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«El yerno es artista, Antoñito». Estas fueron las palabras exactas que Carmen le dijo a su marido Antonio hace ya casi 25 años. Antonio es el padre de mi mujer. Ya, lo sé, es increíble, pero tengo mujer y empecé con ella hace todo ese tiempo (eso sí que es increíble). Carmen es mi suegra, y como suele pasar en estos casos, también es la madre de mi señora.
El caso es que cuando Pepa (la susodicha), me presentó a sus padres, ellos intentaban averiguar a qué me dedicaba, cosa normal y lógica, el problema es que yo no sabía qué respuesta era peor, si estudiante de historia o roquero, así que acabé explicando que estudiaba letras y tocaba en un grupo de música, sin dar muchos detalles por si acaso. A lo cual y ante la cara de mi suegro, Carmen se lo explicó meridiano:
—Antoñito, que tu yerno es artista.
Lo único que me comentó mi madre cuando con quince años le dije que íbamos a montar una banda de rock y que me había tocado la batería, fue:
—Vale, bien, pero si quieres una batería trabaja y te la pagas—, seguido de —y si suspendes te quedas sin batería y sin dinero.
Convendrán conmigo en que por desgracia esto ya no se estila. Así nos va. Lo siento muchísimo por todos aquellos que no habéis podido tener a mi madre como madre. Sólo hay una y es mía y de tres personas más.
Convendrán también en que ambos zarpazos fueron de lo más convenientes para mi futuro. En primer lugar, porque antes de saber siquiera tocar un instrumento e incluso antes de tenerlo, tuve que dejarme un poco la piel y la pasta para conseguirlo. Y, en segundo lugar, porque saqué el bachiller y mi carrera y digo yo que para algo habrá servido.
Hay que reconocer que mi madre le puso a la cosa una importante dosis de paciencia hasta ver qué pasaba. Esto, hablando de mi madre, significa que no intentó quitarme la idea a bofetones, que seguían llegando por otros motivos, pero no por éste. Hoy en día la generación de padres ha cambiado y se ve con normalidad que cada niño haga y estudie lo que le dé la gana, pero la mía era una familia de la generación anterior, hijos y victimas de la guerra y la post-guerra, y eso de querer ser roquero sonaba a mamarrachada y a «Eso está muy bien, niño ¿pero a qué te vas a dedicar de verdad?».
Todavía algún despistado de mi familia o pseudoconocido de la calle me pregunta a veces que cómo me va con el «grupillo». Igual es la «expresión» con la que más me puede ofender alguien en la vida. «hijodeputa» me duele menos. En fin.
Capítulo 1
He de reconocer que en general, mis compadres mutantes y mamábakers (que casi somos los mismos) y yo, fuimos apoyados y aceptados bastante bien por nuestras familias. Siempre con las dos premisas mencionadas: «estudia» y «te lo pagas tú».
Todos nos buscamos la vida para encontrar los recursos económicos con los que pagar durante años instrumentos, ensayos, repuestos, desplazamientos, maquetas y a veces hasta giras completas, pero es que esto es muy sano, yo diría que casi obligatorio y además genera un primer proceso de selección natural. El que se cansa, se aburre o se desespera y desiste, deja un poco más de espacio a los demás aumentando sus posibilidades. También, porque creo que la música y el arte es un 50% de trabajo, un 40% de talento y un 10% de inspiración; el esfuerzo, el empeño y la ilusión son necesarios valores añadidos.
Mi madre tiene ahora 85 años, quince nietos, un hijo menos (te quiero, Edu) y ya no da bofetones (porque se rompió la clavícula derecha, no por falta de ganas). Y ahora, que aún recuerda que uno de esos últimos bofetones fue por tocar mi batería en casa, en la habitación del hermano que nos falta, a las dos de la mañana, con dieciocho años y diecinueve amigos más, se ríe, me besa y no puede estar más orgullosa de mí.
Ahora es ella quién si alguien le pregunta, responde:«¿Mi hijo? Mi hijo es artista»— y mi suegra Carmen, también.
Vive Le Rock!
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Rocío Mendoza | Madrid, Lidia Carvajal y Álex Sánchez
Álvaro Machín | Santander
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