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A principios de los noventa un periodista preguntó a Iggy Pop si se encontraba cómodo con su estatus de artista de culto. Tras pensarlo un momento, éste respondió que ser un artista de culto significa que tus seguidores te bombardeen a llamadas completamente colgados a ... altas horas de la noche mientras el director de tu discográfica no se molestará en descolgar el teléfono cuando lo llames tú. Y no, no parecía sentirse muy cómodo en un lugar así.
Puede sonar desconcertante leer esto en 2019, cuando no cabe otra consideración para Iggy que la de leyenda. Pero no tanto entonces, cuando no era más que un cantante condenado a actuar en salas minúsculas con notables dificultades para subsistir. El camino de rehabilitación ante la industria para llegar hasta el lugar que ocupa hoy día fue largo y no estuvo exento de concesiones de todo tipo —métan se en este cajón desde diseminar en sus discos temas pensados para las radiofórmulas hasta visitar 'El Hormiguero', por ir de un extremo que ha dado piezas sublimes hasta otro que, definitivamente, no—, pero terminaría consiguiéndolo.
La meta pareció vislumbrarse hace apenas un par de años, cuando Iggy alcanzó las listas de venta americanas. Era la primera vez que lo lograba pese a la veintena larga de discos que acarreaba ya a sus espaldas. Y si paladeó este inesperado éxito fue porque con él había quedado libre de lastres en proyectos futuros y, ahora sí, podría por fin hacer con su carrera cualquier cosa que le viniera en gana. Conviene tener esto en cuenta al afrontar la escucha de 'Free', el nuevo álbum de Iggy Pop.
O al menos convendría que lo hubieran hecho tantos cronistas a los que su escucha ha pillado tan desprevenidos que para justificarlo han tenido que hacer equilibrios del calibre de emparentarlo con modelos como 'Black Star', la tan aplaudida obra póstuma de su antiguo compañero David Bowie.
Por lo que a nosotros, que a estas alturas seguimos buscando sin fortuna un solo rasgo en común entre 'Free' y 'Black Star' y que consideramos que la carrera de Iggy tiene la suficiente entidad como para poner en valor un disco sin necesidad de recurrir a tan encopetados referentes, lo que realmente nos ha sorprendido ha sido, paradoja, la sorpresa general por que Iggy haya facturado un disco sin la más mínima traza de rock.
Desde luego, no será porque no estábamos avisados: el propio Iggy lleva décadas anunciando un futuro volcado en otras músicas, y, si a alguien se le escaparon sus colaboraciones con gentes tan dispares como Françoise Hardy o Goran Bregović, o incluso aquel 'Avenue B' que parecía anunciar este 'Free' con veinte años de antelación, sólo era necesario revisar su discografía más reciente para comprobar que Iggy hace tiempo que entró en una dinámica musical diferente, en la que el rock sirve de escudo para colaborar con otras bandas, pero ha quedado completamente desterrado de su discografía en solitario desde prácticamente el inicio del milenio.
'I wanna be free', 'Quiero ser libre', es la frase que repite Iggy como un mantra en el tema que abre el LP. Y en efecto, ésa es la idea en torno a la que todo gira. La Iguana se siente libre para embarcarse en un álbum insólito, en el que sólo tres de los diez cortes llevan su firma porque, como dice en el texto que estampa en su carpeta, «éste es un disco en el que otros artistas hablan a través de mi voz». Dos, principalmente: el trompetista de free jazz Leron Thomas, principal artífice del álbum, y Noveller, una guitarrista americana cercana a la música de vanguardia.
No, 'Free' no es el álbum idóneo para recomendar a quien haya caído magnetizado ante la Iguana en uno de sus volcánicos conciertos. Por no ser, no es ni tan siquiera un LP que muestre muchos rastros reconocibles. Los que hay se ubican en su parte inicial, donde, forzando la lupa de entomólogo, puede uno encontrar un 'Love Missing' que podría ser un corte desechado de 'The Idiot', o un 'James Bond' que ofrece algo parecido a una melodía, por minimalista que ésta sea.
A partir de ahí se abre un paréntesis con dos temas desarrollados sobre bases de trompetas y sintetizadores que desembocan en una zona conformada por un tramo final —tres largos recitados de un poema propio, uno de Dylan Thomas y uno de Lou Reed— en la que recomendamos al oyente se adentre equipado con machete y salacot.
Pero también hacemos una llamada previa a la calma: si salió usted con vida de la jungla del dueto de discos berlineses con Bowie, del que en el fondo 'Free' no es más que una revisión con descacharrada vuelta de tuerca añadida, no dude que puede alcanzar también la supervivencia ante este nuevo disco.
Las extrañas lógicas del mercado han querido que la publicación de 'Free' haya coincidido en las tiendas con la reedición del oscurísimo 'Zombie Birdhouse', un disco concebido durante un viaje a Haití cuyo punto más plácido fue posiblemente la presencia nublada por la heroína en una serie de rituales vudú. Un momento cuanto menos confuso en la vida de Iggy, ciertamente.
Con la distancia que dan los treinta y siete años transcurridos desde su publicación, puede confirmarse que no queda como una de sus cumbres musicales, pero también que el disco escondía diversas capas que pasaron inadvertidas en su momento y que le dan ahora un nuevo e inesperado relieve. Y al mismo tiempo resulta la atalaya idónea para ver en perspectiva el propio camino que ha recorrido Iggy: forzando la comparación con 'Free', lo que en su momento pareció un disco inaudible termina resultando un LP radiante repleto de hits para las emisoras de radio. A la espera de ver qué dicta el paso del tiempo sobre esta nueva entrega discográfica, sólo cabe alegrarse de que, en efecto, Iggy se sienta tan libre de pesos muertos como para embarcarse en la grabación de un álbum en las antípodas de lo que sus fans pudieran esperar. Por mucho que vaya a costar encontrar a alguien en las próximas décadas que lo considere su disco favorito.
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