Marta Gulyás- Pianista
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Marta Gulyás- Pianista
«Siento verdadero amor por Santander, que ha sido muy importante en mi vida»Además de utilizar las palabras, Márta Gulyás (Budapest, 1953) habla con las manos, cuando toca el piano, instrumento al que ha dedicado su vida y con los ojos, azules y vivos, que acentúan sus frases. La profesora recibió el sábado la Medalla de Oro de ... la Fundación Albéniz por su longeva trayectoria pianística, tras más de tres décadas enseñando a las nuevas generaciones. Un galardón que recibió en su visita anual a la capital cántabra, con la que mantiene un idilio que dura media vida, tanto por su presencia en el Encuentro de Música y Academia de Santander, como por su labor como jurado en el Concurso Internacional de Piano Paloma O´Shea.
–¿Cómo ha recibido el galardón, esa Medalla de Oro que le otorga la Fundación Albéniz?
–Me siento muy honrada, por supuesto, por esta medalla, porque, además, estoy muy bien acompañada. Van Cliburn, Péter Csaba y otras personas importantes la recibieron antes. Y es realmente bonito dar lo mejor de ti mismo y que alguien lo aprecie.
–Es un premio honorífico que reconoce su aportación como docente y pedagoga.
–Todo eso, así es. En esta edad ya 'clásica' es bonito recibirlo. Ha pasado antes, en Budapest, mi país, donde soy profesora de honor, pero aquí es emocionante, especialmente porque soy extranjera.
–¿Qué trata de inculcar la Gulyás profesora a sus alumnos?
–He sido profesora durante 45 años. Toda una vida. Y aún me divierto, lo cual es fundamental. Aprendo mucho de ellos. No hay dos casos iguales; cada uno tiene sus propias particularidades. Es importante hablar a los alumnos con claridad e inteligencia. Es la mitad del aprendizaje, aunque entiendo que no hace falta decirlo, porque todo el mundo debería tenerlo claro. Pero todo es mejor si te diviertes.
–¿De qué salud presume hoy en día la música clásica?
–Todo está cambiando, obviamente, pero la base de la música clásica es que puede ser un resorte en la psicología de las personas, llegar a su interior. Por ejemplo, con los niños. Está probado que si escuchan música clásica cuando están creciendo, desarrollan una mayor inteligencia emocional. Hoy en día, la mentalidad de los jóvenes está cambiando y eso no es malo; yo trato de aceptarlo y adaptarme, y creo que ellos, en su mayoría, entienden cuáles son las cosas importantes en el mundo.
–En la música, ¿a veces puede ser más importante sentir que comprender?
–Esa sería la faceta del público. He tenido la oportunidad de tocar con aficionados, para divertirnos y me he ido encontrando con gente que, sin ser especialista, tocaba muy bien, sentía la música, aunque no pudieran explicar el desarrollo. Cuando uno escucha música regularmente, la vida es más provechosa. Muchos amigos dicen que la música barroca es la mejor por la tarde para encontrar calma tras un día de tensión, por ejemplo.
–Ha dado clase en distintos países, con diferentes perfiles. ¿Ha construido un estilo propio de enseñanza a partir de su experiencia?
–Mi sistema es no tener un sistema. No quiero que tras mi clases, se note que yo soy su profesora cuando toquen a Beethoven o Schumann. Prefiero recibirles con cierta inocencia cuando llegan, ser empática con sus problemas y adaptarme a sus necesidades. Como si fuera un médico, que no puede dar el mismo tratamiento a todos sus pacientes. Lo mismo en nuestro caso.
–Mantiene una agenda repleta de forma constante.
–Viajaré a Hungría y a Japón, de hecho, invitada a dar clase y tocar en siete universidades del país. Tanto para mí, como para el resto de profesores, creo que es muy importante tener un buen equilibrio entre enseñar y dar conciertos.
–Una vida de viaje permanente.
–Es la única cosa que odio de mi profesión es hacer y deshacer la maleta, pero es lo que toca.
–Si le digo Santander, ¿qué me dice usted?
–Es un amor verdadero. Cuando recogí la medalla solo dije cuatro frases en español porque no es fácil para mí, pero hace ya 30 años que vine por primera vez, antes del Encuentro y no sabía lo importante que terminaría siendo para mí. Y también Paloma O´Shea, una de las personas más importantes de mi vida, porque llevamos trabajando juntas 32 años y hemos vivido juntas muchas cosas buenas. Y Santander, que es su ciudad, se convirtió en mi ciudad también. He hecho amigos aquí, como Annelise Kauffman sin la cual no podría imaginarme este lugar. Y recuerdo con mucho cariño a Ricardo Ontañón.
–Además de su vínculo personal, ¿qué importancia tiene Paloma O´Shea dentro de la estructura del Encuentro?
–Fue ella la que tuvo esta fantástica idea. Ahora debería tomarse un pequeño respiro, porque la he visto, durante todos estos años, trabajar sin descanso, viajar, ocuparse de los patrocinadores, de la producción, también en la Escuela Reina Sofía, yendo a los conciertos, escuchando a los alumnos… Tengo un gran respeto hacia ella y su trabajo.
–Usted describió la Escuela Superior de Música Reina Sofía como un sueño.
–Sí. Es una escuela realmente fantástica y considerada así en toda Europa. Los profesores son espléndidos y hacen una labor muy importante.
–¿Cumple una función necesaria?
–Lo hace. Mucho. Hoy en día hay centros de educación superior en otros lugares de España, pero esta fue la primera escuela así, fue Paloma quien quiso elevar el nivel. Recuerdo los primeros años, cuando llegaba el concierto de los alumnos con cada final de semestre y había más gente en el escenario que entre el público. Ahora se pueden ver colas enfrente de la escuela y está siempre lleno.
–Ha formado parte del Concurso Internacional de Piano en varias ediciones, incluyendo la de su despedida. ¿Cómo valora su desaparición?
–A todas las partes donde voy, los alumnos me preguntan cuándo será el próximo concurso y tengo que explicarles que, desafortunadamente, después de 50 años, se ha terminado. Es un certamen con una gran fama por su gran programa. Es una marca, un sello. Pero Paloma me dijo: tengo 80 años y tengo que elegir, porque no puedo liderar ambas cosas, el Encuentro y el Concurso, que cada vez tenía más participantes, con audiciones de más de 300 candidaturas. Creo es una pena, pero al Encuentro vienen alumnos, profesores, tocan cada día, establecen relaciones para el futuro, que son más importantes que ganar una competición.
–Es otra clase de legado
–Absolutamente. Como señala Paloma, todo es positivo en el Encuentro, porque en el concurso, para quien no gana, también hay ciertas sensaciones menos bonitas.
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