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Antonio Santos
Lunes, 22 de abril 2024, 00:55
Pasaban unos minutos de las diez de la noche y el escrutinio superaba el 95% de los votos. En Sabin Etxea, la sede del PNV, los dirigentes y militantes allí concentrados comenzaron a corear en tono de fiesta un sonoro «Ari, ari ari, Imanol ... lehendakari». Los nacionalistas soltaban así los nervios en una jornada en la que, durante muchos minutos de escrutinio, temieron perder unas elecciones autonómicas por segunda vez en la historia. La anterior fue aquella de 1986, en plena escisión que alumbró Eusko Alkartasuna, cuando el PSE obtuvo dos escaños más que la lista peneuvista encabezada por el recientemente fallecido José Antonio Ardanza, que gracias a que había sumó más votos que ninguno consiguió gobernar de la mano de los socialistas.
Cuarenta años después, el PNV evitó el sorpasso por parte de EH Bildu. El combate con la izquierda abertzale acabó con un triunfo a los puntos para los nacionalistas. La formación que preside Andoni Ortuzar ganó en votos –27.000 más que su rival– pero con una importante pérdida de escaños –cuatro menos que en 2020– y, lo que es peor para sus intereses, vio cómo Bildu ya les tutea en el Parlamento vasco, con los mismos representantes (27). Sólo el apoyo prometido por los socialistas garantiza a Imanol Pradales retener Ajuria Enea. Así lo evidenció la celebración que el propio candidato escenificó en la sede bilbaína del PNV.
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Xabier Garmendia
Los nacionalistas llevaban meses barruntando un escenario mucho peor tras las elecciones. Las encuestas –tanto las elaboradas por el partido como las publicadas por los medios de comunicación– preveían un triunfo de EH Bildu. El temido sorpasso se quedó en eso, en una posibilidad... pero una posibilidad muy cercana, casi tangible. Una preocupación que llevó al PNV a prescindir de Iñigo Urkullu como cartel electoral tras tres mandatos y a poner el futuro electoral del partido en manos de un Imanol Pradales que hasta entonces ocupaba el puesto de diputado foral de Infraestructuras en Vizcaya, que no tenía experiencia parlamentaria y que tampoco contaba con proyección fuera de su territorio. El político de Santurtzi logró ayer salvar los muebles del PNV y retener el Gobierno vasco tras una campaña en la que fue de menos a más y en la que, como si de una regata se tratase, dio velocidad a su trainera en el largo final, el de la última semana de mítines.
Andoni Ortuzar, presidente del PNV, aseguró anoche que su partido hará hoy un análisis más pormenorizado del resultado que ofrecieron las urnas. Los datos le permitirán ver la botella medio llena o medio vacía. En el platillo positivo de la balanza, que consiguen retener el poder, que no es poco, que suman 26.000 papeletas más que en los comicios de hace cuatro años, gracias sobre todo a la mayor participación respecto de aquellas elecciones celebradas en plena pandemia, y que siguen teniendo un feudo muy consolidado en Vizcaya.
En el negativo queda la pérdida de un 4% en el porcentaje total de votos recibidos respecto al resultado de 2020, la bajada en cuatro escaños en el Legislativo, y que, como en las elecciones municipales y forales del año pasado, Bildu les haya ganado en Guipúzcoa–granero de votos para los independentistas–, pero también en Álava.
Porque en los cuatro años de legislatura el PNV ha sufrido un durísimo desgaste. En 2020, los jeltzales se impusieron en los tres territorios y en las tres capitales. Lo hicieron, además, con una notable ventaja sobre la izquierda abertzale.
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