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Es probable que los tiempos pidan himnos melancólicos. Pero también caben grietas por las que discurre el fluido de lo grave sometido por un arrebato de lucidez. Lo íntimo y lo ideológico, lo poético y lo político –entre la sensibilidad y el compromiso– confluyen en los 'Mundos Inmóviles Derrumbándose' (Oso Polita) de Nacho Vegas. Porque la ternura también puede ser combativa, porque tras el dolor puede asomar la celebración, el cantante asturiano, menos cínico, pero sin soltar nunca el equipaje del pasado y la memoria, regresa con una decena de surcos que subrayan las referencias, querencias y microcosmos empáticos de un intenso escritor de canciones. De 'El don de la ternura' y 'El mundo en torno a ti' a 'Big Crunch', de 'Belart' a 'Ramón In', entre dictados y susurros, ritmos que invitan a bailar a las palabras y palabras que tienden un espacio para cerrar tratos de tiempo y de luz. «Para que la palabras hagan ciertos los rumores», que decía Dylan Thomas. En la búsqueda identitaria de muchos temas, tal como ha confesado el propio Nacho Vegas (Gijón, 1974) se halla esa máxima de Tom Waits, envolver historias duras y difíciles en melodías hermosas. Un álbum, con su gira correspondiente que acaba de arrancar en Navia, tras dos décadas de trayectoria impoluta, cumplidas el pasado año. Un álbum precedido de una decena de referencias. Entre las más recientes el compilatorio 'Oro, salitre y carbón' (2020) y el triple álbum 'Violética' (2018), ambas también bajo el sello Oso Polita. En sus 'Mundos Inmóviles...', ha apuntado el autor, «las canciones están un poco más desnudas, un poco más pulcras, un poco más frágiles». Temas en los que se filtra la reflexión tras un trabajo de composición entre la retirada y el confinamiento en la costa, con mirada pospandemia, entre el dolor, la celebración, la demolición de los daños enquistados, de reconstrucción en la fragilidad. «Qué duro fue para ti sobrevivir después de otro aplastamiento». La soledad, o la muerte de un amigo, entre el duelo y el réquiem coral... «Las canciones pueden partir de los sentimientos más negros pero siempre te tienen que llevar adonde haya una rendija de luz, porque no se puede vivir sin esperanza».
La sutileza y la delicadeza de la prosa, la sentimentalidad desnuda, que tan pronto parecen rastros de Ángel González como a Claudio Rodríguez, y un corpus instrumental cálido y nunca impostado, entre el poso y el reposo, la mesura, sin abandonar la mirada crítica. Entre lo confesional y lo solemne, las canciones crecen arropadas en el apoyo en colaboradores habituales y otros adoptados, de Joseba Irazoki y Manu Molina a Hans Laguna, Ferrán Resines, más Musergo o las portorriqueñas Mancha 'E Plátano. «Cien veces llegué hasta el precipicio para contemplar un vacío atravesado por mi soledad» canta Vegas. El disco se mueve entre lo autobiográfico (todo lo es en lo emocional) y lo colectivo, el desgarro por las injusticias, el desencanto, el deslumbramiento intimista de la cercanía como bálsamo y las formas del (des) amor, también esas cosas innombrables que edifican nuevos caminos. Cabe tanto una canción inspirada en Raymond Carver como «una fábula moderna sobre universos que chocan», hasta la inclusión del bable que cierra el trabajo con 'Un principiu de crueldá'. Nacho Vegas defiende la ternura tras detectar el sarcasmo cruel de las redes sociales y las conversaciones cotidianas. Elegancia y oscuridad, melancolía. «Qué fácil es para una rosa morir/ no se oye ningún lamento/ Qué duro fue para ti sobrevivir/ después de otro aplastamiento». 'Esta noche nunca acaba'. «La pena o la nada».
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