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jorge alacid
Domingo, 10 de noviembre 2019, 14:30
Se atribuye a Winston Churchill (esa máquina, como Napoleón, de fabricar frases para la posteridad) la máxima según la cual luego de cada votación sólo hay un ganador: el partido que forma Gobierno. Todos los demás sólo son perdedores, concluyó. De donde se deduce que ... don Winston lo desconocía todo sobre la actual psicología del votante español medio, que este domingo concedió la llave del banco azul a un inesperado vencedor. La abstencion, cercana al 30%. El partido más votado.
En abril, el PSOE se impuso a sus rivales con un porcentaje de votos del 28,67%, pero ya entonces sufrió para superar por unas escuálidas décimas la cuota de abstención, que se elevó hasta el 28,24%. Un síntoma no sólo de la fragmentación del arco parlamentario, sino también de la imparable desafección ciudadana que debería haber situado el foco del debate público en la creciente crisis de autoridad (hermana menor de otra crisis más grave, la de legitimidad) que distingue hoy a nuestra clase política, empeñados sus miembros en hacer bueno aquel vaticinio de Churchill: en efecto, después de cada una de estas cuatro últimas elecciones, todos pierden. Incluso los que ganan.
Prueba de que los árboles que cobijan las apasionantes discusiones entre los partidos impiden ver el bosque de la participación ciudadana (clave de arco del sistema democrático) es la escasa sorpresa con que este domingo se ha acogido el dato de participación, que ni siquiera alcanzó el techo del 70%, porque en realidad se sitúa en una tendencia ya conocida: también Mariano Rajoy, cuando llevó al PP al triunfo en la doble convocatoria de 2015 y 2016 fue incapaz de mejorar los resultados que obtuvo el partido de los abstencionistas, cada día más nutrido.
Materia para la reflexión, por duplicado. No sólo porque esas cifras evidencian que una alta porción de españoles viven peligrosamente al margen de la Carrera de San Jerónimo y alrededores, sino porque semejante circunstancia sigue siendo invisible para la opinión pública y para la publicada. Que tienden a ser refractarias a los hechos: se suele asociar una baja participación a una coyuntura donde mengua la movilización de la izquierda, pero la historia electoral reciente concede a semejante afirmación la categoría de leyenda urbana. Más abstención, en realidad, suele equivaler al beneplácito del votante con un marco político estable. La movilización se traduce en propensión al cambio. Ideologías más o menos al margen.
El día después de las elecciones tiende a prevalecer una lectura de los resultados que otorga mayor relevancia a la aritmética que a la política. Como si los datos por sí solos ayudaran a interpretar los resultados. Error, inmenso error. Quien ignore la amenazante escalada de las fuerzas abstencionistas estará olvidando que ahí reside el embrión del presente bloqueo parlamentario: en la escasa simpatía del votante tipo con la oferta que le presentan los candidatos en liza. Que desemboca en el paisaje harto conocido: la España enrocada. Un escenario que, por cierto, también vaticinó (cómo no) el amigo Churchill: cuando dejó escrito aquello de que Rusia era «un acertijo, envuelto en un misterio, dentro de un enigma», en realidad estaba hablando de nosotros.
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