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Antonio Corbillón
Lunes, 11 de junio 2018, 07:34
Las relaciones entre Corea del Norte y Estados Unidos se han convertido en un tobogán de encuentros y desencuentros. Desde que Donald Trump llegó al Despacho Oval de la Casa Blanca, sus acercamientos al dictador norcoreano Kim Jong-un han oscilado entre los desafíos de ... patio de colegio, las rupturas bruscas y las complicidades también propias de un jardín de infancia.
Por eso tiene cierta lógica que el primer encuentro entre dos países enemigos irreconciliables en casi tres cuartos de siglo tenga lugar en un parque de atracciones. Es la isla de Sentosa, área de recreo de los habitantes de Singapur. Aunque dejó de serlo este domingo y permanecerá blindada hasta el jueves. Cuatro días en los que el espacio aéreo, terreste y marítimo estará cerrado para cualquiera que no forme parte de este encuentro bilateral.
La montaña rusa diplomática está a la altura del escenario. Donald Trump dijo el jueves que todo está listo pero «siempre sujeto a cambios, uno nunca sabe en este mundo». Su abogado y exalcalde de Nueva York, Rudy Guiliani, puso en marcha su propia 'noria' al asegurar el mismo día que «Kim Jong-un suplicó de rodillas para que se llevara a cabo la cumbre», en referencia a los amagos de suspensión diez días antes ante la supuesta «hostilidad» coreana.
Por su parte, el líder norcoreano se presenta en la reunión tras descabezar a la cúpula de su Ejército, ya que hace unas semanas cesó a su ministro de Defensa, Pak Yong-sik, y a dos altos cargos militares.
Toda esta adrenalina política se concentrará en el trozo de tierra de Sentosa, apenas dos veces más grande que Mónaco (5 kms2) y hoy convertida en un parque temático del lujo más extremo. Pero con una historia tan abrupta como las relaciones de los dos países cuyos líderes se verán las caras a partir de la una de la próxima madrugada española (9 de la mañana del martes en Singapur).
La elección de Sentosa hace bueno su pasado bélico. Su perímetro de 3,2 kilómetros rodeado por agua garantizó siempre la mejor seguridad defensiva. Hoy sólo se puede llegar desde tierra firme mediante un teleférico, un monorriel, una calzada peatonal y un túnel para vehículos. Ninguno estará operativo estos días.
Hasta que fue devuelta por los ingleses al Gobierno de Singapur en 1967 para convertirla en el reducto del ocio que es hoy, esta isla a tiro de piedra del continente acumuló una turbia historia militar.
Su actual nombre, desde 1970, significa 'Paz y tranquilidad' en malayo. Y a eso se ha dedicado con esfuerzo en este último medio siglo como cara amable, moderna y cosmopolita de la metrópoli y sus muchos turistas de todo el mundo. Antes de que los españoles, portugueses e ingleses comenzaran la colonización asiática, ya era un emergente puerto comercial. Su población era una mezcla de malayos, chinos y bugis (marineros procedentes de la isla indonesia de Sulawesi).
Pero la prosperidad duró poco. Sólo hasta que llegaron los piratas. Entonces se la empezó a conocer como Pulau Blakang Mati, que en malayo significa 'isla tras la muerte', por el grado de salvajismo que se vivió en este territorio. La población quedó diezmada. Primero por los corsarios del Índico, que la saquearon pasando a cuchillo a sus habitantes; luego un brote de malaria dejó desierto el lugar hacia 1840. El mosquito pudo incubarse en las hojas podridas de las aguas pantanosas de la isla.
Su historia de drama y violencia no hizo sino acrecentarse con la invasión japonesa después de la rendición de los británicos en 1942. Los nipones la llamaron Syonan (Luz del Sur). Durante sus tres años de ocupación, primero fue un campo de concentración para soldados ingleses y australianos prisioneros. Luego la usaron como centro de exterminio de 'elementos antijaponeses' de la comunidad china. Los soldados del Imperio del Sol Naciente detenían masivamente a los varones chinos de entre 18 y 50 años, los ametrallaban y los arrojaban al mar. Miles de hombres fueron acribillados en las tres playas (Palawan, Siloso y Tanjong) que tendrán a la vista tanto Trump como Kim Jong-Un desde sus hoteles.
El tesoro turístico que es hoy la isla también tiene un legendario precedente. Cuentan algunas investigaciones que el Ejército británico enterró en ella toda su plata antes de la invasión.
Sentosa es una de las 63 islas que forman el próspero Singapur. Este pequeño Estado (ligeramente más grande que Ibiza) es desde hace décadas el faro que ilumina el capitalismo asiático. De igual forma, Sentosa ha sabido reinventarse para pasar de su funesto pasado al paraíso del ocio que es hoy.
No les faltará de nada a los líderes para rebajar cualquier tensión acumulada. Varios campos de golf, un parque temático de Universal Studios que tiene poco que envidiar a Disneyland, y el enclave residencial más exclusivo de Asia, Sentosa Cove, cuyos usuarios desembarcan de los yates más lujosos para distribuirse por el puñado de restaurantes con estrellas Michelin de la zona.
Un lugar en el que no podían faltar hoteles a la altura del poder adquisitivo de estos visitantes. Con su forma de doble cilindro, casi un 8, el Capella será el lugar donde jugarán su partida de ajedrez política Kim Jong-un y Donald Trump. Es un edificio de 112 habitaciones, de aire colonial, rodeado por una selva de 12 hectáreas y que fue diseñado por el prestigioso arquitecto británico Norman Foster. Y, más allá de las delegaciones de ambos países, será un español quien tenga los oídos más cerca de lo que salga de este encuentro clave para decidir si se dará carpetazo al temible programa de armas nucleares de Corea del Norte.
Fernando Gibaja es el mánager general del Capella. Un directivo especializado en hoteles de lujo que llegó hace once meses a Sentosa tras foguearse en las principales cadenas 'luxury' por todo el mundo. «Lo que más me gusta del Capella son sus rincones y su variedad temática», asegura.
Las habitaciones más sencillas de este hotel no bajan de los 500 dólares (425 euros), aunque la Mansión Colonial (tres habitaciones con piscina privada) supera los 6.300 euros por noche.
Ambos líderes velarán armas en establecimientos de similar nivel. Trump ha elegido el Shangri-La, un macrohotel de 747 habitaciones y acostumbrado a gestionar exigencias de máxima seguridad.
Jong-un se acomodará en su lugar predilecto: el Fullerton, combinación neoclásica y colonial junto a la desembocadura del río Singapur y a más de 5.000 euros la noche en la suite. Al parecer Corea ha pedido que los occidentales abonen su cuenta. En la delegación americana ya se hacen una pregunta: ¿Cómo se pueden financiar misiles balísticos y no tener dinero para pagar un hotel?
Fernando Gibaja asegura que el Capella está acostumbrado a vivir «mágicos momentos de la historia». Le costará superar este.
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