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Los niveles de desempleo y renta per cápita en la mayoría de los países occidentales son hoy, respectivamente, mayores y menores que los existentes hace ... diez años, cuando se inició lo que se ha bautizado como la Gran Recesión. Es cierto que la situación económica es en ahora mucho mejor de lo que lo era, por ejemplo, hace cinco años y que en algunos casos (el de los Estados Unidos es paradigmático), y al menos en el ámbito del desempleo, es extraordinariamente buena. Aun así, como decimos, la norma es que no nos hemos recuperado plenamente, ni mucho menos, de la crisis anterior y, sin embargo, empiezan a manifestarse indicios peligrosos de que otra crisis puede estar al acecho.
Así se ha puesto de relieve en la última reunión del Fondo Monetario Internacional (FMI) en la que, pese a que el crecimiento mundial es bastante elevado, la desaceleración ya empieza a notarse. Se teme, además, que la economía pueda experimentar un frenazo importante, por lo que el estancamiento secular del que hablábamos hace unas semanas puede ser algo más que una mera discusión académica.
Hay, cuando menos, dos manifestaciones muy claras de que las cosas no van como se esperaba: una de ellas es el hecho de que el FMI haya rebajado las previsiones de crecimiento de forma prácticamente generalizada; en casos como el español de forma modesta, pero en otros como el alemán (la gran locomotora europea) y francés de manera más significativa; la otra es el comportamiento de la mayoría de las grandes bolsas mundiales, que, sin contar con el batacazo de hace unas semanas, han venido mostrando a lo largo del año una clara evolución negativa.
¿A qué es debido esto? ¿Por qué aumentan los nubarrones en el horizonte económico? Responder a esta pregunta no es fácil en absoluto pues son muchos los factores que se yuxtaponen para generar la situación de incertidumbre que vivimos hoy y que parece que pueda aumentar a lo largo de los próximos años. En todo caso, y sabiendo que simplifico de forma temeraria, creo que el origen de esta incertidumbre y de los riesgos que la misma conlleva se encuentra en que la salida de la Gran Recesión y la globalización previa al estallido de la misma han sido profundamente injustas, dando lugar a un aumento tremendo de la desigualdad y, en consecuencia, a un florecimiento desmedido de los populismos.
¿Y por qué este florecimiento es tan peligroso desde una perspectiva económica? Pues porque, bajo la apariencia de ofrecer soluciones sencillas a problemas terriblemente complejos, lo único que hacen es empeorar la situación. Más de una vez me he referido a las que hasta ahora eran, y probablemente sigan siendo, las dos amenazas populistas más graves: el advenimiento de Trump al poder y el triunfo del Brexit. Bravuconerías aparte, el primero está dando lugar a lo que puede ser una guerra comercial en toda regla, guerra comercial que, como el propio FMI señala, dañará (de hecho ya lo está haciendo) a toda la economía mundial y que, aunque ahora no lo parezca, terminará por hacerlo también con los Estados Unidos y, según se prevé, incluso en mayor medida que en el resto. Otro tanto puede decirse del Brexit, que ya está pasando factura a la economía británica y del resto de la UE y que, dependiendo del acuerdo al que se llegue, puede hacerlo más en el futuro.
Pero es que, por si fuéramos pocos, resulta que ahora Italia (por no mencionar a Polonia, Holanda, Hungría, .) se apunta a la misma moda y amenaza seriamente la estabilidad de la zona euro. ¿Y qué decir de los países emergentes y muy en particular de Brasil, con el más que probable «efecto imitación» sobre el resto de Sudamérica?
Hoy por hoy, la única respuesta populista al aumento de la desigualdad provocado, como decíamos antes, por la globalización y la salida dada a la crisis es, bajo la bandera de nacionalismos crecientes (diversas versiones del «América first»), la erección de nuevas barreras al comercio y a la movilidad de las personas. Y esto, indefectiblemente, nos retrotrae al pasado, al nefasto periodo de entreguerras y lo que trajo consigo. Por eso me sumo a la petición de la directora del FMI a los líderes mundiales para que no se dejen llevar por «una amnesia colectiva». Honradamente, sin embargo, no confío en la respuesta de estos.
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Ana del Castillo
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