De la subversión de The Slits a la pequeña inmensidad de Edith Piaf
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Recordamos a una serie de artistas que brillaron hasta convertirse en arte cantado y en legado de igualdad.Hicieron despertar al mundo. Lo tambalearon. Le enseñaron a mirar con otros ojos para afinar oídos que se abrían paso en voz de mujer. Azuzaron cánones establecidos, desmontaron roles primitivos y reinventaron casi inconscientes la inercia de una industria que hasta el momento le había costado mirar hacia ellas. Y desde aquel lugar sumiso y escondido al que fueron destinadas por no ser hombres, se hicieron oír tan alto que todavía suenan.
Se desprendieron del papel de «ángeles tocados por el índice de Dios» que su tiempo les adjudicó, encarnizando luchas personales y ofensivas profesionales con las que reivindicar un sitio en el que alzar su talento para que por fin fuera este el único objeto de las miradas. Les tocó pelear por ello, y reclamar su autonomía y su independencia, alejándose del mito de almas necesitadas de protección para darle una patada a la imagen cándida e indefensa que las condenaba. Y lograron hacerlo al tiempo que fueron víctimas de pasiones, de tensiones, de adicciones y de dependencias amorosas, mientras iban dejando por el camino un reguero de canciones inmortales que no han hecho más que alargar su sombra hasta hoy.
Combativas, disidentes, decadentes, gloriosas, contradictorias, genuinas, inteligentes, sensibles, rebeldes, transgresoras... Poderosas todas ellas, que desplegaron el abanico humano desde su imponente virtud, pero también desde sus propias aristas, filias e inseguridades impuestas, que brillaron hasta convertirse en arte cantado y en legado de igualdad.
Su rango de contralto la llevó a entonar canciones imperecederas que transitan por todos los estados de ánimo, desde el susurro, hasta el lamento, pasando por el alarido y al jadeo. Una voz que también batalló por los derechos civiles de las personas afroamericanas, involucrándose de lleno en la lucha contra la segregación racial.
Pianista de clásico y gurú femme del jazz y el rhythm and blues, fue rechazada en numerosas instituciones de formación musical por ser negra y por ser mujer. El tiempo dictó sentencia y la historia la atesora hoy como la Sacerdotisa del soul.
Vocearon por los derechos de la mujer en sus conciertos, convertidos en auténticos disturbios debido a una puesta en escena desaforada y subversiva. Las Slits, lideradas por una bomba de relojería llamada Ari-Up, llegaron dispuestas a escandalizar a un Reino Unido que, en aquellos mediados de los setenta, ya había tocado techo mofándose de la Reina a través de los Sex Pistols. Pero ellas dieron un paso más: aparecer semidesnudas y salvajes en la portada de su único disco, Cut (1979), con el que terminaron de romper corsés moliendo a palos el conservadurismo de la época. Fieras.
Recordada por su colaboración con la Velvet Undeground, la alemana despertó el deseo y la atención del bajo Manhattan en tiempos de punk y new wave. Musa del pop art de Andy Warhol, cayó desencantada por la frivolidad de los focos y se encaminó hacia el lado experimental de la música, del cine y de la vida. Una carrera en solitario más discreta pero con una joya referencial llamada, Chelsea girl (1967), y una experiencia poliédrica y polifacética por el mundo que desarrolló intensamente y la llevó a morir deprisa. Siempre hubo varias Nicos.
Con su voz teatralizada y su actitud indecorosa, electrificó la escena desde su Alemania natal con una propuesta insólita con la que se atrevió a hermanar la ópera y el punk. Embajadora de la irreverencia europea de finales de los setenta y principios de los ochenta, atravesó el muro de Berlín en varias ocasiones paseándose por el viejo continente, cruzando el charco e implantando una forma inédita de asumir la existencia a través de su conexión con Dios, con los ovnis y con la maternidad. Todavía hoy, continúa dando gritos por ahí.
Nacida de las entrañas de la miseria, que arrastraría durante toda su vida con ese halo de decadencia enigmática, «la môme» doblegó a la industria con su voz lacerante nacida de un cuerpo diminuto. Representante de la bohemia parisina, adicta a la morfina y al alcohol, hizo girar el globo como nadie impregnándolo de su dramatismo, su carácter y su sensibilidad en esa dedicación sin fisuras a la música, la que le salvó la vida y a la que se entregó hasta la muerte. Retó a su propio destino y venció.
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