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Jacques Brel en el punto álgido de su gloria

Jacques Brel en el punto álgido de su gloria

Se reeditan en audio y video dos conciertos de Jacques Brel que conforman una referencia inevitable de la música popular europea

Sábado, 10 de octubre 2020, 10:59

El 17 de mayo de 1967 Jacques Brel decía adiós a los escenarios. No precisamente en una sala de primera línea, sino en un teatro de Roubaix completamente alejado de cualquier circuito noble de la canción y desbordado de público de clase obrera, como correspondía a una localidad de apenas cien mil habitantes que vivía masivamente de la industria textil. No era una ubicación elegida al azar: desde que se lanzara a la música una década atrás, Brel había optado por abocar su carrera a una sucesión inagotable de conciertos con particular querencia no por las salas elegantes de la capital, sino por las mucho más modestas de los cinturones industriales, donde no tenía problema en reducir su caché al mínimo para permitir que su música escapara del limitado círculo de iniciados.

Un adiós en el que nadie creyó. El cantante acababa de publicar 'Ces gens-là', un disco compuesto por diez temas instalados inmediatamente en el olimpo de la 'chanson', y su presentación al público había supuesto una sucesión de conciertos invariablemente multitudinarios. Situado al mismo nivel de fama y respeto que el otro símbolo intocable de la canción francesa, Édith Piaf, era difícil encontrar a alguien que no lo considerara un clásico. Pero Brel no albergaba ninguna duda. Unos meses antes, en una etapa cualquiera de su gira interminable, se había sorprendido al verse interpretar uno de sus temas de manera rutinaria y había intuido que allí anidaba el primer paso hacia un inevitable automatismo que eliminaría de sus actuaciones la autenticidad y la espontaneidad, esencia pura de una manera de actuar que era para él una forma de vivir. Había llegado el momento de poner punto final a su recorrido por los escenarios de todo el planeta.

Con treinta y siete años recién cumplidos, Brel anunció que aquélla sería la gira con la que se despediría de la canción. Una gira que, para evitar cualquier inercia, organizaría exactamente de manera inversa a lo que marcaría el final soñado por cualquier cantante: iniciarla en el templo de la canción parisina, el Olympia, donde había vivido sus mayores noches de gloria, y arrancar desde allí un largo listado de conciertos en los que durante casi un año recorrería barrios y ciudades de provincia para poder despedirse de sus seguidores de clase obrera, quienes realmente lo habían convertido en leyenda.

La emoción de aquel adiós en Roubaix fue lo único que diferenció aquella noche de tantas, tantísimas otras. Y tras el concierto, Brel abandonó la canción y lo hizo para siempre. Una famosa fotografía de Philippe Lefrebvre captó su salida de la sala, de espaldas al objetivo, caminando solo y con las manos en los bolsillos por una calle empedrada en la que se podía ver un cartel del concierto despegándose del muro por la lluvia inclemente del norte de Francia. El cantante estaba decidido a buscar nuevos terrenos en los que se viera obligado a aprender sin dar nada por descontado, y centraría el resto de su vida a hacer cine, a aprender a pilotar, a recluirse en el anonimato en el lugar más recóndito que consiguió localizar.

P. Lefebvre

Dedicado a la lectura y el servicio de la comunidad, sólo regresaría de las Islas Marquesas en 1978, cuando un cáncer de pulmón que sabía no tardaría en llevarlo a la tumba le animó a regresar a París para grabar un último disco con el que se despidió fastuosamente de su público. Desde entonces, sólo ha quedado un aura de melancolía por la desaparición de uno de los más grandes intérpretes que han conocido los escenarios europeos y de una forma de entender la música y la vida de la que hoy apenas queda el recuerdo.

Armado con un repertorio de primer orden y con unas letras de un calado literario que sería difícil encontrar en otros intérpretes, Brel se transformaba cada noche en una expansión de sí mismo sobre las tablas. Aún hoy, en plena avalancha de conciertos pirotécnicos (o ayer, cuando, ay, todavía los había), sigue impresionando la capacidad expresiva de un hombre derrochando emotividad y gestualidad en la interpretación de cada uno de sus versos, con el único acompañamiento de tres músicos situados en la penumbra y un foco que permitía a los espectadores verle el rostro.

En todo ello tenemos la posibilidad de sumergirnos gracias a un brillante lanzamiento discográfico previsto para abril que el asunto vírico forzó a retrasar y ha terminado viendo la luz ahora, coincidiendo casi día por día con el cuadragésimo segundo aniversario de la muerte del artista. Un rescate que recupera en toda su majestuosidad el recorrido del 'chansonnier' por partida doble y además en formato audio (sólo CD, lo lamentamos por los puristas pero no hay rastro de edición en vinilo) y video impoluto (DVD y blu-ray, a elegir) gracias a la reciente restauración del material por la Fondation Jacques Brel. Un pack exquisito, ilustrado con unas fotografías extraordinarias y con todas y cada una de las canciones convenientemente subtituladas, que recoge dos de los más memorables conciertos de la carrera del cantante y resume a la perfección su inagotable paso por los escenarios.

El primero tuvo lugar en Knokke-le-Zoute, localidad balnearia belga de nombre impronunciable que albergaba un casino que acogió a todos los grandes de la canción francesa. Brel lo había conocido a mediados de los cincuenta, pues allí había afrontado el reto de un festival de la canción para principiantes donde alcanzó el dudoso honor del penúltimo puesto. Pero estamos en 1963, ha pasado una década de todo aquello, y el cantante regresa al mismo escenario convertido en estrella con un clásico de alcance planetario en su repertorio, 'Ne me quitte pas', que, siempre esquivo, esquilma a la audiencia.

El segundo es la grabación de su último concierto en el Olympia. Ante un público derrotado de antemano, Brel saca lo mejor de su repertorio para realizar una interpretación absolutamente arrolladora que concluye con toda la platea puesta en pie gritando 'Ne nous quittes pas', 'No nos abandones'. Entre los espectadores Johnny Hallyday, que siempre recordó aquella noche como la más emocionante que nunca había vivido. Pero más allá de lo apabullante del concierto, la filmación incluye una pequeña coda que es posiblemente el mejor resumen de la altura del intérprete.

Concluido el concierto, Brel se retira al backstage. El público se resiste a abandonar la sala y, ya en albornoz, el cantante se ve obligado a volver a salir al escenario para dirigirles un último saludo. Es en esta espera cuando podemos ver a Brel echándose el inevitable cigarrillo de después del show. En los pasillos del Olympia lucen varios carteles de los grandes conciertos que allí se han celebrado. Pero estamos en 1966 y no son ya los de Brassens, Aznavour o Piaf, sino los de los ídolos ye-yé que, signo de los tiempos, han tomado al asalto la sala: uno de Claude François, uno de los Stones, otro de aquel triple cartel legendario que había unido a Trini Lopez, Sylvie Vartan y los Beatles que fue uno de los disparaderos de entrada de la nueva música en el país.

Todos ellos habían sido triunfales, pero ninguno había alcanzado el éxito que conoció Brel aquella noche. El rey de la 'chanson' se despedía de la música reinando sobre sus nuevos competidores.

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