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La antigua casa de Fabrizio De André aún se mantiene en pie, aunque abandonada y comida por la hiedra. El Pabellón C de la Feria de Muestras de Génova es poco más que un esqueleto de cemento como tantos otros que dejaron los bombardeos tras ... la guerra. Del teatro de Corsico hoy no queda nada. La ruina es la metáfora visual que envuelve la reciente aparición de 'Fabrizio De André&PFM. Il concerto ritrovato'. Nada queda de los lugares que vieron surgir uno de los momentos más legendarios de la música italiana, nada queda de la experimentación musical que marcó el recorrido de una banda como la Premiata Formeria Marconi, nada parece quedar del exquisito gusto por la melodía y las letras enmarañadas que convirtieron a Fabrizio De André en espina dorsal de la música italiana del siglo XX.
'¿Es arriesgado? Pues entonces lo hago' fueron las palabras de De André cuando vio la reacción ante su idea de poner en pie una gira con la PFM como banda de apoyo. Nadie parecía estar de acuerdo con el proyecto: la discográfica se negó a involucrarse, la crítica se mofó de la propuesta, ni tan siquiera familiares o amigos mostraron una mínima complicidad ante un planteamiento absolutamente impensable en la Italia del momento.
Y arriesgado, desde luego, lo era. El enorme éxito internacional había convertido a la PFM en banda simbólica del progresivo italiano, adorada por el bullicioso movimiento contracultural que, a imitación de lo sucedido en Estados Unidos, invadía el país. Su rumbo musical intrigaba a De André, cantautor anarquista elevado a los altares por una propuesta que aglutinaba todas las esencias de la música europea e impermeable ante el acoso de la norteamericana, asunto no menor en años de radicalización política. Bien es cierto que para entonces el camino marcado por De André ya no era tan lineal: tras caer fascinado ante el trabajo de Bob Dylan y Leonard Cohen se había lanzado a la elaboración de discos cada vez más intrincados, entre los que destacaban con brillo propio dos álbumes conceptuales dedicados a la muerte y a los evangelios apócrifos, 'Tutti morimmo a stento' y 'La buona novella', que apuntaban hacia horizontes más inesperados. Aun así, no dejaban de ser territorios conocidos y asimilados por su público, que, aunque un tanto a regañadientes, terminó dando el plácet a la propuesta.
Pero la idea de mezclar dos formas tan absolutamente contrapuestas de entender la vida y el mundo sobre un mismo escenario se asumía más compleja. Puede que en Estados Unidos la gira de Bob Dylan y The Band hubiera abierto un terreno común para cantautores y bandas electrificadas, pero algo así era todavía impensable en Italia. Cubrir las inmensas expectativas de poder ver a De André en directo —era sólo su segunda gira en más de una década de carrera— entrampado en una maraña de electricidad no parecía que fuera a ser una idea bienvenida entre sus seguidores.
Y no lo fue. Con un público enfrentado entre sí, De André y la PFM vieron cómo muchos de los conciertos se celebraban entre silbidos, abucheos y lanzamientos de objetos al escenario. Los de Roma y Novara resultaron particularmente complicados, el de Nápoles se saldó con enfrentamientos con la policía y disparos dentro del pabellón. El de Génova del 3 de enero de 1979 no era uno de los marcados en rojo en el calendario de la gira. Si no fuera por una decisión inusual: siempre reacio a mostrarse en público, De André había dado permiso para la entrada en el recinto de un equipo semiprofesional de grabación. Dos cámaras, una fija y una móvil, y una mesa de mezclas para grabar el audio con un mínimo de calidad.
No tardó en arrepentirse. Incómodo al verse en pantalla, descartó la posibilidad de publicar aquellas imágenes. Las U-matics que habían recogido la velada quedaron archivadas en un almacén. Hasta el año pasado, cuando tras ser reconstruidas minuciosamente terminaron generando un auténtico fenómeno popular. La idea inicial había sido exhibir la película de manera limitada en un único fin de semana para celebrar el ochenta aniversario del nacimiento del músico, pero la avalancha de solicitudes (¡más de cien mil en apenas unas horas!) hizo que terminara siendo reestrenada con todos los honores en cines comerciales y editada en todos los formatos físicos y virtuales imaginables.
Todo ello pese a que el resultado, ojo, diste de responder a los parámetros esperables por la generación MTV: ni la acústica de la Feria de Muestras de Génova permitía muchas libertades, ni la escasa iluminación grandes alardes, ni el espartano uso de dos únicas cámaras mucho juego. Pero poco han importado a nadie estas minucias ante el incalculable valor de haber encontrado un material desconocido de una figura considerada hoy clave de la cultura italiana. No hay músico más venerado en el Bel Paese que De André: cuenta sobre Battiato la ventaja de ser su reconocido maestro, sobre Mina la de ser autor de sus propias canciones, sobre Battisti la de haber sido capaz de radicalizar su camino sin dar nunca la espalda al público. Baste para indicar el brillo que lo envuelve que al margen de las decenas de libros, películas y antologías que le han sido dedicadas es extraño localizar una sola localidad italiana que no cuente con una calle dedicada a su memoria. Este cronista vivió unos años en un pequeño pueblecito toscano cuya vida giraba en torno a su plaza central. Había sido bautizada como piazza Fabrizio De André, por mucho que el cantante, suponemos, jamás hubiera oído hablar de la localidad. Algo completamente inimaginable en un país como el nuestro y que habla a las claras del peso de su figura no ya en la música ni la cultura sino en la propia sociedad italiana.
De todo ello habla también la apabullante acogida a una película que, en realidad, son dos. Y es que ante la imposibilidad de contar con el metraje completo del concierto dado el mal estado de las cintas originales, el director Walter Vetroni (antiguo alcalde de Roma y ministro de Cultura, dato que nos da una idea del volumen del proyecto) lo ha completado con un largo prólogo en el que los supervivientes rememoran la figura de De André y la importancia de aquella gira legendaria. Ante la cámara vemos desfilar a los miembros de la PFM, al telonero del tour David Riondino, a Dori Ghezzi, cantante y compañera de vida.
Entre ellos, desgraciadamente, no está Fabrizio De André. Diez años más tarde, un fuerte dolor de pecho le haría cancelar su gira veraniega. Escondía un cáncer de pulmón que sólo le permitió salir del hospital en Navidad para pasar sus últimas fiestas con la familia. El 11 de enero de 1999 fallecía en su Génova natal y la ciudad le dedicó un funeral multitudinario que simbolizó definitivamente su conversión en referencia clave de la música y de la vida de todo un país.
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