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Brett Anderson durante un concierto en 2016 Fred Tanneau
Suede, el rayo que no cesa
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Suede, el rayo que no cesa

Con motivo del lanzamiento del nuevo disco de los londinenses, 'Autofiction', el noveno ya de una carrera que comenzó en los noventa, abordamos la importancia de su presencia en la escena a lo largo de todos estos años

Domingo, 18 de septiembre 2022, 11:33

Tal vez es nuestra locura / O tal vez, son nuestras ciudades de ninguna parte/ Nuestros lugares de nada y nuestros sonidos de celofán / Tal vez es nuestra soltura / Pero somos basura tú y yo. Canta Brett Anderson, alma y voz de Suede, en «Trash», una de las canciones de su tercer disco, 'Coming up', con el que la banda revalidó su título de reyes del britpop en 1996. En ella hablan de la felicidad, de la búsqueda de esta y su hallazgo, pese a que alrededor todo se vaya desmoronando y nada juegue a favor. Y qué visionarios estos versos, porque cuántas veces han subido y caído Suede, cuántas veces han besado la cima del éxito para luego parecer desaparecidos, cuántas veces han resurgido. Cuántas veces se han ido sin irse del todo, y cuántas veces han vuelto tras haberse marchado.

Suede es uno de esos grupos que permanece, que sobrevive a las corrientes, que se come las tendencias y las mira de lado porque, aunque estas dibujen una realidad en el tiempo, ellos, con sus formas, siempre le sobreviven aunque no jueguen la misma partida. Es cierto que, cuando comenzaron allá por 1992 con la publicación de su primer sencillo, «The drowners», el grunge azotaba fuerte. Eran los años de Nirvana, de hegemonía norteamericana gracias a un pelotón de bandas alternativas dándole forma a una escena incipiente, llamada indie rock, al otro lado del charco. Eran los años en que Reino Unido todavía lloraba el adiós de los Smiths. El tiempo en que Joy Division y Stone Roses ya habían dejado muy buen sabor de boca en los paladares anglosajones, pero unos se habían reconvertido en otra banda distinta y otros estaban desaparecidos. Durante aquella sensación de orfandad y de ansias británicas por poder ofrecer al mundo algo propio y genuino, aparecieron Brett Anderson y los suyos rescatando, inesperadamente, el glam de los setenta y el pop de los primeros ochenta. Todo un riesgo. Como decíamos, el grunge y Cobain estaban conquistando el mundo, por aquel entonces. Un riesgo, lo miremos por donde lo miremos. Pero también un acierto. Habían nacido la nueva gran banda británica.

Carta de presentación decisiva

Con este peso encima y un primer disco homónimo con el que presentarse ante la escena, irrumpieron de largo Suede en el mercado. El álbum, que combina ramalazos del punk autóctono con la querencia de la banda hacia el glam de Bowie y Marc Bolan, se apuntó varios tantos gracias a temas como «Animal lover» o «Pantomime horse». Anderson demostró enseguida el ímpetu y la personalidad de su voz, un tono a medio camino entre el lirismo melódico y el desgarro rock, que combinaba a la perfección con la enérgica guitarra de Bernard Butler y los ritmos de Mat Osman y Simon Gilbert. El combo ideal para personalizar canciones de gran pegada sobre costumbrismo cotidiano, héroes y heroínas de barrio, situaciones de angustia, de pérdida de horizontes y un aura de ambigüedad sexual, heredada del glam, con la que también jugaron y provocaron desde la prensa. Así, no solo sorprendieron al mundo, sino que lo conquistaron alzándose a los primeros puestos de las listas británicas y consiguieron posicionar este disco como el debut más rápidamente vendido en la historia de la música anglosajona.

Con esto, ya tenían un buen tanto ganado; desde la época del Never mind the bollocks, de los Sex Pistols, no había ocurrido nada igual en tierras inglesas. Por eso, no tardaron en continuar alimentando su tirón con un single romántico, «Stay together», que vio la luz en 1994 y abrazó, sin despeinarse, el número tres de los charts. El calor del público y de la crítica seguía estando del lado de Suede.

La abrumadora competencia

En pleno fervor de su éxito, y viendo venir lo que podía ocurrir, la banda terminó siendo prácticamente desbancada por una escena que, a priori, habían definido ellos mismos pero que, con la llegada del ciclón Oasis y Blur, terminaron sintiéndose fuera de ella. El britpop había nacido . Y aunque Suede siempre fueron respetados como padres creadores, e inspiradores de las nuevas camadas, lo que ocurrió con sus compañeros de tierra y sonido se comió cualquier expectativa. Además, en el seno del grupo habían comenzado los primeros desencuentros artísticos entre Anderson y Butler, por lo que la caída, o más bien el tropiezo, estaba servido.

Así llegó al mundo, en 1994, 'Dog man star', su segundo disco, precedido por sencillos imperecederos como «We are the pigs» o «New generation». Un trabajo algo menos liviano, más complejo, con Anderson ejerciendo de crooner e infinidad de arreglos orquestales, acogido con cariño por los receptores que, todavía hoy, lo tildan como uno de los mejores de la discografía de Suede pero que, sin embargo, patinó en ventas con respecto a su predecesor. Este fue también el último trabajo del guitarrista Bernard Butler para el grupo, una despedida que los fans recibieron con desagrado, a pesar de que a las filas de Suede llegara un digno sustituto como Richard Oakes, y un teclista, Neil Codling, para engrandecer el sonido. Había llegado el momento de sumarse al movimiento que crecía bajo sus pies, si ellos habían dado vida al britpop, ellos tenían que seguir participando de él, no esquivándolo; y para inmiscuirse de lleno en ello lanzaron su tercer álbum de estudio, Coming up, en 1996, con el tema «Trash», que abre este artículo, como canción de cabecera. En él, la banda contribuye a la corriente de canciones directas, optimistas, con un menor calado existencial, con el desarraigo post adolescente y la desesperanza de sus discos anteriores ya en un segundo plano, y celebrando la vida o, por lo menos, intentándolo. Y en ese intento, volvieron a brillar. De aquel trabajo salieron composiciones como «Beautiful ones», una de sus insignias todavía hoy, «Lazy», «Filmstar»... Y las ventas y el calor del público, volvieron a respaldar sus actos. Suede seguían siendo una de las bandas británicas más importantes del momento.

Arenas movedizas

Las nubes volvieron a ensombrecer la tranquilidad en la que se encontraban cuando, Justine Frischmann, guitarrista de la banda en aquel tiempo, novia de Brett Anderson y cantante de Elastica —grupo de la escena que ya había comenzado a despuntar también— declaró ante los medios de comunicación que Brett era adicto a la heroína. Un golpe de popularidad notoria, entre un imponente aluvión de críticas, que se intentó solventar con la publicación de su siguiente disco, Head music, en 1999, pero que no surtió gran efecto por ser este un álbum menos desgarrado, demasiado convencional, con elementos electrónicos que quizá miraban hacia la innovación, pero con letras que caían en los tópicos y un carisma que se iba apagando. De aquel, se salvan temas como «Electricity», «She's in fashion» o «Can't get enough».

Con Neil Codling fuera de la banda por enfermedad, el guitarrista Alex Lee, de Strangelove, recién incorporado a la misma y Brett intentando resolver sus problemas de adicción, llegó A new morning, su quinta referencia. Era el año 2002, el nuevo milenio acaba de comenzar y Suede habían decidido aparcar los impulsos eléctricos de su disco anterior, para volcarse con el latido acústico en canciones melancólicas e introspectivas como «Lost in TV» y «Astrogirl». El recibimiento fue tibio, y hay, todavía hoy, quienes consideran este un gran disco por encontrarse en él códigos de los inicios de Suede, en contraposición de otros que lo describen como un trabajo insulso que impulsó la despedida de la banda.

En cualquier caso, así ocurrió. Suede entonaban su adiós tras este álbum, en el año 2003, para dirigirse a un retiro de siete años.

Una reaparición esperada

Fue en 2011 cuando la banda decidió reunirse y volver a subirse a los escenarios, con una gira que los llevó hasta los países asiáticos y a encabezar el festival Coachella. Suede habían vuelto y, además, lo hacían anunciando un nuevo disco que vería la luz dos años más tarde, Bloodsports. El as en la manga de que el productor del mismo iba a ser Ed Buller, con quien trabajaron en su día para dar vida a sus tres primeros trabajos, lució como un halo de esperanza en un tiempo en que ya se daba por perdida a la banda, que solo respiraba entre recuerdos. Tras él, y sin hacerse esperar demasiado, llegó su séptimo álbum de estudio, Night thoughts (2015), que vino acompañado de una cinta que contenía un vídeo específico para cada canción; y en 2018 apareció The blue hour, el disco que iba a poner el cierre a esta trilogía inesperada iniciada con Bloodsports y que había traído consigo el reencuentro con la banda que siempre fueron. Trabajos oscuros, intimistas y reflexivos, como siempre le ha gustado a Brett Anderson; sin la presión de tener que subirse al tren que parecía corresponderle, jugando a su aire, con la libertad del que crea lo que llega a modo de revelaciones y tiene el don de compartirlo en canciones.

Y ahora tenemos ante nosotros Autofiction. Y podemos esperar cualquier cosa de él, pero siempre con la seguridad —y la tranquilidad— de que volveremos a estar ante los Suede que solo ellos quieren ser en este tiempo que toca.

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