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The Strokes, la constante involución del sonido

The Strokes, la constante involución del sonido

De viaje por la historia de una banda que se metió al mundo en el bolsillo hace veinte años, pero este le exigió demasiado. Tanto, que se perdieron. Tanto, que les costó encontrarse aunque lo hicieron una y mil veces. La última, este mismo 2020 con 'The new abnormal', su nuevo álbum.

Viernes, 8 de mayo 2020, 23:12

El milenio no había hecho más que arrancar y ya teníamos la banda sonora que iba a definir sus primeras décadas. Cuando Julian Casablancas y Albert Hammond Jr decidieron poner en marcha la maquinaria de su banda desde Nueva York en 2001, el mundo asistía a un nuevo orden musical que daba la palabra de forma masiva, por primera vez en la historia, a su facción más disidente. Y allí, entre las lindes de estas otras formas de hacer, de sonar, de moverse por la industria e incluso de propiciar el nacimiento de una nueva, comenzaron a levantar The Strokes su imperio.

Desde entonces han pasado diecinueve años y seis discos. Media docena de peldaños decisivos no solo en la endogamia de su propia historia como grupo imprescindible de esta era, sino también como catalizadores de otro modo de entender la música que, aunque llegados a este 2020 tenemos más que interiorizado, imborrables han quedado aquellas batallas libradas entre dinosaurios y emergentes por poner en traslación la incipiente escena alternativa en detrimento del clasicismo del rock. Desde el mismo nacimiento de este allá por los cincuenta y el estallido del punk veinticinco añosdespués, ambos relegados en su momento al estadio soterrado por su naturaleza sediciosa contra el orden, el globo no había vuelto a asistir a una revolución sonora de tal magnitud hasta la llegada de esta nueva oleada de bandas que todo lo dinamitaron.

Unos bautizaron el movimiento como indie, otros lo llamaron rock alternativo, incluso surgió la acepción revival para darle ubicación. Pero la diferencia de esta sublevación cultural con respecto a las anteriores es que, esta vez, iba a sonar bien fuerte, muy alto, nutriéndose de los avances tecnológicos que traía consigo el nuevo siglo para hacerlo, sin dejarse apabullar, sin esconderse. Y The Strokes serían unos de los primeros en dar la cara. Todavía hoy continúan haciéndolo.

Salvadores del rock

Deudores de un pasado que pasaba por la herencia de The Cars y grupos undergroundde los setenta, desde el principio el quinteto neoyorkino asentó sus credenciales en los vertiginosos y punzantes sintetizadores de guitarra levantando un sonido que, a la vez que remolcaba influencias pretéritas, fluía con versatilidad por la vanguardia eléctrica.

Las cuerdas de Albert Hammond Jr y Nick Valensi se dedicaron a estampar de modernidad la tralla garajera de otros tiempos, Nikolai Fraiture ensombreció de graves la fuerza motriz de su bajo, Fabrizio Moretti se centró en insuflar desde atrás el brío de sus tambores y baquetas al resto del equipo, mientras el bueno de Casablancas se aferraba al micrófono para entonar, con una encantadora insolencia de deje rasgado, las letras de unas canciones que iban a influir en generaciones y generaciones de bandas y oídos anónimos.

El full ganador estaba compuesto. Y así fue como llegaron en enero de 2001 de la mano de aquel primer epé llamado 'The Modern Age', que precipitó el alzamiento de la nueva escena musical en Occidente y el reconocimiento global de su proyecto como pioneros de un nuevo entendimiento sónico. La prensa especializada, la industria, la competencia y el público cayeron rendidos a sus pies, y mientras las discográficas se rifaban su contrato, el mundo aplaudía la llegada de estos recién nacidos que venían dispuestos a devorar el presente y el futuro.

Las tres canciones de aquel debut, 'Last nite', 'Barely legal' y la homónima 'The modern age', volverían a grabarse -con una estructura ciertamente diferente y algunos cambios en la lírica- para su primer álbum de estudio, 'Is this it'. Un disco que pone sobre la mesa las peripecias de la rutina en la gran metrópolis y las relaciones del individuo frente a la masa en plena disyuntiva de la vida moderna. Que vio la luz de la mano de RCA Records aquel mismo 2001 para redondear la entrada triunfal de The Strokes en la nueva realidad y que los llevó de gira por Estados Unidos, Europa, Nueva Zelanda, Australia y Japón haciendo honor al sobrenombre con el que algunos titulares los presentaron en sociedad aquellos días, 'Los salvadores del rock'.

Asentando una identidada

Is this it fue el mejor estreno en larga duración que jamás pudo tener una banda. Por eso, cuando The Strokes se enfrentaron a la concepción de su siguiente trabajo dos años más tarde, ante el dilema sobre si seguir por el camino iniciado con su sonido o cambiar de tercio radicalmente, no hubo la menor duda. Las glorias de aquel álbum volverían a repetirse con la misma solera y vehemencia en su segunda entrega, 'Room on Fire' (2003), con la que además iban a llegar algunas de las creaciones más totémicas del grupo: 'Reptilia' y 'The end has no end'. Con él asentaron una carrera que parecía haber nacido ya asentada e incluso se permitieron el lujo de rechazar al productor de Radiohead, Nigel Godrich, con quien habían comenzado a grabar el disco pero al que terminaron sustituyendo por su productor de siempre, Gordon Raphael. Su fórmula había resultado un éxito, para qué cambiar.

Líderes de un planeta que orbitaba por las elipses de la modernidad y una industria que ya pisaba firme el terreno alternativo, los cinco de Nueva York enseguida encadenaron con su tercer disco y, de nuevo, revalidaron su propuesta; aunque esta vez el recibimiento por parte de la crítica y el público ya no sería tan cálido. First Impressions of Earth (2006) dio a luz varios singles de éxito como 'Juicebox', 'Heart in a Cage', que tanto nos recordó al 'The Passenger' de Iggy Pop, y 'You only live once', cuya promoción incluyó en su cara B la versión del 'Mercy mercy me', original de Marvin Gaye, para la que contaron con la colaboración galáctica de Eddie Vedder (Pearl Jam) y Josh Homme (Queens of the Stone Age). Un tercer trabajo que demostró cierta madurez en las composiciones y una mayor consciencia en su ascenso hacia una fama de la que empezaban a recuperarse tras espirales de excesos y desenfreno, pero que por continuar por la senda sonora iniciada cinco años atrás terminó tachándose de repetitivo y falto de originalidad.

Un hiato necesario, pero peligroso

Antes de finalizar la década, The Strokes, hastiados del panorama musical y este a vez empezando a estarlo de ellos, decidieron darse una tregua. Una ausencia que se alargó cinco años, pero que sirvió para fortalecer el músculo de una banda que necesitaba o bien tomar aire para perpetuar con más fuerza su personalidad o bien desmarcarse y reinventarse. Finalmente decidieron tirar por lo segundo y así llegó, en el año 2011, Angles, su cuarto álbum de estudio. Sin perder la esencia de su identidad rock, apostaron por la introducción de teclados y nuevas técnicas de producción a partir de diferentes efectos de guitarras y batería, para apuntar hacia una paleta sonora más ecléctica; y aunque el invento no resultó del todo fallido gracias a temas como ';Machu Pichu';'Under cover of Darkness' y 'Taken for a fool', colándose en el número uno de la lista de álbumes en Australia y en el cuatro en las de Estados Unidos, su batallón de fieles imploraba a los Strokes de siempre.

La decepción de los devotos más ortodoxos continuó creciendo con la llegada del siguiente elepé dos años más tarde, Comedown Machine. Un álbum que destrozó los ánimos de quienes, tras el lustro en silencio más el último disco, no perdonaron el nuevo giro de la banda hacia derroteros synthpop y nueva oleros. Pese a que 'One way trigger' y 'All the time' levantaron un trabajo en el que costó reconocerles, The Strokes volvían a encontrarse en el mismo punto que les llevó a tomar aquel receso en 2006. Esta vez el parón sería de tres años y su regreso tomaría forma de epé -Future, Present, Past (2016)- con un remix y tres canciones inéditas de tintes post punk, que volvió a prender la mecha de una llama que parecía extinta desde hacía tiempo.

Año 2020, ¿convencidos?

Casi dos décadas después de su incursión en una actualidad que parecía necesitarles para serlo, y cuatro años de ausencia desde su último trabajo discográfico, la banda de Casablancas reaparece vestida de una nueva forma de enfrentarse a la música y, por qué no, también a la vida.

Ya no predican como máxima la patente de un sonido genuino y explotado hasta la saciedad por ellos mismos, ni se someten a la tiranía de los acérrimos que exigen homogeneidad y reiteración a cada paso discográfico. Tampoco buscan desmarcarse con vueltas de tuerca inesperadas, jugando al factor sorpresa para demostrarnos que son capaces de más, de mucho más. Ni siquiera tienen ya la necesidad de revelarnos todas aristas porque, al fin y al cabo, de sobra han quedado demostradas ya.

The Strokes han llegado al 2020 más limpios que nunca, en todos los sentidos, tras haber deshecho los nudos que los tenían amarrados a lo que se esperaba o no de ellos, tras haber soltado el lastre cruel de la expectativa y la presión del desencanto o el halago. Así, tenemos ante nosotros la nueva quimera de una banda que arranca otra etapa, ni mejor ni peor, con un trabajo que viene bautizado a conciencia, The New Abnormal.

Un disco en el que aquellos tipos desaliñados e irreverentes vuelven a sonreírnos con esas reminiscencias CBGB con las que nos conquistaron una vez, pero con la atención puesta en que los tiempos han cambiado y ellos, y nosotros, hemos crecido ('The adults are talking'). Las soledades de una guitarra tras la tormenta como suena en 'Selfless', el remember ochentero de 'Brooklyn bridge to chorus', la energía de siempre en 'Bad Decisions', el regalo a fans primitivos con 'Not the same anymore' y 'Ode to the metz', y el cambio de fricción de 'At the door', demuestran la espontaneidad liberada con la que han jugado esta vez. Y puede que este tampoco sea su mejor disco, pero es -junto al seminal 'Is this it'- el más libre de todos ellos, y ya solo por eso merece la pena.

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