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El profesor de viola Miguel da Silva (Reims, 1961) se despide hoy del Encuentro de Música y Academia con un concierto en el que compartirá el escenario de la Sala Argenta con las hermanas Kaslin al piano y violonchelo. Juntos interpretarán el cuarteto de piano ... número 12 en do menos op 15 de Gabriel Fauré junto a la también joven participante Enyuan Khong (violín). Apasionado de la música, Da Silva afirma tajante que «si no fuera músico sería... músico». Estudió en el Conservatorio de París con el profesor Serge Collot y con 24 años ganó el primer premio del Concurso Internacional de Música de Cámara de París. Su pasión por la música le llevó a fundar el Cuarteto Ysaÿe con tres amigos. Ha tocado como solista en los más importantes escenarios del mundo, ha grabado Cd y fue pionero en Francia impartiendo clases para cuartetos de cuerda. Actualmente da clases en la Queen Elisabeth Music Chapel de Bélgica.
–¿Cómo llegó la música a su vida?
–Cuando era un niño empecé a estudiar música por las tardes. Fueron mis padres los que me empujaron en esa dirección. Mi primera profesora de viola fue clave en mi vida musical. Nos conocimos cuando yo tenía nueve años y seguí con ella hasta los dieciocho.
–¿Qué es hoy la música para usted?
–Es mi vida (risas). He consagrado mi vida a la música, no sé hacer otra cosa. La vivo y hasta creo que sueño con la música. Pienso que es como el agua para los peces. No puedo vivir sin ella.
–¿Y por qué eligió la viola? ¿Qué tiene de especial?
–La viola es un instrumento que está en la sombra. Es el que más se asemeja a mi personalidad por su melancolía y la nostalgia de sus sonidos. Mi padre era brasileño-portugués, de ahí la 'saudade' (Miguel da Silva hace guiño a una palabra portuguesa cuyo significado es un sentimiento afectivo primario próximo a la melancolía). Es algo que siento. Muchos de los grandes compositores, como Brahms y Mozart, compusieron para la viola en el final de sus vidas. Esto se debe a que, en mi opinión, es el instrumento que más se aproxima a la voz humana. No es ni demasiado aguda, ni demasiado grave. Creo que la viola tiene el poder de tranquilizar.
–Viene al Encuentro de Música y Academia de la Fundación Albéniz, ¿qué le parecen estas iniciativas de unir en el escenario a grandes maestros y jóvenes músicos?
–Extraordinario. Soy profesor en la Queen Elisabeth Music Chapel de Bélgica. Es algo así como el equivalente belga de la Escuela Superior de Música Reina Sofía de Madrid. Los jóvenes están muy preparados y los profesores como yo, Gary Hoffman, María Joao Pires o Agustin Dumay, por ejemplo, tocamos con los jóvenes. Creo que ese encuentro es muy importante. La música es un lenguaje, con sus silencios y tonalidades. Lo más difícil es saber lo que hay entre las notas. En ocasiones, es difícil explicar el por qué de los silencios y los espacios entre las notas. Cuando tocamos con los jóvenes, comprenden mucho mejor lo que no se puede explicar con las palabras. Ahí reside la importancia de cruzar generaciones.
–¿Cuál es la primera lección que enseña a sus alumnos?
–El poder evocador del sonido. Lo que es el sonido. Les pregunto ¿qué escuchas? Debes tocar lo que escuchas. Siempre es importante la calidad de sonido.
–Y usted, ¿qué ha aprendido de la música?
–Todo (risas). La música me ha brindado profundidad humanística porque nos acerca a los demás. La música es hablar, es diálogo, es encuentro. Es la vida. Estoy seguro de que si solo pudiéramos comunicarnos a través de la música, no habría conflictos. La música es un lenguaje universal. Si dos personas hablan idiomas diferentes no se entienden. Sin embargo, si uno toca el piano y otro la viola vamos a entendernos. Es algo mágico.
–¿Tiene alguna manía especial antes de salir al escenario?
–No. No soy como los toreros que tienen un ritual previo a la corrida (risas). Intento estar muy concentrado y centrado en mi instrumento. Y no tener miedo para darle a la audiencia lo que llevo dentro, como siento la música. Me centro en conseguir que el público disfrute. El público no viene a los conciertos para pasarlo mal, ni para silbar. El público está ahí para ayudarnos a tocar bien. Esa es la esencia que intento mostrar cuando estoy sobre un escenario.
–¿Cuida de forma especial sus manos?
–Sí, me voy a nadar ahora (risas). Cuando están secas me echo crema, pero nada especial. Aunque es cierto que no practicaba deportes de pelota cuando era joven. Nunca he jugado al baloncesto, al voleibol... Tenía cuidado en ese sentido.
–¿Cómo ve el panorama musical en Europa?
–Vivimos un momento de mucha velocidad, acelerado. Este momento es difícil para la música porque requiere madurez, tiempo y reflexión. Ahora, cuando estoy con el móvil, debo responder, hacer las cosas en ese mismo instante. Con la música es diferente. A mí no me gustaría ser un joven ahora mismo. Estoy un poco preocupado por esta razón. Otra cuestión es el aspecto técnico. Todos tocan muy, pero que muy bien. Aquí vas a la playa del Sardinero, a la orilla del mar, con el viento y dices: esto es increíble. Y te hace pensar en la música de Debussy o de Ravel. Relacionó el sonido de las olas con la música. En música es igual, no se trata de tocar una nota correcta. Es algo muy complicado de explicar.
–¿Y a nivel educativo?
–Hay muchas diferencias entre países. En Francia, yo intento incentivar a los mecenas para que donen dinero con el objetivo de fomentar la música en las escuelas con actividades como el canto, formar a los profesores… Que los alumnos puedan aprender, no a leer la música por fuerza, pero si a conocer canciones y a cantar en el colegio. Es muy importante reunirse, cantar juntos o formar un coro. Siempre en el contexto escolar. En Francia esta práctica aún no es suficiente. Considero que ahí es donde comienza todo, en la base. Creo firmemente que la enseñanza musical en los colegios debería ser obligatoria.
–¿Es sacrificada la vida del músico?
–Sí, en mi caso ha supuesto dos divorcios, igual por mi culpa porque viajo mucho y nunca estoy en casa. Apenas he tenido tiempo para disfrutar de mis hijas.
–Si no fuera músico, sería...
–Sería lo mismo y volvería a hacer lo mismo otra vez. Incluso me volvería a divorciar dos veces (risas). Porque la música es más importante que todo en la vida.
–¿Cuántas violas han pasado por sus manos?
–Comencé con una viola Celino italiana que después vendí. Más tarde compré una Storioni… En total he tenido cuatro violas.
El XIX Encuentro de Música y Academia de Santander acoge hoy tres citas musicales en Santander, Comillas y Alfoz de Lloredo. La Fundación Albéniz ha programado en Santander un concierto que subirá al escenario de la Sala Argenta al profesor de violonchelo Ivan Monigheti con el pianista canadiense Kerry Waller y a Dag Jensen con el pianista francés Kojiro Okada. Además, el profesor francés Miguel da Silva tocará con la violinista Enyuan Khong y las hermanas Charlotte (violonchelo) y Luana Kaslin (piano). El broche de oro de la noche lo pondrán la violinista Latica Honda-Ronsenberg y el pianista Claudio Martínez Mehner que tocarán con la joven violonchelista Susanne Szambelan. La gira de conciertos llega hoy a Alfoz de Lloredo. La iglesia de San Martín en Cigüenza acogerá un recital de fagot, trompa y canto. Y el Seminario Mayor de Comillas presenta hoy un recital de flauta, violín y violonchelo.
–¿Y con cuál se queda?
–Con la que tengo ahora, una viola Nicolas Bergonli (1792).
–¿Qué recuerda de su primer concierto?
–Miedo y muchos nervios. Nada de placer. No disfruté nada, pero tenía que hacerlo.
–Creó un cuarteto, imparte clases, ofrece conciertos… ¿Tiene algún otro proyecto entre manos?
–Sí. Yo soy un poco romántico. Demasiado (risas). Vivo con alguien desde hace dos años y me encantaría envejecer y creer que todo lo que no he podido vivir antes, lo puedo vivir ahora.
–¿Se imagina un mundo sin música?
–Imposible. Prefiero morir. En serio, no puedo imaginarlo. A veces, me imagino sordo, como Beethoven. Pero pienso que la música siempre está ahí (se señala la cabeza). La música está en la mente. Ayer estuve en un restaurante en Santander y había demasiado ruido porque a veces los españoles hablan demasiado alto. En esos momentos me digo: vale, me encanta el pescado de este lugar, la gente es muy simpática… y seguidamente me evadí. Me transporté a un concierto de Beethoven. No escuché nada durante la hora que estuve comiendo. De esta forma no hay problema.
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