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Cuando Pulp puso sonido al adiós del britpopEn 1997, al britpop —género que distinguió a toda una generación y sembró su código deontológico a expensas del grunge— le quedaban los días contados. Las glorias ya habían sido alcanzadas y saboreadas años antes con el ascenso de bandas como Oasis y su «Wonderwall», ... Blur y su «Girls and boys», Suede y su «Animal nitrate» y, por supuesto, también Pulp, que en 1995 había redondeado esta paradigmática escena anglosajona con el pelotazo de «Common people».
Igual que ocurre con las tendencias en la moda, en la música estas también van y vienen, se ajustan a los gustos del público, a sus necesidades, al estado de salud que presenta ese momento el sistema, a sus quebraderos de cabeza y a los sueños y quimeras de los colectivos que lo pueblan; por eso, no es de extrañar que, en 1998, para su sexto álbum de estudio, Jarvis Cocker y los suyos se apartaran totalmente de los patrones sonoros que había impuesto el género que los había encumbrado.
Aquello decepcionó a buena parte de su séquito de fans y a una industria musical que esperaba la continuación de ese tótem llamado Different class, con el que habían conquistado al mundo tres años atrás. Pero Pulp, que venían de rozar el cielo con el éxito y asistían en primera persona a la transformación y al ocaso del britpop, decidieron darle una vuelta a su sonido y a su propia identidad, pasando de presiones y expectativas ajenas. Este desmarque recibió el nombre de This is hardcore y dio mucho de qué hablar.
El disco que nadie esperaba
El giro, como decíamos, fue inesperado. El rictus de este álbum no es que fuera depresivo, es que sus atmósferas no llegaban al punto de vivacidad de su predecesor y de la línea a la que nos tenían acostumbrados desde que arrancaran su carrera a finales de los setenta. This is hardcore llegó oscuro, con tintes de opresión, con esencia de intimismo y de una madurez reflexiva. Si el single con el que adelantaron el álbum, «Help the aged», ya daba muchas pistas de lo que nos íbamos a encontrar, con «The fear», el tema que abría el repertorio, ya no hubo la más mínima duda. Pulp habían cambiado y, pese al impacto del momento, ahora podemos decir que para bien, aunque solo fuera porque, sencillamente, se ajustaban más a lo que correspondía a la época —los primeros años de los noventa no fueron igual a los que ya se codeaban con el nuevo milenio—. Aunque solo fuera porque comenzaron a tomarse la vida más en serio.
Un disco inquietante, como el ambiente social que se respiraba antes del cruzar el umbral del cambio de siglo. Un trabajo que se apoyó en la quietud, en detrimento de la irreverencia, y se atrevió a divagar —en tono de crítica y sarcasmo, también de seriedad y rigor cuando tocaba— asuntos como la crisis de la mediana edad, la individualidad, la vida en sociedad, la sexualidad, la reinvención y el peso de la fama, justo el punto en el que se encontraban ellos como personas y como banda. Recordemos el episodio en los Brit Awards de 1996, cuando Cocker se puso a bailar en clave de vacile durante la actuación de Michael Jackson, enseñando el culo y boicoteándole. Aquel momento ha pasado a la historia como una de las anécdotas musicales más controvertidas de los noventa, ante la cual el propio Cocker terminó avergonzándose y reconociendo que aquello había sido pasarse de rosca, y alegando que 1996 había sido un año complicado para él. Al parecer, la fama, mal interiorizada, le había llevado por mal camino. Sobre ello, precisamente, parece que habla la canción «Party hard», una de las más dinámicas y locas del álbum, que roza la cadencia funky.
«The day after the revolution», sin embargo, es el claro ejemplo de esos tintes oscurantistas, pesimistas incluso, que se gastaba el grupo en aquel momento. Tras los excesos y la sobredosis de popularidad de la que venían, Pulp se encontraban asistiendo a su propia resaca. Por eso también, si debiéramos destacar otro pasaje de This is hardcore a la altura del carácter hipnótico y ciertamente alienante del total, ese debería ser «Seductive Barry». Inspirado en la figura de Barry White, de quien Cocker siempre confesó ser fan y del que corría el rumor de ser un mujeriego seductor, recoge otros dos de los asuntos más latentes durante todo el álbum: el sexo y el deseo.
Ya desde la portada, diseñada por Peter Saville a partir de una obra del pintor estadounidense John Currin, queda constancia de que las emociones cárnicas, el culto al cuerpo, a la belleza, al sexo y sus pasiones son el epicentro de un trabajo que, quizá, ha ido ganando peso y relevancia con el paso del tiempo. Y aunque dicha carátula terminó despertando la ofensa de colectivos feministas por considerarla sexista y degradante, e incluso se llegó a tachar a Pulp de hacer apología de la pornografía, en realidad, por parte de la banda, solo se pretendió ilustrar el cúmulo de deseos (fueran estos del tipo que fueran) que atesora el ser humano y es capaz de darles rienda suelta a través del cuerpo.
El título del disco, This is hardcore, tampoco ayudó. Decididos a que la provocación formaba parte del juego, Cocker y su aliados pusieron la guinda al pastel con esta posible connotación sexual que caldeaba todavía más el ambiente.
En definitiva, un álbum, quizá, menos brillante que los cinco anteriores, pero que por su atrevimiento, por su habilidad para romper con los patrones clásicos del rock y del britpop y por su sentido de extraña liberación, ha conseguido pasar a la historia como uno de los trabajos más interesantes y analizables de aquellos maravillosos años.
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