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Javier Gangoiti
Santander
Lunes, 22 de julio 2019, 07:32
Hay detalles que gratifican de manera especial a la vuelta de un concierto. Por supuesto uno es el talento, pero lo que agradeció el público de la Porticada el domingo por la noche fue otra cosa. Y más importante. Porque si, además de lo primero, ... Santander asiste a una defensa férrea de la música, de la calidad del espectáculo, del trabajo de los músicos y, como revelaron Serafín Zubiri y la Banda Municipal de Santander, de la magnitud de una figura como Luis Manuel Ferri, eternamente conocido como Nino Bravo (1944-1973), entonces lo que cualquier asistente obtiene de vuelta, niño o adulto, es una muestra perfecta del papel que juega la cultura en cada rincón de la capital.
Y por eso el cantante y pianista navarro lo tenía tan claro desde que subió al escenario a las diez de la noche. «Estoy un poco nervioso. Llevo más de 80 conciertos con este espectáculo y os puedo garantizar que esta es una de las mejores bandas de toda España», apreció, una arenga que no se cansó de repetir a lo largo de la hora y media de recital.
Y hablando de recital. «Qué bueno. Bravo». Así resumía un hombre a su mujer todavía más emocionada, preso del contagio que Zubiri y el maestro y director de la banda local, Vicent Pelechano, venían multiplicando con la cuidada selección del catálogo. Fue una demostración ideal de la inmensidad de Nino Bravo, bien iluminada con clásicos menos conocidos y diálogos de tú a tú con las miles de personas que hicieron que la plaza se quedara pequeña un domingo por la noche.
Y por eso cuando empezó a cantar 'Esta será mi casa' ya todo el mundo le había abierto la puerta. Por eso y porque, además de mostrar un gran respeto hacia el homenajeado –a quien conoció– a base de anécdotas, intrahistorias musicales y demás confesiones, por momentos Zubiri llegó a asemejarse al que será por siempre estandarte de la canción romántica. Cantó y tocó pero que muy bien el navarro. Y si llevar el pulso de los temas con el pie no era suficiente, ya se encargaba él de levantarse en cada último estribillo para acercarse al respetable y cantar a viva voz 'Cartas Amarillas' –esta también fue buena– 'América, América', 'Un beso y una flor' o la adoradísima 'Noelia', que tanto él como Pelechano y el resto de músicos bordaron, de principio a fin. Las palmas se convertían en ovaciones cerradas para todos ellos.
Éstos últimos brillaron con luz propia durante breves intermedios instrumentales –cuando Zubiri paraba a descansar– acompañados además de una selección de imágenes de Bravo, proyectadas sobre las dos pantallas a ambos lados del escenario. Y viceversa. El pamplonés demostró su maestría al piano siempre que se sentó a solas con la Porticada para tocar, entre otras, una joya tallada en forma de tres por cuatro, 'Mi gran amor'. Ya para entonces, muchas sonrisas y más de una lágrima en la plaza. El show tomaba aire justo antes de que la efervescencia de las últimas canciones, bis incluido, no admitiera marcha atrás.
Zubiri hasta se puso el pañuelo de fiestas preguntándose si es azul, «perdonad, que hoy no llevo las gafas de cerca», antes de aconsejar 'Vivir', luego pedir «Que no cambies nunca» en 'Tú cambiarás' pero, sobre todo, celebrar 'Libre', que cantaron hasta las gaviotas de la bahía. Se encendieron las luces, y un padre que se había traído a los niños le resumió el concierto al ojiplático que llevaba sobre los hombros: «Amor, pues este es Nino Bravo».
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