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Nadie le dio demasiada importancia entonces, pero todo empezó hace exactamente un año. El 22 de enero de 2020 se reunieron el alcalde de Bareyo, José de la Hoz, y el todavía entonces consejero de Industria, Francisco Martín, hoy presidente de la Autoridad Portuaria de Santander (APS). Hablaron de muchas cosas, pero la que más daría que hablar en los meses siguientes quedó relegada en ese momento a las últimas líneas de las crónicas periodísticas. Después de todo, no fue más que un comentario, apenas un pensamiento en voz alta, pero cargado de significado: la intención por parte del regidor de dotar de «contenido» la finca del faro de Ajo. Ahí quedó todo. Nada más durante semanas. Y así lo contó este periódico al día siguiente. Todo fue silencio hasta cinco meses después, con la exclusiva: «La pintura multicolor de Okuda iluminará este verano el Faro de Ajo».
Quizás por su novedad, por llevar detrás una firma como la del artista santanderino o tal vez por la polémica que la ha acompañado desde ese primer día, la nueva imagen de la torre se ha convertido en un reclamo de primer orden para el turismo de Cantabria. El objetivo lo ha cumplido. Porque ni el nombre de Fermín Artaza Piñera, el ingeniero que proyectó la torre a comienzos del siglo XX, ni datos como su inauguración en 1930 ni sus 15,7 metros de altura habrían llegado a oídos de la mitad de visitantes de no ser por el lavado de cara que la Autoridad Portuaria de Santander puso en marcha este pasado verano. Y hablando de veranos, por comparar: el faro de Ajo fue el destino de 35.000 visitantes en su último periodo estival teñido de blanco; en 2020, su primer año multicolor, superó los 40.000 pasadas tres semanas de su inauguración en julio, y los 70.000 a mediados de octubre.
Conseguir que esos números no sean sólo flor de un día es uno de los objetivos que se han propuesto cumplir conjuntamente la APS, el Gobierno de Cantabria y el Ayuntamiento de Bareyo, que incluso ha llegado a recibir peticiones de firmas automovilísticas para presentar sus flamantes modelos junto a la torre. Las expectativas no están bajas. Ahí está la apuesta del Ejecutivo autonómico de destinar al menos 6.000 euros a labores de promoción durante los cuatro años de vida del proyecto, ocho si finalmente se llega a renovar el convenio entre el Consistorio y el Puerto.
Para hacerse una idea de la importancia que ha ganado el cabo de Ajo en las cabezas pensantes detrás de la estrategia turística de Cantabria, el Gobierno regional ya contempla el perfil de la torre como parte de la imagen corporativa de la Comunidad. Una de las citas más señaladas del calendario en esa materia, si no la más importante, es la Feria Internacional de Turismo de Madrid (Fitur), un evento en el que se presentará el faro de Ajo como obra representativa de la región, como confía el alcalde de Bareyo, a tenor de lo que asegura el Gobierno. En esa divulgación apartada ya de toda polémica es donde se jugará el éxito definitivo de la actuación, uno de los pocos hitos de 2020 en Cantabria que destacarán en la hemeroteca fuera de la demoledora actualidad relacionada con el covid.
Fue noticia. Unos días para bien, sí, pero otros por la polémica que acompañó al proyecto. Es difícil hablar del faro de Ajo sin recordar la controversia que generó desde que fue anunciado oficialmente en mayo del año pasado. Era apenas un proyecto sobre la mesa de la APS, la consejería de Turismo y el Ayuntamiento cuando se convirtió en objeto de debate de un día para otro. El respeto a su valor histórico y su sencillez, a un lado; la oportunidad de transformar en un activo turístico un terreno donde sólo había «dos vacas» –como especificó Revilla–, al otro. En medio, un «sorprendido» Okuda, quien siempre prefirió eludir el cuerpo a cuerpo con los detractores del encargo, que reunieron decenas de miles de firmas en contra de cambiar el color blanco de la torre. El caso fue llevado incluso a la Fiscalía, finalmente sin éxito, por un posible delito contra el patrimonio y supuesta prevaricación administrativa.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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