«Es muy difícil hacer entender que la sostenibilidad mejorará la economía»

A estas alturas nadie puede afirmar que la cuestión que se abordó este miércoles en el Foro Económico de El Diario Montañés, la emergencia climática, le sea ajeno. Conceptos como sostenibilidad, descarbonización, control de emisiones y cambio climático ya empiezan a ser viejos conocidos con los que convivimos en nuestro día a día. Por eso Elvira Carles (Tortosa, 1964), directora de la Fundación Privada Empresa y Clima que ejerce de observadora para la ONU, quiso centrar su ponencia en poner orden y datos a ese bombardeo de menajes y hacerlos más accesibles, sobre todo a los empresarios, que insiste que «desde el más pequeño hasta el más grande debe de estar involucrado en los objetivos» de descarbonización que establecen las Naciones Unidas en este campo. Además, quiso acercar este organismo internacional que muchas veces apreciamos más lejos de lo que realmente está de nuestro día a día, tanto que no sólo está en nuestro presente, también está focalizado en que tengamos un futuro.

Precisamente, esa es la labor que ejerce Carles con la fundación que dirige, «servir de bisagra» entre las empresas y las instituciones para ayudar a aplicar los acuerdos que se alcanzan internacionales. Unas mesas de negociación que ella presencia de primera mano ya que ha tenido «el privilegio»de asistir a las 16 últimas COP ('Conference of the Parties') anuales celebradas. La última de ellas, la 28, que tuvo lugar en Dubái hace unos meses es para la empresaria catalana «la más importante hasta la fecha después de la de París de 2015». Y así lo defiende porque «en pleno corazón del petróleo se alcanzó un acuerdo multilateral para lo que ya es el principio del fin de los combustibles fósiles». Nada hacía presagiar, y así lo remarcó Carles, que se llegaría a un pacto de semejante envergadura en los Emiratos Árabes pero «lo están pasando verdaderamente mal con el aumento de temperaturas y quieren poner solución». De hecho, la emergencia climática está agrupando a todos de tal manera que incluso «en el mismo plenario de Dubái estuvieron trabajando en equipo Israel y Palestina».

Carles incide en que en las COM «ves que se establece una geoclimática mundial que marca luego la geopolítica». En este sentido, incidió en que en el encuentro en Dubái estableció una hoja de ruta con la que se han comprometido 118 países para triplicar las energías renovables y duplicar la eficiencia energética de sus edificios de aquí a 2030 así como, entre otros puntos, reducir las emisiones del transporte por carretera. No obstante, Carles recalcó que Naciones Unidas no está únicamente trabajando a corto plazo, es más, tiene el foco puesto ya en el año 2050 e incluso se está planteando ya los retos para las décadas hasta 2070 «pensando en la siguiente generación y, si puede ser, en la que vendrá después». Y en ese camino, recalcó la catalana, «para la ONU las empresas juegan un papel esencial, en poco tiempo cualquier negocio, da igual si grande o pequeño, o si esté en España, California o China deberán calcular y reducir sus emisiones».

Un desafío épico

El reto es, como la amenaza, de proporciones épicas y no es inminente, es literalmente ahora. En concreto, Carles especificó que debemos «dar la vuelta a la situación en diez años». Una situación que va «más allá de que aquí en Santander notemos un invierno más corto», porque «un 20% de países ya están notando un exceso de temperatura» y hay un alto riesgo de que en las próximas décadas aumenten exponencialmente las zonas inhabitables del planeta. Y es que lejos de las consecuencias que ya conocemos aparejadas al calor extremo como incendios o sequía hay más. Carles incluso expuso «efectos que se están dando que nunca habíamos visto» como que esas olas prolongadas hacen que desaparezca la humedad ambiental y las personas y los animales tengan dificultad para respirar y acaben incluso muriendo. Por lo cual «es de esperar que toda la gente que habita esos espacios terminaran viéndose obligados a emigrar porque literalmente no podrán vivir en sus países».

En ese castillo de naipes en el que la desaparición de una pieza causa una reacción en cadena a nivel mundial Carles no quiso exponer parte de las consecuencias más duras que nos esperan y que estamos viviendo ya. Pese a ello no dejó de hablar otros problemas que azotan el planeta cada vez más habituales como son las riadas, los tornados o el deshielo de los glaciares que conduce al aumento del nivel del mar. El problema es que igual que la escala de la situación es mundial, también la solución debe serlo. Y aunque Europa puede sacar pecho en políticas medioambientales porque «es el piloto» mundial en esta materia «sus emisiones solo implican el 9% de todo el planeta», un David frente a Goliat que representa el «31%» de China o el 13% de Estados Unidos. «Aunque ahora mismo −apostilló Carles− el que más preocupa es India porque su aportación no para de crecer año a año y no le pone freno».

Entre las soluciones que hay sobre la mesa que expuso Carles está principalmente aumentar la energía que se produce eólica, solar, hidráulica y geotérmica, así como impulsar el hidrógeno verde. Por otro lado, detalló que en estos momentos se trabaja en que cada fábrica igual que trata sus aguas disponga de una planta de captura de carbono para evitar que sus emisiones vayan a la atmósfera». Porque Carles igual que incidió en que el camino que lleva Europa es el correcto también apostilló que «actualmente el continente sólo tiene controladas el 34% de las emisiones», con lo que todavía queda mucho por recorrer y hace falta aumentar la velocidad de la marcha para no perder la carrera contra el cambio climático.

En la presentación, Carles recurrió a varias infografías. Entre ellas una que ilustraba en amarillo la cantidad de plantas solares existentes en Europa y dicho color escaseaba, y mucho, en la península Ibérica. «Me avergüenza que en uno de los lugares con más sol del planeta haya tan pocas placas», recalcó la empresaria al tiempo que remarcó que «más aún cuando la instalación de las celdas solares es casi 800 veces más barata que hace pocos años».

El CBAM (Mecanismo de Ajuste en Frontera por Carbono) es un impuesto que los sectores del acero, acero hierro, cemento, aluminio, energía y fertilizantes deberán abonar cuando importen a Europa equivalente al precio de las emisiones de las toneladas de CO2 y que no se pagan en el país de origen. Con ello quieren «acabar con la deslocalización de empresas y favorecer la competitividad de las que están dentro del continente».

Pese a que el 31% de las emisiones del planeta provienen de China, que ocupa el primer puesto del ranquin, Carles quiso destacar que «es un país que está consiguiendo hacer su industria más sostenible». No es algo que ocurra con India, cuyas emisiones «están creciendo frenéticamente y no están haciendo nada para ponerle freno», con lo que la catalana dijo que es «el país que en este aspecto más preocupa actualmente a la ONU».

Una de las preguntas de los presentes fue cómo afectan estas políticas medioambientales a las pymes. Sin ambages, Carles dijo que también las pequeñas empresas «tan abundantes en Cantabria» deberán medir su huella de carbono porque de lo contrario las grandes no querrán seguir contando con ellas puesto que «existe una cadena de valor y si las de menor tamaño no miden sus emisiones se las achacaran a las de más envergadura y deberán pagar por ello».

¿Todas estas exigencias no provocarán más tractoradas? Fue otra de las preguntas del público. Al respecto la ponente incidió en que «el sector primario es el primer eslabón de muchas cadenas tróficas y es esencial», pero también es necesario que entiendan que «cambiar algunas tecnologías o procesos que históricamente han hecho es más rentable», algo que cree que favorecerá que el mundo del campo no tenga tantas carencias.

En la ponencia, Elvira Carles incidió en que por encima del hambre o el cáncer a nivel mundial es el «ahogamiento», con diferencia, la principal causa de muerte. Con ello quiso identificar el aumento del nivel del mar y el incremento de las lluvias torrenciales y riadas como una verdadera pandemia, más aún en países subdesarrollados en los que la población no sabe nadar y sólo ha visto una piscina «en los hoteles de lujo».

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