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Cuando se les pregunta por el futuro de Sniace, los tres -aún acuden a diario a sus puestos en la planta química-, responden sin darse cuenta en pasado. Lucía, Alejandro y Borja no conciben que una compañía que tiene trabajo y materia prima ... suficiente para llevarlo a cabo eche el cierre «por sorpresa». «Había futuro», argumentan. Fueron los últimos en llegar. La hornada de jóvenes operarios que se incorporaron tras el cierre de 2013, cuando la plantilla al completo fue despedida. 533 trabajadores se quedaron en la calle y su situación se convirtió en un drama en Torrelavega y toda la comarca del Besaya. También fue el inicio de una lucha, en la que muchos de ellos creyeron, que fructificó tres años y medio después tras el visto bueno del Tribunal Supremo. Sniace reabrió en 2016. Primero lo hizo la planta de celulosa (Celltech) y a finales de 2017 le tocó el turno a la de viscosa (Viscocel).
«Era el trabajo soñado», resume Borja González. Tras hacer un curso de soldadura dejó el currículum a uno de los profesores y al poco entró por la puerta de la fábrica. Es uno de los operarios del departamento de servicios químicos, donde se transforma la celulosa en viscosa para que posteriormente sea hilada. «Estaba a gusto con todo: con los compañeros, con los jefes... Nunca había ido tan contento en mi vida como ahora», admite con pesar. Es uno de los aspectos que llama la atención: la buena sintonía que hay en la plantilla pese a los nubarrones que se ciernen sobre el horizonte. «No hay ningún tipo de tensión entre nosotros», corrobora Lucía Martín. Es una de las pocas mujeres que trabaja a turnos en producción. «Lo peor es que ahora vienes todos los días y es una sensación extraña dar lo mejor de ti sin saber hasta cuándo va a durar», admite esta técnica de análisis de laboratorio y química industrial de 30 años.
Edad: 33 años. Antigüedad: Noviembre de 2017. Puesto: Operario de planta química (Viscocel)
Edad: 30 años. Antigüedad: 2017. Puesto: Planta de filtración de baño (Viscocel)
Edad: 31 años. Antigüedad: 2017. Puesto: Departamento de servicios químicos (Viscocel)
«Mi padre me ha dicho que hay que esperar. Él está curtido en mil batallas», afirma Alejandro Asua. Es operario de producción en Viscocel y conoce bien la historia reciente de la empresa. Es el único de los tres que tiene algún familiar que ha pasado por Sniace. «Le pilló la vez anterior -explica en alusión al episodio de 1993 y posterior encierro de toda la plantilla-. Aunque era pequeño, me acuerdo de venir a verle aquí dentro y traerle comida», cuenta. «Él dice que ahora comenzará la función. Nosotros estamos trabajando como si nada, como si la cosa fuese a seguir funcionando», explica. Porque dentro se están llevando a cabo mejoras con el material que llegó antes del anuncio del cierre. Es como si tuviesen el presentimiento de que, de una forma u otra, Sniace seguirá produciendo viscosa y celulosa en el futuro. «Lo último que se había escuchado es que estaban llegando pedidos y, de la noche a la mañana, nos encontramos con esto», explica Lucía. «Se consiguió reabrir, trabajamos duro todos para conseguir los estándares de calidad que el mercado exigía y ahora que parecía que despegábamos y nos llegaba más trabajo nos pilla esto de sopetón», relata Borja. «Conseguir clientes es difícil pero perderlos es muy fácil», asiente Alejandro.
Alejandro Asua | Trabajador
El futuro de más de cuatrocientas familias está en juego. También el suyo, pero son conscientes de que su juventud les da alguna ventaja. «Lo peor es ver a los compañeros que ya han pasado antes por esto y que tienen una edad más complicada. ¿Qué va a ser de los de cincuenta para arriba?, reflexionan los tres jóvenes. En su caso, el mayor escollo es el tiempo de espera que pueden asumir. «Volveríamos sin pensarlo», admiten.
Borja González | Trabajador
«Era la primera vez que me hacían fijo en mi vida y eso que, aunque solo tengo 33, he pasado por muchos sectores: la construcción, el metal, mantenimiento...», añade Alejandro. Borja no se ha recuperado aún del shock. «Cuando la cabeza se asiente, igual preparo unas oposiciones. No lo sé. Entré aquí pensando que tenía el futuro garantizado, al menos a medio plazo», explica. A ninguno les convence la situación en la que se mueve la industria de Cantabria. Lucía lo explica de forma gráfica: «Las páginas de economía de El Diario parecen de necrológicas: la industria se está muriendo». La solución, por tanto, está fuera para ella. «Como muchos de mis amigos, tendré que plantearme salir. Pero es que yo quería seguir aquí. Iba a emanciparme, pero con esto ya es imposible. Tendré que abortar los planes», cuenta.
Lucía Martín | Trabajadora
Borja, Lucía y Alejandro caminan desde la báscula -como allí llaman al lugar por donde se accede ahora a la factoría en uno de los laterales- hasta lo que durante mucho tiempo fue la puerta principal. Entre las rejas se ve la fachada de las oficinas, la única cuya imagen aún sigue siendo estando presentable. El tejado luce como nuevo. Mucho mejor que las instalaciones de detrás. «Están un poco feas, no se puede negar, pero dentro se está bien y se trabaja muy a gusto. Le suelo decir a mis amigos que yo no vengo a trabajar en un tanque ni nada parecido», relata Lucía entre risas.
Tras el encuentro para la foto, Alejandro y Lucía se despiden con prisa. Entran en el turno de las dos y solo quedan veinticinco minutos. Borja disfruta de su día libre. Ellos tienen que dar el relevo como si nada sucediese. Como si el ritmo no fuera a parar. «Es una pena porque estábamos muy a gusto», sentencian.
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