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Chagall, Un grito de libertad
Ilustración: Marc González / Adobe Stock
SOTILEZA

Chagall, Un grito de libertad

La Fundación Mapfre exhibe la primeralectura completade su creacióndesde su compromiso sociopolítico

Guillermo Balbona

Santander

Miércoles, 21 de junio 2023

¡Hola padre de Bruna

Acostumbra a bautizar sus libros con títulos largos, extremos. Son metáforas de un hilo que se postula como señal. Los nombres que presiden sus ficciones son rotundos, pero metáforas de un hilo que se postula como señal. Los nombres que presiden sus ficciones son rotundos, pero metáforas de un hilo que se postula como señal. Los nombres que presiden sus ficciones son rotundos, pero metáforas de u.

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Los nombres que presiden sus ficciones son rotundos, pero metáforas de un hilo que se postula como señal. Los nombres que presiden sus ficciones son rotundos, pero metáforas de un hilo que se postula como señal. Los nombres que presiden sus ficciones son rotundos, pero sug

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ñación, se hubiese colado sin invitación a un espacio llamado realidad. El narrador d

invitación a un espacio llamado realidad. El narrador de Rosario (1975), el autor que f.

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o) las trampas del volver reflejan una historia de una hija y un padre envuelta en una atmósfera de pérdidas, huidas y fugas. Secreto es una de las primeras palabras de este libro que no

na vida que, tal vez, tenga puntos de contacto con la nuestra, pero que en sustancia es diferente; y tan solo por el acto de la lectura, se adquiere la capacidad de comprender que las razones de los demás, incluso siendo distintas, son legítimas».

A su juicio, «la literatura puede enseñarnos también eso: que construir un relato está prácticamente al alcance de cualquiera, y que la suspensión de nuestra incredulidad debería estar destinada a mejores relatos que esos mediocres que nos hacen creer que todo es un enorme plan cósmico en contra de nosotros; de las personas individuales que, en un arrebato de narcisismo, creemos que el universo ha sido creado para esclavizarnos».

Pasado y futuro se engarzan en 'La naturaleza secreta de las cosas de este mundo' (Anagrama. Narrativas hispánicas) presidido por esa cita de Giorgio Agamben: «Vivimos en casas, en ciudades quemadas de arriba abajo como si aún estuvieran en pie, la gente finge vivir allí y sale a las calles enmascarada entre las ruinas como si aún fueran los barrios familiares de antaño». Tras su reciente diario de sueños, 'Traumbuch', Pron siembra su ficción sobre tres estados interrogantes que se buscan a sí mismos, tres territorios inestables de identidad: el de los personajes que se cuestionan; el del lector que va enfrentándose a las preguntas que salen a su paso y el del escritor que construye una inquietante indagación sobre el propio oficio de contar el mundo. En su libro puede leerse: «Buscamos, pero no sabemos qué buscamos hasta que damos con ello. Y, sin embargo, cuando lo hacemos nunca podemos saber si lo que encontramos es en realidad lo que estábamos buscando u otra cosa».

El autor de 'No derrames tus lágrimas por nadie que viva en estas calles' se revuelve, y con él el lector, entre resquicios y conmociones casi invisibles, que revelan la falsedad de una convención, lo que realmente se intuye entre los pliegues de los estereotipos. Siempre hay un rasgo de diferencia en la literatura de Pron, ese hilo citado, a veces sin origen, otras sin destino, que permite acceder a una madeja donde lo existencial, el estado metafísico revela que tras dudas, indecisiones y pensamientos rotos ya nada ni nadie quedan intactos. Más que buscar, Pron es un perseguidor insistente. Y no se trata tanto de despejar incógnitas o descifrar enigmas, como de desvelar esas capas que viven de etiquetas y que al despojarse permiten ahondar en lo que aguarda invisible.

Pron narra la imposibilidad a la vez que subraya la envergadura de la escritura para combatirla. «Necesitamos la ficción para convencernos de que las cosas pueden ser distintas de como son, para continuar creyendo que existe algún tipo de diferencia entre lo que hacemos y lo que -aparentemente, 'sólo'- imaginamos y porque, en nuestro deseo de comprender la naturaleza secreta de las cosas de este mundo, sentimos una necesidad irreprimible de consuelo».

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A comienzos del pasado año, la Academia Sueca desclasificó las actas del premio Nobel de Literatura de 1971, lo que provocó algunas sorpresas. Para empezar, confirmó la intención de los académicos de reconocer la importancia creciente de los creadores latinoamericanos, pero también desmontó la versión maliciosa que había corrido hasta entonces, que aseguraba que los finalistas absolutos habían sido Jorge Luis Borges y Pablo Neruda. Es decir, más leña al fuego de un enfrentamiento personal que duraba década y que había dejado perlas como la del argentino –el que se quedó sin el Nobel, claro– llamando «mezquino» y «mala persona» al chileno.

La realidad, sin embargo, sería muy diferente, pero no más prosaica. Según se desprende de la documentación, ese combate singular nunca tuvo lugar, ni siquiera por jurado interpuesto. Los verdaderos finalistas serían W.H. Auden y Patrick White, empatados a votos por el segundo puesto.

La elección de Neruda no sería sin embargo tarea fácil. Y no exactamente por su declarada filiación comunista, sino en concreto por borrón de su expediente: los versos que, tras la muerte de Stalin, dedicase al dictador. Y es que, a pesar de que en aquellos años continuaba la Guerra Fría, los oscuros secretos del estalinismo ya habían sido aireados, incluso desde el bando soviético.

¿Qué había ocurrido? Afirmaba Borges que Neruda, mientras escribió sobre el amor, había sido «un poeta bastante módico», pero que luego «se sintió arrebatado por sus opiniones». Un cambio que se produjo durante la Guerra Civil española, cuando ejercía como cónsul de su país en Madrid. Allí se despertó su conciencia política, y el despreocupado intelectual que disfrutaba de la vida en la célebre Casa de las Flores dejó paso al Poeta del Pueblo.

Aplicando a Hispanoamérica el realismo socialista propugnado por los soviéticos, en un par de décadas el chileno alcanzó celebridad a ambos lados del telón de acero. Era, en la terminología de Stalin, un «ingeniero del alma», y cuando el dictador falleció, en 1953, le dedicó una elegía, que recorrió todo el mundo, y hasta recibió el 'Premio Stalin' de la Asociación de Escritores Soviéticos.

Por supuesto, Neruda no fue el único escritor que cayó en la trampa del culto a la personalidad. Pero tampoco de los últimos en retractarse. Porque, en pleno revisionismo, aquel poema era una pesada losa. De su 'Oda a Stalin' sólo pudo redimirle su posterior distanciamiento del estalinismo, especialmente en patente en 'Fin del mundo', publicado en 1969.s velit magna rutrum justo. Sed feugiat dictum polor scelerisque neque, eget cursus velit magna rutrum justo. Sed feugiat dictuque neque, eget cursus velit magna rutrum justo. Sed feugiat dictum polor scelerisque neque, eget cursus velit magna rutrum justo. Sed feugiat dictuque neque, eget cursus velit magna rutrum justo. Sed feugiat dictum polor scelerisque neque, eget cursus velit magna rutrum justo. Sed feugiat dictuque neque, eget cursus velit magna rutrum justo. Sed feugiat dictum polor scelerisque neque, eget cursus velit magna rutrum justo. Sed feugiat dictuque neque, eget cursus velit magna rutrum justo. Sed feugiat dictum polor scelerisque neque, eget cursus velit magna rutrum justo. Sed feugiat dictuque neque, eget cursus velit magna rutrum justo. Sed feugiat dictum polor scelerisque neque, eget cursus velit magna rutrum justo. Sed feugiat dictum polor scelerisque neque, eget cursus velit magna rutrum justo. Sed feugiat dictum polor scelerisque neque, eget cursus velit magna rutrum justo. Sed feugiat dictum polor scelerisque neque, eget cursu.

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Para Guattari y Deleuze la máquina, «alejada de sus funciones instrumentales y alienantes del individuo constituye un núcleo de infinidad de potenciales relaciones humanas y no humanas donde entran en juego un sinfín de enlaces entre tecnologías, saberes y prácticas». Así lo explican los comisarios de la muestra junto a Borja-Villel: Pablo Allepuz, Iliana Fokianaki, Rafael García y Teresa Velázquez, jefa de exposiciones del museo. Han necesitado cinco años para llevar a buen puerto su propuesta. «Exploramos un concepto filosófico de la máquina y vemos cómo su idea se configura en la interconectividad d.

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De elementos heterogéneos, cómo todo tipo de elementos humanos conforman máquinas sin formas, una máquina conceptual que funciona cuando se estropea el mecanismo y que trabaja 'maquínicamente'», dice Velázquez.

En 1968, cuando los estudiantes parisinos buscaban la playa bajo los adoquines del Boulevard Saint-Michel que lanzaban luego la los gendarmes, dos filósofos franceses, Gilles Deleuze y Féli.

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x Guattari, acuñaron un nuevo concepto de máquina. Declararon superado el de máquina como objeto físico, crucial en la revolución industrial, capaz de desempeñar funciones productivas y generar beneficios. Para estos iconoclastas pensadores la máquina pasó a ser una maquinación. Un concepto intelectual, el maquinismo creador que permitía la acción en muchos ámbitos, de la disidencia y la batalla política a la definición de identidades colectivas y, desde luego, la creación artística.

Este concepto es el que explora la muestra 'Maquinaciones', que el Museo Reina Sofía acoge hasta el 28 de agosto. La presentó ayer el nuevo director de la pinacoteca, Manuel Segade, pero es una herencia de su antecesor en el cargo, Manuel Borja-Villel. Una compleja muestra de tesis, la última comisariada por Borja-Villel para el Reina, nada fácil de asimilar y comprender, muy al estilo del ex director del museo. Tanto que para algunos es «la penúltima manolada», una exposición «que no hace falta entender para disfrutarla», según sus responsables.

Para Guattari y Deleuze la máquina, «alejada de sus funciones instrumentales y alienantes del individuo constituye un núcleo de infinidad de potenciales relaciones humanas y no humanas donde entran en juego un sinfín de enlaces entre tecnologías, saberes y prácticas». Así lo explican los comisarios de la muestra junto a Borja-Villel: Pablo Allepuz, Iliana Fokianaki, Rafael García y Teresa Velázquez, jefa de exposiciones del museo. Han necesitado cinco años para llevar a buen puerto su propuesta. «Exploramos un concepto filosófico de la máquina y vemos cómo su idea se configura en la interconectividad de elementos heterogéneos, cómo todo tipo de elementos humanos conforman máquinas sin formas, una máquina conceptual que funciona cuando se estropea el mecanismo y que trabaja 'maquínicamente'», dice Velázquez.

En 1968, cuando los estudiantes parisinos buscaban la playa bajo los adoquines del Boulevard Saint-Michel que lanzaban luego la los gendarmes, dos filósofos franceses, Gilles Deleuze y Félix Guattari, acuñaron un nuevo concepto de máquina. Declararon superado el de máquina como objeto físico, crucial en la revolución industrial, capaz de desempeñar funciones productivas y generar beneficios. Para estos iconoclastas pensadores la máquina pasó a ser una maquinación. Un concepto intelectual, el maquinismo creador que permitía la acción en muchos ámbitos, de la disidencia y la batalla política a la definición de identidades colectivas y, desde luego, la creación artística.

Este concepto es el que explora la muestra 'Maquinaciones', que el Museo Reina Sofía acoge hasta el 28 de agosto. La presentó ayer el nuevo director de la pinacoteca, Manuel Segade, pero es una herencia de su antecesor en el cargo, Manuel Borja-Villel. Una compleja muestra de tesis, la última comisariada por Borja-Villel para el Reina, nada fácil de asimilar y comprender, muy al estilo del ex director del museo. Tanto que para algunos es «la penúltima manolada», una exposición «que no hace falta entender para disfrutarla», según sus responsables.

Para Guattari y Deleuze la máquina, «alejada de sus funciones instrumentales y alienantes del individuo constituye un núcleo de infinidad de potenciales relaciones humanas y no humanas donde entran en juego un sinfín de enlaces entre tecnologías, saberes y prácticas». Así lo explican los comisarios de la muestra junto a Borja-Villel: Pablo Allepuz, Iliana Fokianaki, Rafael García y Teresa Velázquez, jefa de exposiciones del museo. Han necesitado cinco años para llevar a buen puerto su propuesta. «Exploramos un concepto filosófico de la máquina y vemos cómo su idea se configura en la interconectividad de elementos heterogéneos, cómo todo tipo de elementos humanos conforman máquinas sin formas, una máquina conceptual que funciona cuando se estropea el mecanismo y que trabaja 'maquínicamente'», dice Velázquez.

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