Cuando buscamos un origen a los balnearios, hemos de conformarnos con considerar la primera noticia escrita que tenemos sobre ellos. Como afirmaba Manuel Ruiz de Salazar en 1850 con respecto al de Puente Viesgo, las aguas del río Pas gozan de justa fama «desde tiempo ... inmemorial». La primera noticia que al parecer hay de sus propiedades beneficiosas está en el libro 'Entretenimiento de un noble montañés amante de su patria', que escribió en 1766 Francisco Javier de Bustamante, quien señalaba once baños «muy salutíferos de agua caliente sulfurosa, para todo género de dolencias, y ocurre mucha gente de varias partes a lograr la salud que les comunican dichas aguas». Tómese por tanto el año 1766 como el más antiguo en el que se documentan las aguas, pero que estas sin duda eran disfrutadas desde mucho antes y que el balneario no tomó una forma lejanamente aproximada a la actual hasta por lo menos 1843.
Según leemos en el Diccionario de Pascual Madoz, a mediados del siglo XIX había en Puente Viesgo tres baños particulares y uno general con capacidad para dieciséis bañistas, «en el cual hay una plataforma, cuyo muro sirve para defender los baños de las aguas del río que en tiempo de crecidas los inunda y estropea; sus virtudes con especialidad para reuma y contusiones son bien conocidas, por los muchos ejemplares de curas hechas, y por la concurrencia que constantemente se observa, a pesar de no estar hecho el análisis aún». Había además «dos casas en que se reciben huéspedes sirviéndoles con equidad y aseo, una se denomina la Casona y la otra la de los Pazos».
Ruiz de Salazar, que ponderaba el «caudaloso manantial de aguas termosalinas», transparentes e insípidas, pedía hacia 1850 que la casa de baños, pequeña y falta de higiene y ventilación, fuera sustituida «por otra más espaciosa, ventilada y a propósito para contribuir a los buenos efectos de sus hermosas aguas que desde tiempo inmemorial participan de merecida nombradía, especialmente para la curación de los afectos reumáticos». Una riada del Pas en octubre de 1862 se llevó la antigua caseta, que fue renovada por otra que contaba hacia 1868 con diez bañeras de agua corriente.
Hasta entonces las instalaciones habían pertenecido a la familia Corcho, que las traspasó a los Pila. A principios del XX se modificó de nuevo el edificio, que estaba colgado prácticamente sobre el río y conectaba la casa de baños con el hotel desde una cota baja. De ahí que hacia 1899 se instalara un moderno ascensor que permitía a los bañistas trasladarse sin cansancio desde los baños a su alojamiento. En 1894 Emilia Pardo Bazán había escrito que el balneario tenía solamente el interés «de un pintoresco, abrupto y hermosísimo paisaje suspendido sobre el río». Por entonces Alfonso Pérez Nieva apuntaba: «La instalación de baños es completísima, y a la altura en que se ha colocado la ciencia hidroterápica. Chorros, duchas, pulverizadores, inhaladores, gabinete piscina, pilas de mármol, cuantos aparatos introducen la salud por los poros suavemente y sin ser notados, o a bofetadas y palizas de agua, encuéntranse en el establecimiento en aquellas profundidades del puente de piedra. La cocina resulta de primer orden, y el manantial, considerado químicamente, es termal, clorurado sódico, bicarbonatado, cálcico magnésico y nitrogenado».
A pesar de que a mediados del XIX se decía que no eran «por lo regular regios personajes los que vienen a tomar los baños de Viesgo», lo cierto es que no anda escasa la historia del balneario de ilustres visitantes, como lo fue Marcelino Menéndez Pelayo, que acudía a sus baños en las mañanas estivales con la intención de paliar su reuma.
Un día de agosto de 1910 coincidió allí con su compañero académico José Ortega Munilla, que narró así el encuentro: «Me encontré en la galería hidroterápica del balneario de Puente Viesgo, cercano a Santander, a Marcelino Menéndez Pelayo, que abrigado con un gabán negro y llevando en la mano un paquete envuelto en un periódico, salía rápido hacia la terraza que se alza delante del edificio, a las orillas del admirado río Pas.
- No sabía que estuviera usted aquí -le dije-. No le he visto en el hotel ni en parte alguna de Viesgo.
- Es que yo vengo cada día de Santander en el tren de las nueve. Me baño y me vuelvo a Santander en seguida -me contestó.
- Es harto fatigoso ese régimen. Así no le probarán los baños.
- Es probable -repuso sonriendo- pero no quiero alejarme de mis libros. Estoy arreglando mi biblioteca.
Y el maestro pronunció estas palabras como quien da una razón definitiva. En efecto, para él los libros eran la vida, algo más querido que la vida misma».
Modernización
Llegó a haber, al parecer, con el tiempo, hasta doce hoteles o fondas en Puente Viesgo y, de hecho, entre fines del XIX y principios del XX el pueblo vivía prácticamente de la concurrencia de visitantes veraniegos; en 1889 se levantó el hotel, que se mantuvo en pie hasta las modernas instalaciones actuales. El balneario sufrió la decadencia común a este tipo de establecimientos a partir de la guerra civil, hasta que en 1991 el empresario Manuel Pérez Mazo inició una profunda remodelación de sus instalaciones, consolidando un completo servicio balneario y hostelero. En 1994 la selección española de fútbol se concentró aquí antes de hacernos sufrir en el Mundial de Estados Unidos; la estancia de jugadores y cuerpo técnico concitó la atención de medio mundo y resultó un escaparate magnífico para el Gran Hotel Balneario de Puente Viesgo, que desde entonces no sólo ha acogido a otras selecciones, sino que se ha prodigado enormemente a través de campañas promocionales nacionales e internacionales, convirtiéndose en una de las firmas cántabras más reconocidas.
Las aguas de Puente Viesgo, de mineralización media, son hipotermales, con una temperatura de 33,8º C. Son aptas para tratar problemas cardiovasculares, respiratorios, reumatológicos y psicosomáticos. Dispone de un hotel de 133 habitaciones y ofrece, entre otros atractivos, el templo del agua y la piscina de flotación.
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