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La mejor forma de empezar esta historia es recordar un concierto conmemorativo en Filadelfia, Estados Unidos (EEUU), allá por 1962, en memoria de un estudiante que había fallecido recientemente, aunque pudieron perderse más vidas si al bueno de Charles Mingus le hubiera dado por ahí. De repente, en medio del éxtasis de la improvisación en honor a aquel chaval, y no se sabe muy bien por qué, el contrabajista se acercó al piano y cerró de golpe la tapa, aplastando de lleno los dedos de la inocente Toshiko Akiyoshi, a las teclas. No contento con reventarle las manos a ésta, fue a por Jimmy Knepper, que esperaba tan tranquilo a entonar sus arreglos de trombón. Mingus le propinó un puñetazo en la boca, rompiéndole al menos un diente, dejando su embocadura hecha unos zorros -igual que la ceremonia honorífica-, y arruinando su forma de tocar durante casi dos años. No se lo tomó especialmente bien y no volvieron a colaborar juntos en varios años.
Mingus no era el compañero de viaje más amigable, no. Era, además de un genio de la música, irascible y bastante abusón. De eso ya se había dado cuenta todo Nueva York en cuanto el número de puñetazos y sus otras formas de saludar en las salas de jazz se volvió incontable.
También lo sabía su alocado amigo y trompetista John Birks Gillespie (1917-1993), eternamente conocido como 'Dizzy' Gillespie, el mismo que, con mucha guasa y siguiendo el criterio de idoneidad más escrupuloso, eligió al contrabajista como futuro secretario de Paz en su delirante carrera personal hacia la presidencia de los EEUU en las elecciones de 1964, en la que no sólo Mingus sería la apuesta como reposado y sereno hombre de diálogo sino donde además Miles Davis ocuparía el cargo de director de la CIA; Ray Charles, el de bibliotecario del Congreso; Louis Armstrong, el de secretario de Agricultura; Max Roach, el de Defensa; Mary Lou Williams, embajadora en el Vaticano; Thelonious Monk como embajador itinerante y hasta Duke Ellington el de secretario de Estado. Para mear y no echar gota. La guinda: Malcolm X, fiscal general del Estado.
Alguno podrá pensar que todo quedó en algunos gritos de 'ari ari ari Gillespie lehendakari' durante un par de días. Para nada. Si bien la idea empezó como poco más que una ocurrencia, el camino de Dizzy hacia la Casa Blanca -más bien Casa del Blues, como éste planeaba rebautizarla una vez se hiciera con la victoria- superó a sus promotores y adquirió una dimensión razonable en el impulso de los derechos civiles de la población negra - la segregación racial se practicó hasta mediados del siglo XX-. Hay que destacar que el trompetista ya estaba bastante involucrado en esta lucha a pesar de no ser un político al uso. De hecho, era miembro asiduo del Congreso para la Igualdad Racial (CORE), una de las cuatro grandes asociaciones del país a favor de esta causa, como revela en sus memorias, y había formado parte de diferentes iniciativas de la Conferencia Sur de Liderazgo Cristiano (SCLC, por sus siglas en inglés), liderada por Martin Luther King, además de otros círculos relacionados con el movimiento.
Y aquí fue precisamente donde esculpió su perfil más presidenciable. Con la idea de recaudar dinero para el CORE, y atraído por la sugerencia del crítico de jazz Ralph Gleason de elaborar su propio programa político, el autor de 'A Night in Tunisia' creó una iniciativa para vender pines con el lema «Dizzy for President». Se viene. El asunto empezó a ganar tirón en Chicago, donde empezó la recaudación, pero pasó al siguiente nivel en el Festival de Jazz de Monterrey de 1963, donde él y otros referentes del bebop venían reinventado el jazz en ediciones anteriores.
Este año tocaba reinventarse a sí mismo. Grabó el concierto, espectacular, y lanzó un álbum llamado, cómo no, 'Dizzy for President', donde da una vuelta de tuerca a gemas de su catálogo como 'Salt Peanuts', esta vez titulada 'Vote Dizzy', -el mensaje de campaña estaba bastante claro-, con una letra que decía algo así como: «Tus políticos deberían ser mejores. ¡Vota a Dizzy! ¡Vota Dizzy! Así que consigue un buen presidente que esté dispuesto a cambiar. ¡Vota a Dizzy! ¡Vota Dizzy!». Cachondeo generalizado en el público y momento hilarante de la historia de la música.
'Vote Dizzy' pasó a ser la canción oficial de la campaña. Entre tanto, Gleason se encargaba de orquestar la carrera entre bambalinas y colar cada mensaje en sus columnas de jazz para promocionar a su candidato. La cosa se ponía sería y Miles, Monk y hasta el propio Mingus empezaban a mirar de reojo para ver qué demonios estaba pasando.
Ya en pleno año electoral, los seguidores más incondicionales de Gillespie formaron la Sociedad John Birks para concurrir a los comicios en el mayor número de estados posible. Al menos en 25 se pudo elegir la papeleta del trompetista; en otros, como California, se quedaron con las ganas de apoyar medidas tan memorables como crear clubes nocturnos para garantizar el trabajo de los músicos de jazz como empleados públicos o enviar al menos un astronauta negro a la luna que, de no encontrar voluntarios, sería él mismo. Esa es la parte anecdótica. En realidad, los derechos civiles, la igualdad laboral, la gratuidad de la Educación y la Salud y la lucha contra la discriminación centraron las últimas semanas antes de la votación, que terminó llevándose el demócrata Lyndon Johnson.
En este vídeo se pueden ver tanto los pines de Dizzy for President como algunos de sus carteles de campaña:
¿Y qué pensaba Dizzy de todo esto que estaba pasando? En su autobiografía, 'To be, or not… to Bop', el músico declaró que le gustaba la idea de optar a la presidencia y que, de hecho, «hubiera estado bien ser elegido». Para hacerse una idea, dice textualmente: «Hubiera servido para que todo el mundo tuviera lo suficiente para comer, para vestirse y un sitio donde vivir.
Todo el mundo tiene ese derecho. La Educación habría sido preciosa, gratuita, subvencionada por el Estado. Cada vez que alguien quisiera aprender algo, yo le hubiera pagado para que lo hiciera. Después de todo, tenía una buena razón para presentarme, como las ganancias de la venta de botones para CORE y SCLC y amenazar a los demócratas con una pérdida de votos suficiente como para orientarlos a una posición más razonable sobre los derechos civiles».
Pero la jornada de reflexión no hizo justicia. La campaña electoral venía ya desinflándose con el paso de los días y, según se murmura, ni siquiera el propio Dizzy votó a Dizzy. La segunda mitad de los años 60 fueron años determinantes. El asesinato de Luther King, el 4 de abril de 1968, marcó profundamente al trompetista, que terminó refugiándose en la fe bahaísta. Se ve que el humanitarismo, la unidad de Dios y otras proclamas de Baháulláh le animaron bastante y, oh sorpresa, el amigo tomó impulso para anunciar de nuevo su candidatura a las elecciones de 1972. Dizzy volvía a la carga.
Esta vez hizo algunos cambios en su plantilla, eso sí. Ahora tenía la intención de nombrar a Ellington como embajador en cualquier país, concretamente «donde él quisiera viajar», como asegura en sus memorias, y de incluir como secretario de Estado al mismísimo Muhammad Ali, llenando así la cuota de púgiles en el gobierno y dejando a Mingus, por tanto, fuera de la ecuación. «Si soy presidente, pediré la unificación de todo el mundo», declaró en una aparición televisiva en Francia ese mismo año, como recoge la revista Jet en su número del 22 de julio de 1971. Se explayó un poco más en su autobiografía: «Creo que los sistemas políticos tal y como los conocemos hoy en día están acabados y que habrá un día en el que la actividad política pueda contrarrestar todo lo que está pasando ahora mismo».
Dizzy (alocado, mareado) se ganó su apodo bien joven. Llevaba sus bromas al límite y en el escenario no paraba de hacer comedia y pasárselo como en enano. Era único, tan genuino y talentoso como todos los miembros de su gabinete político, y de alguna forma supo alternar esa sonrisa con sus ideales durante varias semanas de ensueño para el electorado estadounidense, que se tragó su mejor y enésima broma de su etapa política en el último momento. Hizo honor a su mote: se retiró de la pugna unas semanas antes de la votación, lo abandonó todo definitivamente y volvió a hinchar sus mofletes fuera de la política. 'Sound of surprise': así calificaban algunos su estilo.
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