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MDO
Miércoles, 1 de mayo 2019, 08:14
Si hablamos de revoluciones, la de la banda musical cubana Buena Vista Social Club fue ciertamente pacífica, pero generó poderosas ondas sísmicas que aún vibran.
Ya han pasado más de 20 años desde que la banda de veteranos músicos irrumpió en escena a mediados de los años 90, se alzó con un Grammy y vendió millones de discos en todo el mundo.
Pero una de sus últimas leyendas originales, la cantante Omara Portuondo, de 88 años, aún está de gira, encantando a las audiencias del planeta con su voz exuberante.
«Yo me siento muy honrada de poder llevar nuestra cultura, nuestra música al mundo entero», dijo a la AFP en español antes de la escala en Nueva York de su gira mundial «Último beso», presentada como sus vítores finales.
«La música cubana, la cubanía, la manera de hacer nuestra música; la gente la recibe con mucho fervor (...) Hemos recorrido el mundo», dijo la octogenaria de piel luminosa y casi sin arrugas, coqueta con sus labios pintados de carmesí.
Recibida por una salva de aplausos el viernes de noche en un club de estilo cabaret de Manhattan iluminado apenas por velas, Portuondo cantó varios clásicos cubanos marcados por ritmos afrocaribeños y melodías sensuales, cálidas, incluida «Guantanamera».
Los principales músicos del Buena Vista Social Club eran parte de la vieja guardia musical prerrevolucionaria. Fueron persuadidos de volver al escenario y olvidar su vida de jubilados por la estrella cubana Juan de Marcos González, Nick Gold del sello de grabación World Circuit y el guitarrista estadounidense Ry Cooder.
Bautizado con el nombre de un local de La Habana solo accesible a miembros, el Buena Vista Social Club se convirtió en una banda de renombre mundial tras lanzar su álbum homónimo, el disco cubano más vendido de todos los tiempos.
La obra de 1997, grabada en solo seis días, exportó un colorido retrato de una Cuba imbuida en chispa y deseo, en fuerte contraste con la deprimente imagen que el Occidente capitalista tenía de la nación comunista gobernada por Fidel Castro durante casi 50 años.
Portuondo prefiere ignorar las tensas relaciones entre Cuba y Estados Unidos, que se entibiaron en los últimos años bajo el gobierno de Barack Obama pero volvieron a congelarse bajo Donald Trump, y asegura desafiante que «a la música nada la puede parar».
Y parece que nada puede tampoco parar a la diva. Vistiendo un largo vestido blanco con un chal de flores rojas, resplandecía al levantar al público neoyorquino de sus asientos.
Consultada sobre cuál es su secreto para seguir presentándose en escena cuando la mayoría de los cantantes de su edad ya están retirados, Portuondo levantó las cejas ante la sugerencia de que pueda ser vieja. «¡Yo me siento de 15!», dijo riendo, y aseguró que la fuente de su juventud es simplemente haber nacido en Cuba. «Nosotros somos muy calienticos, nos gusta mucho el ritmo, la alegría, la vida, life», aseguró.
Esa sensibilidad, aseguró, garantiza el longevo poder del Buena Vista Social Club, cuya historia fue inmortalizada en varios documentales, incluido uno del aclamado director alemán Wim Wenders.
Con un brillante turbante rojo en la cabeza y aros grandes y dorados, la voz sensual de Portuondo sigue tan clara como siempre, acompañada por las teclas de otra estrella cubana, el pianista Roberto Fonseca.
En su juventud Fonseca asistió a un concierto de Portuondo -que trabajó con Edith Piaf, Nat King Cole, Herbie Hancock y Chucho Valdés- y se le acercó para decirle que le encantaría trabajar con ella. Hoy los dos mantienen una química increíble dentro y fuera del escenario, una relación cómplice y familiar. «Ahora mi sueño se ha hecho realidad», dijo Fonseca, de 44 años, a la AFP. «He aprendido muchas cosas tocando con ella» sobre la música y la cultura cubana, añadió, y explicó que Portuondo «pinta con la música».
El Buena Vista Social Club tuvo su gira de despedida «Adiós» en 2015 bajo el nombre «Orquesta Buena Vista Social Club», ya con menos músicos veteranos y el ingreso de nuevo talento joven.
Pero incluso si «Último beso» es realmente el último, Portuondo está determinada a seguir cantando hasta el final, aunque más no sea en su amada Cuba, su lugar preferido para cantar.
Fonseca toca el piano a su lado y le da vuelta las páginas. Cuando a mitad del concierto dijo al público que la cantante se tomaría una pausa para descansar, ella lo miró con sorpresa.
Mientras la acompañaba fuera del escenario, la embelesada audiencia silbaba encantada, y la animada Portuondo continuó batiendo las palmas al ritmo de las congas, ondulando la cadera sin cesar.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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