombre, el director de orquesta Augusto Martelli.
Fue un escándalo sin precedentes que no tardó en tener consecuencias nefastas: Mina acaparó portadas insultantes, la RAI no sólo la eliminó como presentadora del programa 'Sabato sera' sino que la vetó en su parrilla, su discográfica la condenó a su sello de discos baratos. Era el castigo inevitable para una mujer que había roto todos los límites establecidos.
La supervivencia de Mina quedó en manos de su público, que mostró unos códigos de comportamiento mucho más sensatos que los de sus dirigentes. La caza de brujas no alteró su devoción por la cantante y su nuevo single, 'Città vuota', fue un gran éxito. La resistencia de los seguidores terminó acabando con el ostracismo de Mina y la cantante se mantendría en una primera línea de fama que sigue inalterable hoy en día: Mina sigue siendo la gran estrella de la música italiana pese a haber abandonado los escenarios hace ya cuarenta años.
Mujer indomable e icono underground
El paso del tiempo no ha sido generoso con Zouzou, la cantante que vivió la vida más a contracorriente de la Francia de los sesenta. De look andrógino, rasgos perfectos y un corte de pelo a lo Louise Brooks, Zouzou se convirtió gracias a su aparición en las pasarelas en una auténtica sensación mediática y no tardó en firmar contrato con la discográfica Vogue. Pero lo hizo reservándose una cláusula inédita: Vogue se encargaría de las composiciones musicales, pero ella se reservaba la autoría de los textos de sus canciones.
Zouzou, muy marcada por la violación que había sufrido siendo apenas una adolescente, luchó por labrarse una carrera que no se viera limitada por el papel decorativo al que parecía condenada, hasta el punto de romper con su pareja, Brian Jones cuando se dio cuenta de que la fama del guitarrista de los Rolling Stones la condenaría a vivir perpetuamente a su sombra. Su regreso a París fue recibido con algarabía por la prensa del corazón francesa, pero la expectación no duró mucho: Zouzou se involucró activamente en el mayo del 68 y sus convicciones marxistas alejaron a cualquier periodista de su entorno.
La prensa no se lo perdonó y Zouzou pareció perder su brillo magnético. Su vida no fue sencilla a partir de entonces: habrá amistad con Marianne Faithfull y Jack Nicholson, películas con Eric Rohmer, sesiones de fotos con Richard Avedon y Helmut Newton e incluso una estancia en Hollywood para participar en un remake de 'Al final de la escapada' con Mick Jagger que nunca se filmaría. Pero también una adicción a la heroína que se saldaría con varias estancias en prisión. En el año 2004 el Centro Pompidou le dedicaría una amplia exposición con la que se rescataba la figura de una de las mujeres más indomables de la Francia del siglo XX y la convirtió definitivamente en icono underground.
Independencia, modernidad y respeto
Si hubo una estrella meteórica en el mundo de la música de los sesenta ésa fue la de Françoise Hardy. Lanzada a una fama que nunca buscó con la aparición de su primera canción, 'Tous les garçons et les filles', Hardy arrolló en todo el planeta gracias a unas composiciones de melancolía exquisita, un carácter de mujer independiente que luchaba por mantenerse a flote pese a unas relaciones familiares traumáticas y una imagen absolutamente magnética que confería rango icónico a cualquiera de sus fotografías.
A principios del siglo XXI Hardy publicó un atrevido libro de memorias, 'La desesperación de los simios… y otras bagatelas' que generó numerosos debates entre la crítica feminista. Y es que en él revela cómo el motor de su vida había sido la fuerte dependencia que le unía a su pareja, el esquivo Jacques Dutronc, con quien ha terminado desarrollando una relación lindante en el sadomasoquismo, pero en sus páginas también se muestra como una mujer decidida, que ha vivido su sexualidad libremente, sin miedo a expresar opiniones políticas incómodas, íntima amiga de figuras señeras del anarquismo como Brassens o Georges Moustaki, capaz de apostarlo todo por su crecimiento artístico y en eterna lucha por mantenerse lejos de cualquier dependencia.
Una figura de tan difícil encasillamiento que ha provocado que el debate siga activo en Francia hoy en día, aunque Hardy da en el propio libro un dato que podría barrerlo de un solo golpe. Durante las décadas de los sesenta y los setenta, se había encontrado con una sorpresa inesperada: las autoridades penitenciarias habían sondeado a los presos y éstos habían señalado como sus cantantes favoritos a Johnny Hallyday y a ella. Frente a una figura de códigos tan hipermasculinizados como los de Johnny, su independencia y modernidad habían permitido a los reclusos detectar en ella unos rasgos dignos de su absoluto respeto.
Protesta encubierta y nueva vida
Chica ye-yé española desgraciadamente olvidada por la memoria colectiva, la malagueña Ivana fue la mujer que mejor encarnó bien que soterradamente la resistencia frente a la imagen codificada de la mujer que ofrecía la industria musical bajo el régimen franquista.
Con un físico poco habitual en la España desarrollista, larga melena rubia, interminables piernas y una sexualidad de una agresividad inédita para los parámetros de la época, Ivana arrancó una carrera discográfica en el seno de Columbia que alcanzaría una cota inesperada con su segundo single, cuya portada la mostraba en bikini sobre un paisaje nevado.
No era una imagen gratuita, pues encerraba una protesta que no pasó desapercibida ante muchos ojos: estamos en 1965 y el bikini es permitido en España gracias a las imprescindibles divisas que dejan los turistas extranjeros, pero el que quien lo luciera fuera una mujer española no era sino un símbolo de protesta para quienes no aceptaban la imagen codificada de la mujer nacionalcatólica.
Ivana no tardó en comprobar las limitaciones que le ofrecía la música hacían su mundo muy pequeño. Por lo que con la llegada de los setenta decidió romper con todo y lanzarse a una nueva vida, centrándose en su primera vocación, la del periodismo. En él trabajará el resto de su vida ya con su nombre real, María del Rosario Díaz, encargándose de la corresponsalía de varios medios en el extranjero.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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