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Miguel Pérez
Lunes, 23 de enero 2023, 14:35
A las diez de la mañana del 23 de enero de 2020, el mundo se enfrentó a una realidad distópica. La primera de las muchas que vendrían en los dos siguientes años. En ese preciso instante el Gobierno chino cerró Wuhan y estableció la primera gran cuarentena conocida por la sociedad contemporánea debido a una infección inédita. Entonces, el Covid-19 era catalogada como una neumonía revestida de una alta capacidad letal y extrañamente veloz en su transmisión. Había un total de 575 contagiados registrados en la ciudad. Diecisiete personas habían sucumbido a la enfermedad. Nadie entendía nada. Once millones de ciudadanos quedaron encerrados en sus casas. La música dejó de sonar en la cuna del punk chino.
El cierre se produjo durante la noche. Las fuerzas de seguridad se desplegaron por las calles. Las terminales de transporte ya no abrieron por la mañana. De repente, once millones de ciudadanos se enfrentaron al miedo y el encierro. «Aquellos días fueron terribles. Nadie sabía qué sucedía exactamente, pero todos eramos conscientes de que era muy peligroso si nos habían confinado. Hubo gente que selló las ventanas por miedo a que el virus entrase con el aire», recuerda Wang Zhingag, uno de los escasos vecinos que todavía parece tener muy presentes quel enero. Porque una mayoría parece querer borrar el pasado en los albores de un Año Nuevo que «será, sin duda, el mejor», cuenta a AFO Yan Dongju, un empleado de mantenimiento de 60 años.
Doce días antes del 23 de enero, la comisión municipal de salud informó del fallecimiento de un hombre de 61 años. La primera víctima mortal del coronavirus. Nunca se ha dado a conocer su identidad. Solo se sabe que era asiduo cliente del mercado de Huanan. El informe de la comisión explicaba que había muerto a causa de «un brote de un virus aún no identificado» mientras otras siete personas estaban internadas en un hospital «en estado crítico», Una de ellas era una vendedora de marisco, aquejada de bruscas subidas de fiebre y episodios de ahogamiento. Huanan fue cerrado y convertido en el mausoleo del terror. Sus quince puestos de venta de animales vivos, desde peces a perros o puercoespines, fueron desmontados. Todavía hoy las instalaciones están acordonadas por la Policía como si en su interior subsistiera la bestia.
Las primeras versiones apuntaron a un caso de transmisión vírica de un animal a un ser humano. El muerciélago. El pangolín. La teoría casó a la perfección con un mercado donde miles de chinos compraban a diario ejemplares de distintas especies. Luego surgió la conjetura de un fallo en un laboratorio de alta seguridad de Wuhan. La hipótesis es sencilla. Cinematográfica. Pero también plausible. Un virus contagia a un trabajador, éste sale del centro y el microorganismo inicia su propagación mortal por el mundo. La Organización Mundial de la Salud restó valor a esta última suposición y otra más redondeada: que el covid fuera el resultado de una manipulación artificial para convertirlo en el asesino del siglo XXI. Paradójicamente esta última se convirtió en el hilo de las principales historias conspiranoicas de la enfermedad, incluso con el añadido de que las principales fortunas del planeta estaban detrás de la masacre a gran escala. La OMS y la mayor parte de la comunidad científica dan por válida la teoría sobre el origen natural del virus.
En España aquel día varios periódicos anunciaron el cierre de Wuhan en sus portadas, pero sin el tamaño que más tarde alcanzarían los titulares sobre la pandemia. Quedaban por pasar cinco semanas hasta que el luto llenase de oscuridad las páginas. Pero ese 23 de enero el 'caso Abalos', la reunión secreta del ministro de Transportes José Luis Ábalos con la vicepresidenta de Venezuela, Delcy Rodríguez, en el aeropuerto de Barajas surgía como el último escándalo político mayúsculo. Los efectos del temporal 'Gloria' ocupaban portadas. Un par de periódicos, cruel anécdota, publicaban reportajes sobre qué platos pedir en un restaurante chino y cuáles eran los mejores establecimientos orientales.
La sensación era de incredulidad, temor y lejanía. El combinado perfecto para que Europa todavía viera Wuhan como una suerte de distopía local. La OMS emitió, en coincidencia con el cierre de la ciudad china, un informe donde señalaba que el brote era «importante», pero no una urgencia mundial. El Ministerio de Sanidad, por su parte, confirmó el 30 de enero que en España no se había detectado ningún caso, pero ante la eventualidad de que apareciera algún viajero procedente del centro de China infectado, «la probabilidad de que se produjeran casos secundarios se estima baja, ya que, con la información disponible, la transmisión persona a persona no es elevada».
Pero ese mismo día la OMS declaró el brote como una emergencia sanitaria internacional. Había casi 10.000 pacientes en China y 130 fallecidos en hospitales, en condiciones de asfixia terroríficas, en salas atestadas y carentes de medios clínicos suficientes. La organización contabilizaba ya 106 pacientes en otros 19 países. La pandemia no solo arrasaba el gigante asiático. Menos de dos meses después, el Ifema de Madrid se convirtió en una gran morgue . Vicente Esplugues, párroco de la iglesia de Nuestra señora de Ámerica, que consoló a muchos allegados, explicaba que «el recuerdo encoge el corazón. Pensar que de una manera tan rápida se pueden ir tantas vidas...».
La prensa china destaca hoy a Wuhan como un «microcosmos de la lucha científica y eficaz contra la epidemia». «Vivimos mucho tiempo en una cárcel, presos del covid. Pero hemos vuelto a una vida normal», dice Liu a los periodistas. Este lunes hace frío en la ciudad, pero las imágenes tomadas por las cámaras muestran a ciudadanos que hacen gimnasia en los parques, realizan sus compras o simplemente caminan sin prisa por la calle. No hay rasto alguno del infierno en sus gestos. «Solo disfrutamos de lo que hemos recuperado, la calle, la vida, los viajes...», añade. En algunos etstimonios se trasluce cierto resquemor por la «mala imagen que se ha dado de Wuhan» como ciudad embrionaria de la epidemia, cuando «hay evidencias que ponen en cuestión el origen». Hay dos símbolos que revelan su renacimiento. El templo de Guiyuan, abierto por primera vez desde 2020 para recibir a los ciudadanos que disfrutan del Año Nuevo chino. Y La Casa de la esperanza, una escuela levantada en el mismo lugar donde aquel enero un hombre se desplomó muerto en la acera a causa del virus y permaneció allí horas sin que nadie se atreviera a levantar el cadáver.
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