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Aunque oscurecido por el omnipresente tema catalán, se ha desarrollado esta semana un interesante debate en el terreno económico alrededor de los salarios. En sus dos vertientes, la subida del salario mínimo y el aumento de los salarios de los demás, que cobramos por encima ... de él. El salario mínimo es un tema muy delicado que debatimos mal. Visto así, al bulto, nadie puede decir que 707 euros de salario sean una barbaridad. Más bien son todo lo contrario, minúsculos. Yo no llego con esos euros a fin de mes y, si vienen a comer a casa mis hijos y mis nietos, entonces no llego ni al fin de semana. ¿Cómo oponerse a su mejora? El Gobierno no quiere hacerlo y por eso va a subirlo este año hasta los 735 euros y anuncia un plan de nuevas subidas en los años venideros.
Sin embargo, en el mundo hay países muy importantes que no lo tienen y eso nos obliga a pensar sobre sus razones, máxime cuando todos ellos tienen niveles salariales muy elevados y tasas de paro muy reducidas. ¿Es, todo ello, debido a una simple casualidad? No, y la decisión de no disponer/imponer un salario mínimo interprofesional (SMI) tampoco es una consecuencia de la maldad intrínseca de unos sistemas políticos que protegen a unos empresarios desalmados, sino el fruto de una conclusión sorprendente: el SMI puede ser una barrera al empleo.
No se debe olvidar nunca que no existe solo una alternativa entre un salario mínimo y un salario mayor, sino que hay tres opciones: un salario mínimo, un salario mayor y... ningún salario. Ahí está el quid. Cuando un empresario paga unos 700 euros a un trabajador, en realidad debe contar y contabilizar un coste de unos 1.400 euros, como ha calculado el profesor Juan Ramón Rallo, al sumar al salario entregado el coste de la Seguridad Social a cargo del empresario, las pagas extras y todos los demás ingredientes que es necesario considerar. Entonces, el empresario que paga ese salario, necesita obtener un output superior a esa cantidad –como mínimo un 6/8% que es lo que se pide a toda inversión con riesgo–, porque, en caso contrario, simplemente no contrata. ¿Le parece una actitud insolidaria? ¿A cuántas personas ha contratado usted en el último año sabiendo que no recuperaría después el salario pagado?
Esta cruda exposición demuestra que, esto de los salarios, es tanto más difícil de solucionar cuanto más nos alejamos de quien lo paga en el microcosmos empresarial. El salario y la productividad obtenida con ese salario son dos conceptos indisociables y obviarlo no conduce a unos salarios mayores sino a un mayor nivel de paro. A lo largo de esta semana hemos oído muchas declaraciones a favor de la subida de los salarios. Las han efectuado instituciones tan respetables como algunos parlamentos, sindicatos o las instituciones camerales y políticos. ¿No detecta una curiosidad? Ninguno de ellos se debe preocupar por pagar los salarios que proponen. Algunos no se preocupan ni siquiera de sus ingresos, pues los obtienen directamente de los Presupuestos. Así resulta todo más fácil y quedar bien ante la parroquia es una exigencia sencilla.
¿Entonces? Pues entonces está claro que estaría muy bien que subieran los salarios. Las empresas necesitan más demanda y si sus empleados obtienen más dinero, ésta crecerá y Hacienda obtendrá más ingresos para pagar más gastos sociales. Perfecto. Lo malo es que el nivel de los salarios no depende de la buena voluntad de estas instituciones y personas. Si así fuera, me parece que se han quedado muy cortos. Yo, en su lugar, propondría subidas mucho mayores. El nivel de los salarios depende de la productividad y en España tenemos salarios bajos porque una buena parte de nuestra economía –en general la relacionada con los servicios de bajo valor añadido y la construcción– tiene una productividad muy escasa.
Entonces, si queremos salarios más elevados y queremos cobrarlos durante muchos años, elevemos antes la productividad de nuestro sistema económico. ¿Cómo? Sin duda alguna, esa larga historia empieza por elevar el nivel de formación de los empleados y termina con mayores inversiones y mejores productos, con más I+D, mejor calidad, más diseño y otras bagatelas del estilo. Por eso, y con el debido respeto, me atrevería a sugerir al Parlamento, a los sindicatos, a las Cámaras de Comercio e, incluso, a determinados políticos, que se preocupen más por la productividad y fijen en ella sus esfuerzos. Los salarios más elevados vendrán después. Ya lo verán. Y si es mucha la urgencia de un mayor consumo, podríamos intentar poner más dinero en los bolsillos de los ciudadanos bajando los impuestos. Lo acaban de hacer en los Estados Unidos pero, claro, como lo ha hecho el odiado Donald Trump no vamos a perder el tiempo en considerarlo. ¿Y si da resultado?
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