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Rosalía es una y tantas como quiera. La veinteañera que reinventó un género canónico. La mujer empoderada que toma decisiones. El producto de una industria ávida de curiosidades rentables. La estrella mediática que todo lo llena. Es un fenómeno y, para variar, un fenómeno español de calidad.
Un cometa incandescente se enfría al cruzar la atmósfera y termina chocando contra el suelo. Rosalía está en pleno recorrido brillante y da miedo pensar las cotas que ha alcanzado con apenas un disco y medio, pues su fama de rareza se inició con 'Los Angeles' antes de consolidarse con 'El Mal Querer'. O con dos de sus canciones, para ser más exactos. Porque, no nos engañemos; para quienes se están quedando con su incursión trapera -buen gancho comercial-, el resto de disco será un terreno árido y desconocido. La lycra y el quejío no siempre van de la mano.
La catalana de ideas claras, melena eterna y uñas infinitas ha barrido cualquier otra actualidad musical con el mérito de hacerlo a su manera. Rosalía no se ampara en lo soez o la recurrencia al sexo o las drogas como estribillo. Sube varios escalones respecto a sus congéneres masculinos vestidos de diseño y convertidos en mainstream. Porque lo suyo, reivindica, son muchos años de trabajo antes de llegar aquí. De aquellas tardes escuchando por primera vez a Camarón, Vallejo o El Rama al salir del instituto. De sus estudios de danza y flamenco, licenciada con matrícula de honor por la Escuela Superior de Música de Cataluña. De la eterna curiosidad y el ¿por qué no?
Esa duda solo tiene una respuesta: el paso adelante. Es el germen de la mezcla. Rosalía une polígonos y vírgenes. Escopetas y oro. Plataformas y sierras. Y funciona. En esta España que hace de la bandera su propia frontera interna, nada como recuperar los símbolos para ser reconocida fuera y vilipendiada dentro. Inquina cañí. Apropiación cultural. Como si a la cultura pudiera ponérsele dueño. Que no es flamenca, dicen unos. Que no respeta, critican otros. Que canta como una vieja, le dijo, sin embargo, Pepe, 'El Habichuela', que de flamenco, algo sabe. Si Rosalía se apellidara, por ejemplo, Morente, todo serían elogios.
origen
Cuando le preguntan si gracias a ella habrá quien se acerque al flamenco -de ser así lo harán sorteando los dos primeros hits- mira a su alrededor y nombra a otros. A Raquel Márquez, a Arcángel, a El Niño de Elche. Músicos que experimentan, sí, pero para pequeños círculos y no masas incontables, como ella. Y habla, humilde, de sus amigos como entorno creativo al que cada vez se suman más nombres.
El profesor que le enseñó cante jondo durante siete años, José Miguel Vizcaya, augura un futuro imparable y lo sazona de palabras como tesón, disciplina, capacidad de trabajo. Valores, todos ellos, que ya no se estilan. Ahora consumimos el arte como un producto precocinado, en el que importa más cómo se mezclan los ingredientes que el sabor final. Nos lo venden en las televisiones con el nombre elegante de talent show. Vemos cómo se despiertan, desayunan, hacen gimnasia y conversan esas pobres criaturas enjauladas. Unos gorgoritos por aquí y unos bailes por allá antes de enfrentarse al juicio sumarísimo de la audiencia. Y así, en ese paredón de share, solo queda un ganador que no suele serlo. Canciones sin alma que se nos cuelan por cada rincón en una aspiración por ser algo más que efímeros. ¿Y la música? Como si importase...
En el documental de Chris Mourkabel 'Gaga: Five Foot Two' (Netflix), se muestran al detalle los entresijos menos amables de la vida ante los focos de una de las artistas más mediatizadas. El periodo de promoción de su disco y la ansiolítica preparación del concierto en la Super Bowl 2017. El cansancio, la frustración, el paso por encima de la realidad de una vida expuesta, la necesidad de la familia. Lo que conlleva la fama.
estudios
Con Rosalía, esa fama no tiene cronología ordenada. Ha dado conciertos multitudinarios antes de presentar su disco. Empieza sus shows con la canción que todos conocen en lugar de reservarla para el apoteósico final. El relato lo construye cada una de sus apariciones, que son muchas. Cuando deja el escenario, el roneo y la mirada agresiva para recuperar su acento silbante, su sorpresa ante el halago y el efecto que produce.
Un efecto construido a golpe de estética, cuerpo de baile y escenografía. Sony lo sabía. Aquí había un filón. E hizo lo que suele: invertir. Rosalía superlativa. Rosalía en los Grammy. Rosalía con Tim Cook. Rosalía en Times Square. Rosalía en Pitchfork. Rosalía con Almodóvar. Rosalía supera a Ed Sheeran en Spotify. Rosalía bailada por las Kardashian. Rosalía ficha por Inditex. Rosalía con YSL. Rosalía funde YouTube. Rosalía con Pharrell Williams. Rosalía en 'Liberation'. Rosalía en los MTV. Rosalía, Rosalía, Rosalía.
Pero el trabajo tras la marea, es suyo. Compone y enreda. Propone meter sonidos de motores y samplear por aquí y por allá. Ella define su éxito como «la constatación de que la música que se está haciendo en España puede tener nivel internacional, salir fuera». Hagan la prueba ustedes mismos. Enciendan su ordenador -al fin y al cabo, así llega el 90% de la música hoy en día-. Quiten el sonido. Vean, por ejemplo, 'New Rules' de Dua Lipa y 'Pienso en tu mirá' de Rosalía. Encontrarán lugares comunes. Suban el volumen. Los lugares comunes se difuminan. La de San Esteban de Sasroviras gana. El suyo, siendo pop, tiene las garras hundidas en ritmos que hacen eco en lugares más profundos. Ahora, intenten dejar de escucharla y comprueben qué ocurre.
primer disco
No es su único registro. Búsquenla interpretando soul a voz y guitarra. Veánla haciendo su propia versión mejorada de otro español de éxito aflamencado, Alejandro Sanz. Contemplen su show sobre el escenario, que nada tiene que envidiar a las grandes estrellas de nueva hornada. Imaginen en su lugar a Beyonce o Nicky Minaj. No chirría, ¿verdad? Qué atrás nos queda la gracieta cansina de La Macarena o el Aserejé. O si quieren, finalmente, comprueben cómo enriquece uno de los hits de otro de los nombres aupados sin freno, C. Tangana, tan cerca y tan lejos del propio estilo de Rosalía.
Todos hablan de ella. Los críticos musicales la observan, ávidos de decidir si lo que ofrece es una obra de arte o puro mercantilismo. Se suceden las metáforas grandilocuentes, los adjetivos hiperbólicos y el exceso en todos los frentes. Las marcas quieren su cara. Los diseñadores quieren su cuerpo. Las feministas su mensaje. Los millenials sus playeras. En nada, en esa tierra sin ley que son las campañas electorales, habrá quien se apropie de sus letras para gritarle al votante: «¡Di mi nombre!».
Al quitar el envoltorio a determinados productos, cuando se llega a la materia prima, del talento solo queda la etiqueta. Sin luces, brillos ni artificio, en la distancia corta, cuando no se atreve a mirar a los ojos porque le da «vergüenza», Rosalía se envuelve en delicadeza. E hipnotiza «Tan bonita que amenaza». «Se subestima al público. La gente sabe cuando algo no es de verdad», afirma. Su magnetismo es real y durará tanto como ella quiera. Tra, tra.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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