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Cuando Marcelino Sanz de Sautuola trajo a Cantabria el primer ejemplar de eucalipto, nunca pensó que aquel árbol sería una de las fuentes de riqueza de lo que ahora conocemos como Cantabria. El descubridor de las cuevas de Altamira lo introdujo en 1863 y ... siete años más tarde se plantó la primera masa arbórea en Viérnoles. Es la materia prima de Sniace. El nutriente de una compañía que en su época boyante llegó a emplear a más de cuatro mil obreros. Ahora solo quedan 429 y a 229 de ellos les iba a afectar este año un Expediente de Regulación de Empleo (ERTE). Ya no tendrán que estar pendientes ni hacer cábalas para saber a quienes. Sniace anunció el jueves su cierre y liquidación. El negocio ya no es rentable para sus inversores. Dicen que la caída del precio de la fibra, la celulosa y la venta eléctrica «hace imposible» su viabilidad financiera.
«Intuíamos que la cosa estaba mal, pero en la fábrica se estaban haciendo dos líneas de producción: sin catarro y a buen ritmo. Y ahora...», explica Fermín, que resopla antes de continuar. «¿Viendo el panorama industrial que hay en la región, a nosotros, que somos operarios de producción, ¿quién nos va a dar trabajo?», reflexiona. Lleva todo el fin de semana en el turno de noche. Con el bocadillo bajo el brazo y la cabeza gacha, entra por la puerta de una fábrica fantasmagórica. Porque desde fuera, más que una moderna factoría de producción, bien parece el escenario cinematográfico de una de esas series televisivas que relatan cómo es la zona cero de una catástrofe nuclear.
La ciudad pierde uno de sus emblemas industriales, sociales y hasta deportivos, una de las grandes factorías (junto a Solvay y Asturiana de Zinc) en las que Torrelavega se apoyó para florecer y convertirse en el estandarte industrial de la región, y que fue recuperada en 2016 por los trabajadores tras su primera gran crisis. «Porque fuimos nosotros, los operarios de Torrelavega, apoyados por la ciudad entera, los que con nuestro empeño, con nuestra lucha, logramos que Sniace no se enterrara y volviera a abrir sus puertas», recuerda José Antonio, antiguo trabajador de la papelera.
La noticia del cierre de Sniace noquea Torrelavega y la comarca del Besaya. Una fuerte sacudida, como el directo al mentón de un boxeador, que no por esperada fue menos contundente. «La compañía deja en impuestos directos en torno a un millón y medio de euros por el IBI, el Impuesto de Actividades (IAE) y la factura del agua», explica el concejal de Economía, Pedro Pérez Noriega. «El impacto es importante, no hay duda, pero lo peor es el ánimo. Torrelavega es una ciudad industrial y con la reapertura parecía que se retomaba el pulso», explica el edil. Él no se lo esperaba. «Era una posibilidad, pero no nos temíamos lo peor», admite. La relación entre el Consistorio y el Consejo de Administración volvía a ser fluida. A pesar del tira y afloja con la expropiación del Complejo Deportivo Óscar Freire -que finalmente se cerró en 1,5 millones de euros- y a la espera de cerrar un acuerdo por los terrenos adyacentes que todos conocen como 'el patatal'. Incluso les habían comunicado que en la parada de la fábrica en abril iban a reparar el canal que entra en el recinto desde Ganzo.
1,5 millones es la cifra que estima el Ayuntamiento de Torrelavega que recibe de Sniace de forma directa en concepto de IBI, IAE (Impuesto de Actividades Económicas) y la factura del consumo de agua
429 son los trabajadores del centro fabril de Torrelavega. La compañía iba a aplicar este año un Expediente de Regulación de Empleo (ERTE) para 229 de ellos
81 años de historia tiene la factoría. Se fundó en 1939, aunque no comenzó a producir viscosa hasta 1946. En 1950 arranca la fábrica de celulosa.
«Para Torrelavega, que ya estaba tocada, es la puntilla», explica José Luis Quintanilla. Es el presidente de la Cámara de Comercio local y atiende la llamada después de haber visitado la Feria del Stock en el Mercado Nacional de Ganados. «Aquí la gente no habla de otra cosa. Es terrible que se vayan a la calle más de cuatrocientas familias», sentencia. Sólo hay que dar un paseo por las calles para comprobar cómo su sector es uno de los damnificados. Los negocios tradicionales van cerrando, las grandes franquicias intentan aguantar el tirón (no todas lo consiguen) y en el resto de escaparates lucen carteles fosforitos de 'se vende', 'se traspasa' o 'se cierra por cese de la actividad'.
Torrelavega, ligada al empuje de su industria, creció en población, en comercio (llegó incluso a competir con el de Santander), en dinero, y ahora ve cómo sus habitantes descienden año tras años y cómo su comercio agoniza fuera de los calles principales de la ciudad.
«Los que se quedan sin trabajo son los que compran, comen y beben aquí y ponen el dinero en circulación», explica Antonio Fernández Rincón, de Ferretería Cantabria. Sabe de lo que habla. Además de haber presidido la Cámara de Comercio, regenta un negocio que durante una época trabajó para Sniace. Uno de los muchos proveedores que en alguna ocasión les ha quedado dinero a las espaldas. «Es como un familiar cercano que sabes que está enfermo y se la acerca el final. Por mucho que sepas que va a morir, cuando sucede te disgustas igual», relata.
No hay una cifra exacta de los empleos indirectos que Sniace genera. Eran muchas las pequeñas empresas que a diario acudían al recinto fabril. Tenía contratas con Talleres Calvo (18 trabajadores), Prosegur (9) y pequeñas actuaciones con Arruti, Herrera, Gomur, Construcciones Cuevas, Inelecma... La lista es larga. Pero el cierre de Sniace también dañará la cuenta de ingresos de otras grandes compañías. La factoría torrelaveguense era a su vez cliente de la planta de Solvay en Barreda y de Asturiana de Zinc en Hinojedo. Necesitaba de sus productos para la elaboración de los suyos.
Sniace argumenta que la decisión del cierre llega después de que Cogen, la gestora de la planta de cogeneración, rompiera de forma unilateral el contrato de arrendamiento por el recorte estatal de las ayudas. Y los torrelaveguenses temen que el virus pueda propagarse por la comarca. «No se está mimando el sector industrial ni en España ni en Cantabria», considera Fernández Rincón. «Una empresa con una maquinaria de hace setenta u ochenta años sin actualizar es imposible que sea capaz de competir en este siglo con nadie», afirma rotundo Pedro Díaz, que trabajó 42 años en Sniace. Antes lo hizo su padre, a quien siendo un niño le llevaba el bocadillo a la fábrica cuando se lo olvidaba. «Seré sincero: me lo esperaba hace cuatro o cinco años, pero Mezquita (el expresidente) siempre fue un trilero de las finanzas. A base de ampliaciones de capital fue engatusando a unos y a otros para estirar el chicle hasta aquí», sentencia rotundo.
«Sniace siempre ha sido un nido de carroña empresarial y sindical», critica con enfado. A Fermín y al resto de los 429 trabajadores no les queda más remedio que seguir acudiendo puntualmente a sus puestos. «Imagínate las ganas que tengo sabiendo que la empresa cerrará. Y lo peor, que no vamos a cobrar. Si lo hacemos, será del Fogasa (el Fondo de Garantía Salarial). Nos conocemos la historia de la otra vez. A mí aún me deben el 45% de la indemnización de 2013», cuenta. «Tengo compañeros con solo ocho meses de paro y otros en los que solo trabajan ellos en casa y tienen hijos. Es un drama», se lamenta.
El cierre y liquidación de Sniace supone dejar atrás una enorme cantidad de dinero invertido y de proyectos encima de la mesa. La compañía aprobó en mayo del año pasado una ampliación de capital por valor de 32,6 millones (la cuarta en otros tantos años) de la que se cubrieron 24,5 millones gracias a las aportaciones de sus dos máximos accionistas, Sabino García Vallina y Félix Revuelta. El primero, dueño de la gijonesa TSK, controla el 29,8% de las acciones, mientras que Revuelta Revuelta alcanza el 15,8%. «Han perdido todas sus millonarias inversiones», lamentó el pasado viernes ante los periodistas la presidenta de Sniace, Gema Díaz Real.
El cierre, además, tira por la borda, salvo que un futuro comprador lo evite, los proyectos más importantes en los que estaba trabajando la compañía y que, según la propia empresa, marchaban por la buena senda. Sniace, que preveía invertir 12 millones en su plan estratégico procedentes de la ampliación de capital, aspiraba a duplicar la producción de fibra viscosa hasta las 8.000 toneladas en 2021 tras superar con éxito las pruebas definitivas de microcorte en Alemania para la fabricación de las toallitas dispersables libres de plástico y disponer los primeros pedidos. Es la estrella de su negocio y a la que miran ahora los posibles compradores, políticos y trabajadores como salida más que airosa una vez liberadas las cargas.
Pero para eso habrá que esperar. De momento, hoy domingo comenzará la parada en Viscocel. Y mañana, en Celltech.
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