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Irma Cuesta Cifuentes
Jueves, 16 de marzo 2017, 21:06
Hay que ser muy valiente para, en lo más crudo del invierno siberiano, cuando el termómetro lleva días marcando 34 grados bajo cero y las manadas de lobos acechan en la profundidad del bosque helado, caminar sola durante horas en busca de ayuda; hay ... que tener madera de heroína para, con solo cuatro años, despertar en mitad de la noche, ver que tu abuela no responde a tu llamada y que tu abuelo ciego apenas puede moverse, ponerte el abrigo, calzarte las botas, coger una caja de cerillas y perderte en la oscuridad en busca de auxilio. Esta historia, que haría las delicias de Walt Disney si volviera a la vida, la protagoniza Saglana Salchak, una muñequita que no tuvo reparos en abrirse camino en la taiga siberiana y caminar ocho kilómetros hasta la finca más cercana para buscar alguien que salvara a su abuela.
El distrito de Tere-Kholsky, uno de los diecisiete en los que está dividida la república rusa de Tuvá y el lugar en el que vive Saglana, es una zona muy poco poblada, repleta de bosques, montañas escarpadas y llanuras desoladas. Dicen quienes lo conocen que cuando uno entra en Tuvá por la única carretera de acceso tiene la impresión de haber llegado a otro mundo. Un planeta de muy pocos habitantes en el que se suceden los paisajes vírgenes poblados de cedros y abedules, kilómetros de desierto, la estepa, lagos y caudalosos ríos; un lugar perdido que alumbra héroes.
La proeza de Saglana, esta suerte de caperucita roja siberiana, ha logrado emocionar a los habitantes de Tuvá, una república rusa situada en la parte más meridional de Siberia, pero también ha metido a su madre en problemas. Tras lo ocurrido, las autoridades la acusan de haber dejado a la niña a cargo de alguien que, aunque quisiera, no podía cuidarla como es debido.
Hacía ya tiempo que Saglana vivía con sus abuelos muy cerca de la frontera con Mongolia, en una remota granja en medio de la masa forestal más extensa del planeta y a casi veinte kilómetros de la aldea más próxima y ocho del vecino más cercano. Su existencia transcurría con normalidad hasta un día de febrero en que la niña se despertó en mitad de la noche y descubrió que su abuela, de sesenta años, no se movía. Saglana habló con su abuelo ciego y le explicó que caminaría hasta la granja vecina para pedir ayuda. Sin perder un minuto se vistió, se abrigó como pudo y salió de casa con una caja de cerillas con la que, según explicó después a los redactores de los periódicos locales, podría hacer fuego si perdía el rumbo y no conseguía llegar a su destino.
Después de pasar varias horas caminando entre la nieve a -34 grados centígrados, la niña llegó a casa de los vecinos y contó que su abuela estaba enferma y necesitaba ayuda. Nadie se explica cómo lo logró; cómo fue capaz una criatura, que debería estar en el colegio dibujando y haciendo fichas, de recorrer ocho kilómetros con tramos en los que la nieve debía llegarle al pecho, y esquivar a las numerosas manadas de lobos que campan a sus anchas por la zona.
"Solo caminé y caminé"
Sin duda, los primeros sorprendidos fueron los vecinos. Ellos mismos han contado que vieron a la niña acercarse a la casa entre la maleza y salieron a su encuentro. Según han publicado estos días varias periódicos de la zona, llamaron al médico, que reconoció a la niña antes de ir en busca de los abuelos. Cuando llegó descubrió que la abuela había muerto víctima de un ataque al corazón. Al ser preguntada, Saglana contó que no había sentido miedo. «Solo caminé, caminé y caminé hasta llegar aquí», dijo, reconociendo que había pasado algo de frío y hambre.
Las gentes del remoto distrito de Tere-Kholsky, con tantas historias extremas de supervivencia que es difícil impresionarles, la consideran uns heroína. Mientras, la justicia local investiga. No entienden cómo su madre, Eleonora Salchak, que vive con el padrastro de la niña y cuida su propia manada de caballos en otra parte de la región, la dejó en aquel lugar aislado a cargo de dos ancianos que difícilmente la podían cuidar. También ha quedado en evidencia la dejadez de los funcionarios de política social del distrito.
Ajena a todo eso, Saglana ha celebrado esta semana su quinto cumpleaños en un centro de acogida. Se tardará mucho en olvidar su proeza.
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