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Tenemos ya a nuestra disposición los nuevos datos de la estadística Sistemas de Cuentas Públicas Territoriales, las antiguas balanzas fiscales, que publica el Ministerio, los cuales elevan el saldo positivo de nuestra Comunidad desde los 463 millones de euros de la anterior entrega hasta los ... 516 millones de la actual (referida a datos liquidados del año 2014). Lejos quedan las cuatro regiones con saldo fiscal negativo (donde sus ciudadanos pagan más tributos en comparación al gasto público recibido): Madrid (-19.205 millones), Cataluña (-9.892 millones), Valencia (-1.735 millones) y Baleares (-1.516 millones). Igualmente, podemos hacer la lectura en términos per cápita y comprobaríamos que cada cántabro anualmente se beneficia en 878 euros en forma de más gasto público respecto a lo que entrega en forma de impuestos a las arcas estatales. Así, parte de los ingresos son redistributivos (especialmente, IRPF y parte de las transferencias) mientras que en los gastos (además de pensiones y prestaciones), también se incluyen lo que aporta el modelo de financiación autonómica e inversiones estatales en infraestructuras.
Lo anterior serían los grandes titulares y cifras que acompañarían a esta noticia, aunque últimamente tiendo a pensar cuando leo cosas así en primera plana en prensa en que siempre hay detalles que se nos escapan. Y es que si uno lee la interpretación de esas cifras en algunas Comunidades a nadie se le escapa que se vienen utilizando como argumentario para reclamar recursos a fin de compensar un supuesto trato discriminatorio en la recepción de fondos financieros remitidos por el Estado. Ya saben, todos queremos estar por encima de la media, aunque eso sea imposible en términos estadísticos.
Como es lógico, el saldo fiscal tiende a ser más negativo a medida que aumenta la renta per cápita, de modo que las Comunidades más ricas suelen obtener déficits fiscales mientras que las regiones con menor renta suelen registrar superávit. Esto se cumple actualmente si comparamos dicho saldo fiscal por habitante en relación al PIB por ejemplo entre las Comunidades ricas como Madrid y Cataluña o las forales (País Vasco y Navarra) y las comunidades ‘pobres’ como Extremadura, Andalucía, Castilla-La Mancha o Cantabria.
Estos datos admiten diversas interpretaciones pero ¿adivinan ustedes qué diferencias existían en renta per cápita anual cuando se estimaron estas balanzas fiscales? Pues un cántabro tenía 20.354 euros de renta anual mientras que un madrileño tenía 30.334 euros, un catalán 26.203 euros, un vasco 29.217 euros y un navarro 27.860 euros. Lejos todos ellos de los 15.201 euros del extremeño o los 16.516 euros del andaluz.
Dicho esto, aunque les hablo de distintas balanzas fiscales en realidad hemos de aceptar que son las diferencias en renta las que nos explican por qué algunas Comunidades pagan más impuestos per cápita que la media nacional y por qué otras son más receptoras en el flujo del gasto público. Además, al final toda Comunidad debería contar con la mejor financiación ajustada posible, ya que existe un alto coste diferencial en la prestación de servicios públicos en igualdad de condiciones.
En resumen, aunque se pretenda afirmar que el argumentario económico-presupuestario de las cifras es naif, en realidad cada región arrima el ascua a su sardina. Siendo eso comprensible, también debería serlo el hecho de que el Estado ha de seguir ayudando financieramente a las Comunidades Autónomas y sólo se me ocurre que sea dándolas más autonomía y corresponsabilidad fiscal además de reconocer las diferencias existentes entre ellas.
Eso sí, en momentos como los que vivimos en nuestro Estado de las Autonomías, mejores soluciones financieras servirían para proporcionar estabilidad si a cambio se consigue pactar compromisos acerca del grado óptimo de solidaridad interterritorial, teniendo en cuenta las peculiaridades de cada uno y evitando el cortoplacismo actual.
Nuevos acuerdos fiscales y reformas competenciales nos harían ser más comprensivos los unos con los otros si todos queremos jugar con el mismo balón. Y es ahí donde Cantabria ha de estar sin querer ser más, pero tampoco menos que nadie.
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