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1941-1942. Imagen de los primeros trabajos de construcción de Sniace. Al fondo se observa el Saja-Besaya y cómo era por entonces la ciudad de Torrelavega. Fotografías: Colección Manuel Quevedo. 'El Libro de Sniace. Los primeros años (1940-1960)'
Del bosque al hilo

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Los inicios de Sniace ·

Extrabajadores veteranos de Sniace relatan su paso por la compañía: «Nos enseñó el oficio y nos sirvió como escuela de vida»

Rafa Torre Poo

Santander

Domingo, 1 de marzo 2020, 07:49

«Por un lado entrarán los troncos de madera y por el otro saldrán transformados en tenue hilo de rayón o en masas de blancos copos de fibra cortada». Así de fácil explicó el barón de Terrades, José María de Albert Despujola, primer presidente de Sniace, el proceso productivo de la nueva compañía que acababa de nacer en la mies de Ganzo. Fue un 12 de octubre de 1941, día del Pilar. El acto de colocación de la primera piedra contó con toda la parafernalia franquista de la época. Hasta Torrelavega se desplazaron varios ministros, gobernadores civiles, el obispo de Santander e incluso el embajador de Italia. Hubo misa y durante los discursos se multiplicaron las soflamas patrióticas y loas al dictador. La puesta en marcha de la Sociedad Nacional de Industrias de Aplicaciones de Celulosa Española S. A. había contado previamente con su beneplácito. En abril de 1940 -la sociedad mercantil se creó un año antes-, la calificó «de interés general». El aislamiento al que fue sometida España tras la Guerra Civil obligó a Franco a sustituir las importaciones con producción propia. Por eso apoyó con tanto ahínco Sniace. Las obras de construcción de la factoría se desarrollaron durante varios años. La producción no comenzó hasta 1946 en la fábrica de viscosa. En 1950 lo haría la de celulosa.

Quedan pocos trabajadores de los inicios, pero los más veteranos recuerdan su paso como si fuera ayer. Roberto Peón es uno de ellos. Tiene 86 años, con 27 entró en la fábrica y se jubiló como directivo en 2005. «Trabajar en Sniace era un orgullo porque formabas parte de una gran empresa; y todos lo sentíamos así», declara desde su domicilio en Torrelavega. «Se creó un sentimiento de pertenencia que se extendía a toda la familia», recalca. Manuel Quevedo tiene 78 años y una memoria prodigiosa. «Entré en 1955, con apenas 14 años, y mi padre ya trabajó en la construcción de las instalaciones», explica. Su trayectoria fue como la de muchos compañeros que se formaron en la escuela de aprendices de la compañía. Después pasó por diversos talleres hasta que recaló en el de precisión.

Así contó El Diario Montañés la puesta en marcha de las obras de construcción de Sniace, el 12 de octubre de 1941.
Imagen - Así contó El Diario Montañés la puesta en marcha de las obras de construcción de Sniace, el 12 de octubre de 1941.

Tras un paréntesis para hacer los dos años de servicio militar, en El Ferrol y Santander, volvió a la planta. «Me acuerdo de que me mandaron al departamento de informática. Teníamos sólo un ordenador que se llamaba 'Bull' y era de la marca General Electric. Luego trajeron un IBM, que para que los jóvenes se hagan una idea tenía sólo 16 kilobytes de memoria» cuenta entusiasmado. Lo utilizaron para confeccionar las primeras nóminas de forma informatizada. Hasta entonces, las hacían a mano y había empleados que tenían que ir al banco a por el dinero para meterlo en sobres y repartirlos uno por uno por la fábrica -Sniace llegó a superar los cuatro mil trabajadores-. «Además se cobraba en dos partes: a principio de mes con las decenas -una especie de adelanto- y a finales con la liquidación», cuenta Quevedo. «Era una labor de chinos», recalca.

«Para hacer las nómimas teníamos un ordenador IBM de sólo 16 kilobytes de memoria»

manuel quevedo (78 años)

Para fomentar que las nóminas se domiciliasen en los bancos, impulsaron un curioso sistema. «Sorteábamos una televisión, cuando salieron las de tecnicolor. Para la empresa era una minucia, pero le servía para descargar trabajo». Peón incluso recuerda su primer salario: «8.500 pesetas en catorce pagas al año».

Visita de directivos a los trabajadores que pusieron en pie la fábrica en la mies de Ganzo.

Los años buenos

Sniace fue creciendo y sus instalaciones llegaron a ocupar 723.000 metros cuadrados, de los que 150.000 se destinaron íntegramente a desarrollar la actividad productiva. La Segunda Guerra Mundial ralentizó la actividad fabril, que se recuperó a partir de 1945. 'Snia-Viscosa' de Milán envió la maquinaria con celeridad para la fabricación de rayón, un filamento textil obtenido de forma artificial con características parecidas a la seda. La relación italoespañola venía de atrás, de cuando el país transalpino ayudó a Franco a ganar la Guerra Civil. Sniace se constituyó con un capital inicial de 90 millones de las antiguas pesetas, que aportaron, además de 'Snia-Viscosa', el Banco Español de Crédito y los bancos Vizcaya, Americano y Urquijo -estos tres últimos con pequeñas aportaciones-.

Sniace comenzó a crecer y con ella la comarca del Besaya. Aunque no era la primera gran industria en instalarse allí, ya estaban en servicio Continental (actual Bridgestone), Solvay o la mina de Reocín (Asturiana de Zinc), enseguida adquirió un papel protagonista en la idiosincrasia de la ciudad. «A Torrelavega en los años sesenta se le llegó a llamar la ciudad del dólar. Había muchos trabajadores en la industria y, por tanto, muchos sueldos garantizados. El comercio estaba floreciente porque el dinero fluía», cuenta Quevedo.

1945. Vista general de la fábrica sin las actuales instalaciones deportivas.

Sabe de lo que habla. Es autor junto con el historiador José Ortiz Sal, su yerno, de 'El libro de Sniace. Los primeros años (1940-1960)'. «Torrelavega fue una privilegiada porque en el contexto de la posguerra contó con una fábrica que, sin ser pública, estuvo muy protegida por el Gobierno. Eso cambió notablemente el crecimiento de la urbe, que ya de por sí era netamente industrial. Sniace construyó casi 700 viviendas para sus trabajadores y directivos», explica Ortiz Sal.

La compañía papelera basó su fortaleza y rápido crecimiento en la abundancia de materia prima tan cerca de la factoría. «El eucalipto crece aquí tan rápido como en ningún otro país del mundo», recogió El Diario Montañés, de boca de su presidente, en la crónica del inicio de las obras en 1941. «Del bosque, al hilo», sentenció entonces el barón de Terrades para definir la filosofía de Sniace.

Entre el 55 y el 56 comenzó la venta de cordel de rayón (rayón cord) y se puso en marcha la concentración de lejías bisulfíticas residuales (procedentes de la celulosa). En esa época, el Gobierno franquista autorizó la ampliación de la producción de celulosa hasta las 36.000 toneladas anuales, pero con una condición. Que una parte se dedicase a la fabricación de pasta de papel «cuando, por razones de interés público, lo considerase oportuno el Ministerio». La entrada en funcionamiento en 1963 de las fábricas de pasta mecánica y de lilión (resina de poliamida), la instalación de la planta de secado en polvo y la ampliación de la depuradora de aguas en 1966, entre otras mejoras, hacen difícil entender como Sniace comenzó su lento pero continuo declive que ha llegado hasta la actualidad.

Una mujer trabaja en el laboratorio, que fue uno de los puntales de la compañía para mejorar el proceso productivo.

El inicio del ocaso

La compañía entró a finales de los setenta en una espiral creciente de deudas. Los máximos accionistas decidieron emprender un riguroso rescate de la sociedad a principios de los ochenta. La crisis de la industria textil para la que trabajaba Sniace, la cada vez mayor importación de papel en España y la práctica suspensión del comercio exterior soviético sumieron a la compañía en un su primera gran depresión. Fue una época convulsa con cierres temporales, concentraciones y encierros de sus trabajadores. Un periodo de mucha tensión. También se fueron sucediendo, una tras otra, hasta cuatro ampliaciones de capital en un intento por insuflar aire a la empresa.

«Entrar en Sniace era un orgullo porque era una gran empresa; y todos lo sentíamos así»

Roberto Peón 86 años

Esta época forjó el carácter de sus obreros, que con protestas y tesón lograron en más de una ocasión salvar sus puestos de trabajo. «Todo se empezó a mover con la llegada de la democracia y la aparición de los sindicatos, sobre todo el Sindicato Unitario», explica Quevedo. Peón explica de otra manera el gen luchador de los trabajadores: «Es fácil de entender cuando se trata de defender tu puesto de trabajo y el sustento de tu familia».

Estos dos extrabajadores aún siguen con pesar el día a día de la fábrica. «No comprendo cómo ha conseguido seguir abierta hasta ahora trabajando con una maquinaria tan antigua», apunta Quevedo. Peón, que aún recopila recortes de periódico en la mesa del despacho de su casa, resume con nostalgia: «Sniace nos enseñó el oficio, sí; pero también fue una escuela de vida».

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