El Mercado de la Esperanza ya no es lo que era hace unas décadas: sigue, por supuesto, la búsqueda de la excelencia en la producción y la comercialización, pero el tráfago del día a día, característico ya de otras épocas, ha desaparecido. Téngase en cuenta ... que el mercado era prácticamente el músculo de la ciudad, lleno de personas que iban y venían, consecuencia de un movimiento continuo de mercancías donde coincidían distribuidores, vendedores, renoveras, clientes, buscones y curiosos. Lo cuenta Nacho García desde el mostrador de su puesto en el mercado (7-8-7B-8A-8B), donde disfrutamos de su surtido de pollo, jamón, paté, borono, morcilla y otros productos como salmón ahumado, queso y membrillo, entre otros precocinados y envasados. Nacho es el actual presidente de la Asociación de Comerciantes del Mercado de la Esperanza y conoce al dedillo la plaza. Forma parte de la cuarta generación de charcuteros de un negocio que empezó a finales del siglo XIX. Nacho, que es técnico en electrónica industrial, entró a trabajar con quince años en el negocio familiar, llevando pedidos a restaurantes (entre ellos, los primeros chinos que se instalaron en la ciudad). Entró para tres meses y lleva ya cuarenta años... Recuerda con nostalgia los días de (mayor) juventud en que entraba a las seis y media de la mañana y salía pasadas las diez u once de la noche, con el mercado atestado de gente y filas para entrar a comprar a los diversos puestos. Vivimos otras circunstancias, pero el mercado aún guarda historias centenarias, como la de los García.
Tomamos como origen de su carnicería el año 1904, que es el de la inauguración del mercado de la Esperanza, pero debo señalar que la familia, con ramificaciones procedentes de otras regiones españolas, ya regentaba una carnicería en la calle Burgos a finales del siglo XIX, liquidada al trasladarse la bisabuela de Nacho, Antonia Gutiérrez, a un cubículo en el nuevo mercado. Era un puesto de los que estaban pegados a la pared, es decir, de los que debían someterse reglamentariamente a una concesión por un determinado tiempo; por aquello doña Antonia pagó dos pesetas y media de la época. Su esposo era Eduardo García del Río, que da nombre, por cierto, a una calle en la ciudad, en Peñacastillo, precisamente no lejos de donde tenían una finca. Habiendo fallecido Eduardo relativamente joven, su hijo Antonio García Gutiérrez (1910-2005), se vio obligado a dejar de estudiar y ponerse desde chico al frente del negocio, junto con su madre. El establecimiento de la carnicería no solo se basaba en la venta sino en la matanza y la distribución de los productos. De hecho, suministraban carne a la familia real durante sus veraneos en el palacio de la Magdalena. De ahí proceden, en la memoria familiar, algunas anécdotas que conoció Antonio de primera mano, como aquella que sitúa al rey Alfonso XIII al comando de su coche, pidiéndole al llegar a palacio al joven carnicero que comprobara cuánta distancia les había sacado a sus escoltas...
Tras la Guerra Civil
Durante la guerra civil la actividad de la carnicería se redujo enormemente, limitándose los García en la práctica al cultivo de la finca familiar, que por otro lado les servía para mantener a duras penas una mínima actividad en su puesto. Antonio luchó en ambos bandos durante la guerra, primero como sargento con los republicanos y luego como sargento con los nacionales en los frentes de Aragón y Cataluña, lo que no le libró de un expediente de depuración posterior.
Al acabar la contienda muchas cosas cambiarían en la vida del país y de la ciudad: nuevos órdenes, nuevas leyes. Las renoveras, aquellas mujeres que comercializaban la producción rural y habían contribuido al sustento de numerosas familias humildes, fueron desapareciendo del mercado y los lugares centrales del amplio espacio salieron a la venta. Fue entonces cuando, hacia 1940, Antonio adquirió el puesto actual, que permitía doblar su servicio en el mercado; el primitivo puesto aún lo mantuvieron hasta décadas más tarde. Con el incendio de Santander, añadido a la situación de posguerra, creció la importancia de este espacio económico para la supervivencia cotidiana. Los animales (cerdos, especialmente) los traían vivos desde Salamanca, y se mataban en el propio mercado, donde estaban fijados unos 'precios y tasas': es decir, existía un precio mínimo y un precio máximo en cuyos márgenes debían moverse los expendedores. Se trataba de una regulación bastante razonable para los tiempos que corrían y el alcance de los usuarios. García adquirió un almacén en la travesía del Cubo, donde confirmó su proceso de expansión como distribuidor, relacionándose con importantes productores, como Conservera Campofrío, que había fundado en 1952 José Luis Ballvé, con quien tuvo amistad. Como ejemplo del volumen de mercancía, puede contarse que en esos años se vendían hasta siete toneladas semanales de lomo y costilla adobada. Hasta esa década los García mantuvieron otra carnicería en el Mercado del Este, que fue traspasada por una cantidad importante para aquellos años, siete mil pesetas.
Antonio García presidió desde principios de los años cincuenta, y durante veinticinco, el sector de ganaderos y carniceros integrado dentro del Sindicato Vertical y recibió la Gran Cruz de Caballero de la Orden de Cisneros, distinción que premiaba los servicios de quienes demostraban «un alto espíritu de entrega en las tareas de engrandecimiento de la patria». En el negocio trabajaba también su mujer, Angelita González Villanueva, de origen navarro y tan laboriosa como él: literalmente, solo los domingos los tomaban de descanso. Antonio falleció a los 94 años y su mujer, Angelita, casi centenaria. Después de incorporarse a la charcutería desde muy joven, su hija, María del Pilar García González, tomó las riendas de la misma.
Correción
La información sobre la Sociedad Deportiva de Remo Pedreña publicada el día 24 fue realizada por Raúl Gómez Samperio.
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