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Shane MacGowan arriesgó todo lo que quiso. Sin miedo, sin reservas, comiéndose la vida a mordiscos, a tumba abierta. Y no solo con su vida personal lo hizo -de todos eran sabidos sus malos hábitos desde la infancia- sino también con su impronta artística y profesional. Un tío intrépido, valiente, en ocasiones rozando la inconsciencia, que se movió al filo de lo que parecían imposibles y terminó configurando un mundo que nos atrapó a todos y resultó plausible. Lo hizo cuando se atrevió a hermanar la tradición irlandesa y su folclore, con el nervio punk que profesaba él de un modo innato; y así lo demostró siempre desde que aterrizara en la escena con su banda, The Pogues, a principios de los ochenta.
Reinventó la música de su país a sabiendas de las críticas que recibiría por ello desde la alta alcurnia del costumbrismo autóctono más ortodoxo. La revisionó dotándola de un cariz callejero, el suyo, que se movía entre la turba barriobajera, el desenfado y el canallismo, tan encantador como irrespetuoso, tan revulsivo como sugerente y atractivo. Y así triunfó, a base de no decaer, de mantenerse pese a los golpes que venían de los guardianes de la tradición y de recordar que la música y las palabras son de todos, procedan de donde procedan.
Con sus tres primeros discos, The Pogues callaron bocas. Y aunque los detractores se mantenían fieles a su descontento con el paso de los años, el grueso del globo supo acoger y abrazar esta propuesta tan disparatada a priori, como brillante desde el momento en que empezó a sonar. 'Dark streets of London', su single de debut en 1984, puso de manifiesto que el origen de nacimiento de MacGowan, en realidad, era Inglaterra; sin embargo, su infancia tuvo lugar en la aldea irlandesa de Carney y su vida se desenvolvió allí. Todas aquellas raíces fusionadas dieron como resultado esta histórica canción; y, por supuesto, todo el fascinante delirio que vendría después.
Aquel mismo año, en 1984, vio la luz el primer álbum de The Pogues, 'Red roses for me'. Un disco que ya armonizó el folk y el punk de una manera asombrosa, dejando perlas como 'Streams of whiskey' -en la que mostraba sin tapujos su afición por el alcohol- o versiones como la de 'Kitty', aquel canto republicano irlandés que circulaba por la cultura popular del país, pero bajo el particular punto de vista de Shane y los suyos.
Para su segundo álbum, 'Rum, sodomy & the lash' (1985), relevante fue el papel que jugó Elvis Costello, pues se ofreció a producirlo él mismo y así fue. De él, siempre quedarán presentes canciones como 'A pair of brown eyes', 'Dirty old town' o 'I'm a man you don't meet everyday', cantada por la bajista del grupo Cait O'Riordan. Aunque fue con el tercer trabajo, 'If I should fall from Grave with god', en 1988, cuando The Pogues terminaron proclamándose como una especie de hijos pródigos de Irlanda, reconocidos por fin fuera y dentro de aquellas rigurosas lindes. El tema que dio nombre al disco ya es eterno.
Como también lo es 'Fairytale of New York', el villancico más gamberro jamás cantado, que continúa sonando todas las Nochebuenas en millones de hogares y justo estos días servía de banda sonora para despedir a MacGowan por las calles de Dublín, con su féretro portado por Johnny Depp, uno de sus mejores amigos.
En el funeral también han podido verse rostros conocidos como el de Bono, de U2; Nick Cave e incluso el del presidente irlandés Michael D. Higgins. Al final, ha resultado que el país que le menospreció por no comprenderle ha terminado rendido a sus pies, llorando su ausencia, celebrando su legado. Igual que el resto de la escena musical internacional, y de la cultura mundial, con sentidos mensajes de condolencias y cariño hacia uno de los compositores (y personajes) más singular, díscolo, atrevido y querido de las últimas décadas.
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