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A las cinco y cuarto de la mañana Astander es una ensalada de luces. Las rojas, en el punto más elevado de las grúas, y las del Evrima, el crucero de lujo que está completamente iluminado, son las que más llaman la atención. A ... esa hora, los efectivos de la Guardia Civil estudiaban cómo controlar el tráfico en la rotonda que conecta con El Astillero, con el Alto de Maliaño y con la autovía. «Por ahora no hemos visto a nadie», decía uno de los agentes. «De venir, vienen por aquí», se escuchaba decir a otro. El dispositivo fue amplio. Unos cuarenta efectivos. Cascos, escudos, protecciones, muchos vehículos... Preparados para una mañana intensa. Desde la empresa habían lanzado algún dardo a la Delegación de Gobierno por lo sucedido en los últimos días. Al final, lo de este martes se quedó sólo en tensión. El día trece de huelga del metal se tradujo en Astander en horas de tranquilidad bajo vigilancia. Hubo piquetes, sí, pero ni un conato de incidente. No les dejaron acercarse a la puerta. Los agentes permitieron el acceso de los trabajadores que sí fueron a trabajar. Pero la realidad es que fueron muchos menos que en una jornada de rutina.
En la agenda de una huelga siempre hay puntos calientes. Después de lo sucedido el lunes, Astander estaba marcado en rojo. Un coche quemado, un tapón en el acceso... Y a eso hay que sumar doce días de reivindicación sin meter un euro en casa. Eso quema y se sabe.
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Antes de las seis, junto a la entrada principal, en la zona más próxima al casco urbano de El Astillero, ya se congregaban unas veinte personas. El piquete. Desde el otro lado de la autovía se escuchaban gritos («esquiroles») y sonaba algún petardo. Estruendos aún de noche. Veinte, treinta, cuarenta... Poco a poco. La Guardia Civil formó una línea para impedir el paso a unos cien metros de la entrada. Y así se quedó toda la mañana. Un grupo que iba y venía de trabajadores en huelga y otro de agentes más o menos numeroso en función de las personas que tuvieran en frente. Sin incidentes.
Eso abajo, cerca del principal acceso. Pero el grueso del dispositivo estaba en la rotonda. Controles de acceso. Dando el alto a los vehículos para que se identificaran conductores y pasajeros. Y también un par de coches de la Benemérita en el acceso por el ramal de la autovía.
A las seis y veinte alguien dio una voz en el piquete. Retirada lenta. Momentánea. Paso atrás. Fueron minutos de jugar al gato y al ratón. Los trabajadores en huelga concentrados merodearon por el otro lado de la autovía. El parque, la estación, el centro de salud... De vez en cuando, algún petardo. Alguna consigna. La entrada al aparcamiento, que el lunes fue uno de los puntos principales de concentración, estuvo despejada. Y allí fueron llegando los coches que pasaban el control policial. Los que iban a trabajar. Un goteo de vehículos, con varias furgonetas con matrícula extranjera. Las subcontratas.
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Álvaro Machín
Con todo, a esta hora –las siete–, el volumen de personas que había entrado a las instalaciones estaba lejos del hervidero habitual. Especialmente, con el Evrima como cliente. En el buque trabajan cientos de operarios, que desde hace meses engrosan la ocupación hotelera de un buen número de establecimientos.
De hecho, desde algún hotel llamaron por teléfono. «Oye, ¿están entrando los autobuses?». La forma de moverse de estas cuadrillas. Antes de las ocho, ninguno. Buena parte del grupo que formaba el piquete se concentró, nuevamente, en las cercanías de la entrada principal. Formaban corrillos, charlaban… Acto de presencia, pero nada más. Viendo, en la distancia, cómo accedía algún coche. Y así fue pasando la mañana.
A eso de las nueve, en ese aparcamiento había unos cincuenta vehículos. Abajo ya no quedaba nadie concentrado y sólo diez o quince trabajadores en huelga permanecían junto a la rotonda observando cómo los agentes seguían con los controles. «¿Cuándo se van a ir? Para cuatro que estamos aquí, mira cuántos guardias son», bromeaban. «Trece días. Es que es mucho tiempo».
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Los famosos autobuses a los que todos esperaban empezaron a llegar pasadas las nueve y media. Por lo menos, uno. Directos al aparcamiento y adentro por un acceso desde allí mismo. Con eso, fin de la mañana en Astander. Balance: cero incidentes, pero menos actividad laboral.
«¿Cómo anda la cosa?», se preguntan en mensajes los trabajadores que engrosan diferentes piquetes. Por Guarnizo, por Nueva Montaña... «Tranquilo». Frente a la GSW, la imagen del día fue la de una cola de unos quince o veinte coches. Un grupo de personas estaba taponando dos de las entradas. Estaban allí, sin provocar altercados (había dos furgones de la Policía Nacional a su lado), pero impedían el paso. O, al menos, lo retrasaban. Porque cada cinco minutos, más o menos, se abrían para dejar pasar a dos o tres coches por tanda.
«¿Cómo van las cosas? Pues muy tranquilas, como estos días y con la gente un poco enfadada porque no parece que por parte de Pymetal haya ningún tipo de acercamiento. Pero bien, apoyando masivamente la huelga y sin altercados». Eso decía allí mismo (a las puertas de GSW ), José Duarte, delegado sindical de CC OO en CTC. Eran ya casi las diez y media y ya no había fila.
Fin del día trece.
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