Cuando todos huyen, ellos se arman de valor y se enfrentan al infierno. Todos los bomberos son héroes profesionales en potencia, pero aquellos de Santander fueron los primeros de España en actuar como voluntarios. Sensibilizados aún por el desastre de la explosión del vapor Machichaco ( ... 1893), no dudaron en organizarse al año siguiente para apoyar los recursos de la lucha contra los incendios y demás catástrofes. Así surgió en 1894 la Sociedad de Bomberos Voluntarios de Santander.
Santander ha sufrido graves quemaduras en su piel urbana. Están documentadas los incendios de Santander en 1340 y 1435, además de otros muchos que afectaron a casas o edificios aislados. Una buena parte de ellos se avivaron por el viento sur, de tal manera que cuando arreciaba, las autoridades municipales del siglo XVI instalaban cuatro guardas para velar la noche e instaban a los vecinos a disponer de una cántara de agua. Pero fue en los primeros años del reinado de Isabel II cuando en España se decide organizar los cuerpos de bomberos con cierta profesionalidad, y en Santander se crea una compañía de artilleros-bomberos en 1834 que se convertirá en el servicio de bomberos del municipio.
Todo cambiaría con la tragedia de la explosión del Machichaco que ocasionaría más de 500 muertos y 2.000 heridos, diezmando a la mitad de los bomberos de la ciudad. En la catástrofe perdieron la vida los bomberos Valeriano Bernó Fernández, Manuel Faro Rodrigo, Agapito Gómez Velarde, Gerardo Lasanta, Antonio Ortiz Lavín, Pedro Ruiz Montes, José Sánchez, Juan Sarabia, Pedro Tejera González y José Venero.
El destrozo, las víctimas y la reducción de medios para luchar contra el fuego, animó a un grupo de amigos que se reunían en una tienda ubicada en El Muelle, propiedad de José María Pellón, a crear la que se llamó Sociedad de Bomberos Voluntarios de Santander. La primera junta rectora se creó el 10 de octubre de 1894 en el salón de sesiones del Ayuntamiento de Santander y se nombró presidente a Antonio Fernández Baladrón y jefe del cuerpo a Luis Velasco, que sería sustituido posteriormente por Luis Torres Quevedo.
La iniciativa se recibió con una gran acogida entre los santanderinos y las autoridades, lo que se aprovechó para abrir una suscripción popular con cuyos donativos se adquirió parte del material con el que dispondría, entre ellos una bomba de vapor y un carro de auxilio. Al mismo tiempo, jóvenes pertenecientes a todas las clases sociales de la ciudad, abogados, ingenieros, médicos... se inscribieron en dicha sociedad como bomberos voluntarios, prestando un desinteresado servicio e interviniendo en la extinción de numerosos incendios.
Al mismo tiempo que aparecían los bomberos voluntarios, el ayuntamiento santanderino se dispuso a reorganizar el servicio contra incendios ya que, además de las pérdidas personales, también perdió la única bomba de vapor que tenía, dotándose de dos potentes autobombas e inaugurando el edificio del Parque de Bomberos Municipales del Río de la Pila en 1897, que estuvo en uso hasta 1959, cuando las dependencias se trasladaron al Parque de Cajo.
Por su parte, los bomberos voluntarios se instalaron con carácter provisional en una planta baja de la calle Magallanes, hasta que en 1904 se construyó el edificio de la Plaza de Numancia, donde actualmente tiene sus instalaciones. Para la adquisición del solar se emitieron 80 obligaciones de 500 pesetas cada una. El coste total ascendió a 135.000 pesetas y es obra del arquitecto Valentín Ramón Lavín Casalís. Tiene planta cuadrada y está construido con sillería en el zócalo y fábrica de ladrillo revocado que imita la piedra, en el resto. Presenta dos torres, una circular sobre la puerta principal y otra de planta cuadrada en la esquina contraria. Destaca también el patio interior, de planta poligonal y estructura de hierro. En 1907 sería reconocida con el título de Real, pasándose a denominarse Real Cuerpo de Bomberos Voluntarios.
Entre los servicios prestados por los voluntarios destaca su labor en el gran incendio de 1941, donde los 64 santanderinos municipales y voluntarios recibieron la ayuda de otros bomberos de Bilbao, Burgos, Gijón, Madrid, Oviedo, Palencia, San Sebastián, Torrelavega, Valladolid y Vitoria. Aquellos bomberos quedaron extenuados. Duraron varios días los trabajos de extinción. Se dormían con la lanza en la mano aguantando el agua, atacaban el fuego a pulmón, sin protecciones, más allá de un casco de cuero. Un bombero madrileño, Julián Sánchez García, de 38 años, falleció en las Atarazanas cuando le cayó parte de la pared de un edificio en ruinas.
Hoy día, presidido por Mariano Linares, anterior presidente de la Editorial Cantabria, editora de El Diario Montañés, los bomberos voluntarios están considerados como un cuerpo auxiliar del Servicio de Extinción de Incendios del Ayuntamiento de Santander. Cuenta con material propio y una subvención municipal anual. Además, se nutre de la cuota de los socios suscriptores, subvenciones de alguna empresa y donativos particulares. La precariedad del edificio hizo necesaria su remodelación hace escasos años, trabajo que fue llevado a cabo por la misma plantilla de bomberos voluntarios que en la actualidad ronda la veintena de voluntarios, 3 autobombas y 2 vehículos.
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