Secciones
Servicios
Destacamos
Mirándolos desde la distancia -y con mucha indulgencia- daban casi pena. Eran cerca de las dos del mediodía del pasado 6 de enero. En una de las salas de audiencias del Tribunal de París, una cohorte de hombres ancianos desfilaba para comparecer brevemente ante la ... corte. «¿Cuál es su profesión?», les preguntaba la jueza Nathalie Gavarino. «Jubilados», respondieron varios de ellos. «¿Y su estado civil?», les pedía. «Divorciados», añadían los acusados.
Tres de ellos (Claude Guéant, Brice Hortefeux y Éric Woerth) habían ejercido como ministros de Francia y ahora los juzgan por una de las tramas de corrupción aparentemente más turbias en la historia de la Quinta República: la presunta financiación de la campaña presidencial de Nicolas Sarkozy en 2007 por parte de la dictadura libia de Muamar el Gadafi. Fue, de hecho, el principal acusado (Sarkozy) el que respondió con una actitud más firme. «Casado», dijo cuando lo interrogaron sobre su estado civil. Y respondió «abogado» ante la pregunta sobre su actividad profesional.
El expresidente de Francia (2007-12) no es un «abogado» como los otros. Aunque cumplió 70 años el pasado martes, lleva una vida tan activa como peculiar. Compagina su labor como letrado de negocios al frente de su propio gabinete, su rol de consejero político y empresarial y sus conferencias pagadas a precio de oro (entre 85.000 y 200.000 euros por cada una de ellas) con sus vaivenes en el banquillo de los acusados. La presunta financiación libia, cuyo juicio durará hasta el próximo 10 de abril, es el tercer caso de corrupción por el que lo juzgan en los últimos años.
Sarkozy se convirtió el 18 de diciembre en el primer exjefe del Estado galo en tener que llevar durante un año un brazalete electrónico. La Corte de Casación, el equivalente francés del Tribunal Supremo, desestimó ese día los últimos recursos presentados por sus abogados y consideró definitiva la pena de prisión por el caso de las escuchas judiciales. Los magistrados también podrían condenarlo definitivamente este año por la trama 'Bygmalion' -la financiación ilegal de su campaña presidencial de 2012 a través de facturas falsas-, por la que la Justicia ya pronunció dos penas de prisión en contra suya en primera (2021) y segunda instancia (2024).
A pesar de tratarse del exjefe del Estado de Francia con un mayor historial judicial de las últimas décadas, Sarkozy no se ha convertido en ningún apestado entre las altas esferas. Además, ha conservado la simpatía de una parte significativa de la población. Es el cuarto político más popular en todo el país, según un sondeo del instituto Ifop publicado en octubre pasado. Y sus libros resultan un éxito comercial.
Los periodistas Laurent Valdiguié y Étienne Girard publicaron en el otoño de 2023 el libro 'Le Parrain. Sarko après Sarko', cuyo tema es la vida del antaño líder de la derecha tras haber dejado la presidencia en 2012. El apodo de 'el Padrino' que le dedican refleja la influencia que sigue teniendo entre las élites económicas y políticas, incluido el presidente, Emmanuel Macron.
El exmandatario es uno de esos dirigentes que han ganado mucho más dinero tras su retirada de la política. Con su pluriempleo como abogado, conferenciante y miembro en consejos de administración, tuvo unos ingresos de hasta 19,7 millones de euros entre 2013 y 2019, según cálculos hechos por la Policía y desvelados en una de las investigaciones judiciales.
En concreto, se ha aprovechado de sus amistades y contactos para formar parte del consejo de administración del grupo Lagardère y del de Accor (hoteles Ibis, Sofihotel…). También ejerció una influencia clave en la absorción del grupo Lagardère por Vincent Bolloré -vecino de Sarkozy en el burgués distrito XVI de París-, lo que facilitó a este magnate la ampliación de su conglomerado de medios afines a la derecha radical. Bolloré, Arnaud Lagardère, el riquísimo propietario del gigante del lujo LVMH, Bernard Arnault, el presidente del París Saint-Germain, Nasser al Khelaïfi… Es larga la lista de grandes empresarios que mantienen una estrecha relación con el expresidente.
Su onerosa actividad como consejero empresarial, sin embargo, le ha jugado malas pasadas. La Justicia inició una investigación preliminar por «blanqueo» y «tráfico de influencias» después de que Sarkozy recibiera una transferencia de 500.000 euros procedentes de Rusia. También lo investigan por su implicación en la concesión a Catar del Mundial de fútbol de 2022. Los magistrados sospechan que ese rol está relacionado con un pago de 3,5 millones de euros que recibió en una de sus cuentas, supuestamente desde Emiratos Árabes.
«Hago lo que siempre he hecho: compartir mis recuerdos, reflexiones y amistades», resumía el expresidente el pasado otoño, durante una firma de libros, cuando le preguntaron sobre su vida como 'influencer' de las élites. Más que sus tareas como asesor empresarial, lo más sorprendente es su influencia política pese a su pasivo judicial. Retirado de las tareas institucionales y partisanas desde finales de 2016 tras su derrota en las primarias de la derecha, Sarkozy mantiene una curiosa relación con Macron. Ha insinuado que lo votó desde la primera vuelta en las últimas presidenciales en lugar de Valérie Pécresse, candidata de Los Republicanos (LR) -la histórica formación que él mismo refundó en 2015-, que obtuvo menos del 5% de los votos.
Macron y Sarkozy «no son amigos ni camaradas, pero sí aliados y socios. Es como si hubieran firmado una especie de contrato», explica a este medio el periodista Étienne Girard. El dirigente de centro-derecha y el exmandatario suelen reunirse en el Elíseo o cenar con sus respectivas mujeres (Brigitte Macron y Carla Bruni) varias veces al año. Según el jefe de la sección de Sociedad de la revista 'L'Express', este pacto no escrito entre ambos dirigentes consiste en que el exlíder de la derecha republicana «no habla mal del actual presidente y al mismo tiempo este último se dedica a dar una salida política a las redes sarkozistas», desde el ministro de Justicia, Gérald Darmanin, hasta su homóloga de Cultura, Rachida Dati.
El presidente «tiene la costumbre de consultar a Sarkozy cada vez que lleva a cabo un cambio de Gobierno», recuerda Girard. El exjefe del Estado influyó en septiembre cuando presionó a la dirección de LR para que formara un gabinete de coalición con los partidos afines a Macron. Finalmente, logró que le hicieran caso, y eso que en un principio Laurent Wauquiez, el actual líder de esta decadente formación posgaullista, se decantaba por un acuerdo legislativo sin entrar en el Ejecutivo.
Pocos días después de su designación al frente del Interior, Bruno Retailleau -el nuevo hombre de moda en la derecha clásica-, invitó a comer a Sarkozy, que llevó las riendas de ese mismo Ministerio entre 2002 y 2007, con una breve pausa en 2004. Varios dirigentes conservadores, como Darmanin o el mismo Retailleau, aspiran a reproducir la fórmula del expresidente. Este se ganó a principios de este siglo la simpatía de sus conciudadanos gracias a su mano dura en materia de seguridad, pero también banalizó ideas sobre el nacionalismo o el rechazo de la inmigración que luego facilitarían el auge electoral de la ultraderecha de Marine Le Pen. La sombra de Sarkozy es alargada en la Francia contemporánea. ¿Y qué es de Carla Bruni? Condenada a dormir durante un año con un hombre que lleva brazalete, sigue componiendo canciones.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.