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El negocio, que transcurre ya entre tres siglos, era en principio de dos socios, Villafranca y Calvo, y estaba en el mismo espacio de ahora, en la comercial calle entonces denominada de La Blanca 13 (actualmente con entradas por Juan de Herrera y San Francisco). ... El cartel del negocio se ve en algunas fotos famosas del ya desaparecido puente de Vargas. Hay que tener en cuenta que en realidad se trataba de dos negocios, una botica y una suerte de droguería con productos diversos. En un ejemplar de 'El Cantábrico' de nada menos que 15 de febrero de 1903 leemos que Villafranca y Calvo eran agentes exclusivos para Santander de los productos homeopáticos del doctor norteamericano James M. Munyon, sobre los que publicaban una larga nota «en defensa de los farmacéuticos» con la entradilla «estoy convencido de que los farmacéuticos son amigos verdaderos de la medicina honrada y científica. Tienen razón de oponerse a que se vendan los remedios de farsantes charlatanes». Y continuaba con unos principios que cualquier profesional firmaría: «La misión del farmacéutico honrado es delicada: (la sociedad pone la vida en sus manos). Él no puede ni debe vender medicinas desconocidas, aunque estén anunciadas pomposamente y le den halagadora utilidad. El farmacéutico de conciencia no especula a costa de la salud del prójimo. Cuando recomienda un remedio conocido, cumple con su deber; si da uno bueno por otro misterioso, hace un bien a su cliente, tiene muchísima razón para cuidar su reputación y defender el honor profesional». Entre los remedios del acreditado doctor Munyon que expendían en la antigua Villafranca y Calvo están los del reumatismo, la dispepsia, la debilidad general, los riñones, el estreñimiento y las almorranas, además de su célebre 'jabón del avellano de la bruja' para el cutis.
En otro ejemplar de la publicación semanal ilustrada 'Revista Cántabra' de 1908 se anunciaba 'D. V. Villafranca y Calvo. Droguería al por mayor y perfumería. Depositarios de carburo de calcio. Blanca, 15. Santander'. El carburo de calcio se utilizaba, entre otras cosas, para las lámparas de carburo o de gas acetileno. Sufrió el negocio, obviamente, el incendio de febrero de 1941. En 'Cantabria Negocios' José Ramón Esquiaga publicaba en mayo de 2001 un resumen de la historia del establecimiento, en el que afirma, refiriéndose a sus comienzos, que «ubicada en la calle de la Blanca, en el corazón de un Santander que ya no existe, la perfumería vivió la edad dorada de la ciudad portuaria, puente hacia las colonias de ultramar y destino preferido para el veraneo de las clases acomodadas, empezando por la propia realeza».
En su libro 'Medio siglo comercial de Santander', de 1961, el periodista Fermín Sánchez hace un curioso comentario de las perfumerías de comienzos de siglo, del que entresaco lo siguiente sobre la firma Villafranca y Calvo: «Se puede decir que estaba más especializada en perfumería fina, aunque tenía un rival local en el despacho de la fábrica de jabones de tocador La Rosario, pero le aventajaba en los perfumes parisinos, en polvos y cosméticos. ¡Válgame dios qué pocos eran en este gremio, comparado con los que hoy existen! Eso prueba que hoy nos lavamos más».
En un momento determinado, y por mí desconocido en su exactitud, Calvo se separó del negocio, quedando solo Villafranca, que, como es bien conocido, sigue dando nombre al establecimiento. Fue en 1949, en una época especialmente complicada por muchas cuestiones, cuando el farmacéutico Juan Gómez Martínez, natural del pueblo de Villatobas (provincia de Toledo) adquirió los negocios, que desde entonces han permanecido en la familia Gómez, hasta la regencia actual de Lola Rodríguez Gómez, hija de Dolores Gómez y nieta de Juan Gómez; hace algunos años se vendió la farmacia, y la perfumería que abrieron en San Fernando me dicen que está a punto de cerrar. Han sido los tíos de Lola, Juan y Pilar, en su espléndida y generosa sobremadurez, los que me han informado con algo más de detalle de las vicisitudes del negocio. El Juan Gómez farmacéutico toledano se casó con la santanderina Lola Roldán, dedicada a sus labores. El matrimonio tuvo tres hijos, la ya mencionada Dolores; Juan, también farmacéutico; y Pilar, encargada con los años de la parte de droguería y perfumería. Realmente ambos locales aledaños se han dedicado a lo mismo, farmacia por un lado y productos de droguería y perfumería por otro, que también era droguería en la que se vendían productos tan variados como acetona, cera virgen, crema Ponds o jabón Lagarto. Incluso había una cosa que hoy para las jóvenes generaciones será desconocida, como es el relleno de frascos con determinadas colonias de uso cotidiano.
En un domingo de 1970 se produjo un hito clave en el negocio a consecuencia de una inesperada catástrofe en el edificio: una gigantesca explosión debido a un escape de gas destruyó todo el establecimiento y los aledaños. Ello obligó a modificar la empresa hasta conocerla más o menos como la conocemos hoy en día: la parte de la perfumería ha ido creciendo en paralelo a la farmacia, y se ha ocupado de desarrollar una lógica estrategia de especialización en determinadas marcas procedentes sobre todo de Francia, asociándose a agrupaciones como el grupo Imagen, que integra a perfumerías selectas del país; de manera exclusiva en la ciudad se venden, así, ciertas marcas de calidad. Juan y Pilar han dedicado todo su esfuerzo a recuperar el negocio que hoy lleva Lola Rodríguez y aprovechar para darle un nuevo esplendor, con una especialización cada vez mayor en la perfumería, aparte de la farmacia. Ya hemos tenido que señalar en esta serie las dificultades del comercio del centro frente a las grandes superficies y la venta por internet. Pero hay algo que distingue a este tipo de comercio, y es la experiencia y cualificación de sus trabajadores, que asesoran a los clientes en su amplia variedad de productos. En 2018 recibió Perfumería Villafranca el premio de Comercio del Ayuntamiento de Santander.
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