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Archivo Lafuente
Tino Casal, el final de una época

Tino Casal, el final de una época

Lo singular. Si existe un debate abierto sobre si el homenaje a Canito inauguró la Movida, está claro que la muerte del artista asturiano marcó su despedida

Sábado, 15 de febrero 2020, 09:50

La Movida la comenzaron y terminaron dos coches. El primero acabó con la vida de un joven y prometedor batería, Canito, en la madrugada de Año Nuevo de 1979. La carretera nunca ha sido amiga de los músicos. Existe un debate abierto, tan infinito como el asfalto donde viven las canciones de Chris Rea, sobre si el concierto de homenaje al instrumentista de Tos puede considerarse el comienzo de aquel movimiento social y cultural al que llegó la condición de mito según crecía la nostalgia. Pero de lo que apenas nadie duda es de que la Movida terminó con el fallecimiento de Tino Casal en 1991. Otra madrugada. Otro coche. Madrid. Una farola en el Puente de los Franceses. Cristal y metal brillando bajo las luces. Un helicóptero sanitario. Un hospital demasiado lejano. Una última respiración sobre el cielo de Madrid. Con él viajaba el pintor Antonio Villa-Toro, uno de esos amigos que, como los trenes más queridos, son de larga distancia. Mientras a Casal le agonizaba la vida, a Villa-Toro le expiró la esperanza. Cerró su piso de Madrid y se marchó a vivir a la sierra. Bajo el influjo de la conmoción, la Movida también cerró sus hábitats e inició el éxodo.

Hay una paradoja en toda esta historia. Porque, en realidad, el artista asturiano marcó el final de una Movida de la que fue siempre periferia. Sólo había que verlo en el escenario o en los locales de Malasaña. Un punto y aparte. Cuenta su amigo, el pintor, cómo de regreso a casa por las mañanas tras una noche de juerga, los viajeros del metro les miraban, a él, a Tino Casal, a Fabio McNamara, con sus ojos ribeteados de negro, el pelo de colores y la ropa extraída del baúl más glam que pudieran haber descubierto en Londres o Madrid. «Pervertidos», les soltaba alguno. «Mariconas», respondían ellos. Pero siempre con la cabeza en alto. Posiblemente, la única concesión a la frivolidad de un tipo con la mirada más dirigida a Bowie y Marc Bolan que a la factoría de Warhol.

Tino Casal era un artista que se tomaba muy en serio su trabajo. La música, la escultura, la pintura, la moda. McNamara solía acudir a su casa para pillarle la ropa. Y los complementos. Gafas, pendientes, una asombrosa colección de sombreros y la salamandra que le identificaba. Tres ejemplos: en el arte tuvo amigos como el propio Villa-Toro, Manolo Campoamor, Pablo Pérez Mínguez o Manolo Cáceres. En la moda, Francis Montesinos y Antonio Alvarado. Y dentro de la música suyo fue el principado de Las Costus: cada día, alrededor de la mesa-camilla de esta pareja de artistas –sus miembros, los pintores Juan Carrero y Enrique Naya, componen una de las más tristes historias sentimentales de la Movida– se reunían los denominados modernos, desde Alaska hasta Carlos Berlanga, Luis Miguélez o Nacho Canut (aparte de Bibi Andersen o Almodóvar, a quien financió parcialmente en sus primeras aventuras cinematográficas). La cuestión consistía en esperar a que Tino se dejara caer por allí. Muchas veces no aparecía: prefería quedarse en el estudio de Luis Cobos, uno de sus descubridores, observando cómo funciona por dentro la maquinaria de la música.

La consecuencia de todo esto es otra paradoja. El artista asturiano, autor de 'Embrujada' y 'Champú de huevo' entre otros megahits, aprovechó la creatividad de los 80 y todas sus sinergias recreativas y culturales, pero declinó exponerse al vacío personal de muchos de sus colegas. También supo unir el pop con el tecno, el glam, el nuevo romanticismo y hasta el punk de una manera absolutamente seria, sofisticada y elegante, lo que le situó en un espacio único. No tenía nada que ver con Alaska y Dinamara, pero tampoco con el techno de Azul y negro, el pop de Mecano o Nacha Pop, las particularidades de Aviador Dro y Radio Futura, el pijismo de Objetivo Birmania o las ínfulas punk de Kaka de Luxe. Se asemejaba más, por el contrario, al carácter de artista singular prototípico de Carlos Berlanga, Germán Coppini y Fernando Márquez. Y aún le quedó tiempo para convertirse en descubridor y productor de un grupo en las antípodas de su ecosistema: Obús.

Su historia y los méritos que le han convertido en un artista fundamental de la cultura contemporánea española puede apreciarse ahora en 'Integral'. Se trata de una caja de lujo editada por el sello Lemuria que recoge todo su legado musical, aparte de abundante material que confirma a Tino Casal como un auténtico renacentista. Contiene media docena de vinilos, siete cedés (entre ellos, uno con material inédito, siempre de agradecer en este tipo de ediciones) y un dvd con cuarenta vídeos y actuaciones. Un digno broche a la última leyenda de la Movida.

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