El bloqueo ruso que llevará el hambre a África

Por eso, hoy centramos el análisis de la información internacional en los efectos que la ruptura del acuerdo del grano en el Mar Negro puede tener en el aumento del hambre a nivel global.

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Dos fueron las consecuencias más inmediatas de la invasión rusa de Ucrania en Europa: la llegada masiva de refugiados y el estallido de los precios, los de la energía primero y los de los alimentos después. Al fin y al cabo, Rusia era el principal proveedor de gas de la Unión Europea y Ucrania su principal granero. Pero lo que para nuestro continente es un problema de inflación, en África puede ser una catástrofe humanitaria.

Ese extremo se evitó gracias a la Iniciativa del Grano del Mar Negro, un acuerdo entre Ucrania y Rusia, con Turquía y Naciones Unidas como intermediarios y garantes, para que la primera pudiese continuar exportando por mar cereales que son vitales en el África Subsahariana. 33 millones de toneladas han cruzado el mar a bordo de mil barcos que han permitido reducir los precios en un 23%. El Programa Mundial de Alimentos ha canalizado 725.000 de esas toneladas hacia los países más necesitados, desde Afganistán hasta Sudán, a pesar de que Vladímir Putin sostiene que son los países más desarrollados los que más se benefician de la medida.

Pero el acuerdo tenía que ser prorrogado cada cuatro meses y, después del anuncio de Estados Unidos de que enviará bombas de racimo a Ucrania -prohibidas en la Unión Europea pero utilizadas también por Rusia- y del último ataque contra el puente ruso hacia Crimea, Moscú ha decidido cancelarlo. La Unión Europea considera que «Rusia está exacerbando la crisis de seguridad alimentaria creada por su agresión a Ucrania» y exige que «cese de bloquear ilegalmente los puertos ucranianos».

Acción Contra el Hambre aseguró ayer que el paréntesis en el acuerdo -porque todos esperan que se reanude-«puede ser demoledor para el Sahel». Rusia está castigando así a los inocentes, a los que menos tienen, en una especie de chantaje global que puede salirle mal. Porque Moscú tiene grandes intereses en África, y su actitud se puede interpretar fácilmente como una dejación de su responsabilidad moral e indiferencia frente a la muerte que puede causar a miles de kilómetros de donde lucha. Ya lo dice la ONG en su último informe: «No importa quién esté luchando, el hambre siempre gana».

En cualquier caso, el destino de la parte más importante de los cereales que surcan el Mar Negro es China. Y allí la economía renquea. Tanto que hasta el diario Global Times, nacionalista a ultranza, reconoce que su desempeño es decepcionante. «Nuestra economía no ha logrado el fuerte rebote que la gente esperaba tras la pandemia», escribe el anterior editor jefe del rotativo, Hu Xijin. Son palabras difíciles de entender si se tiene en cuenta que el PIB de China creció un 6,3% en el segundo trimestre del año. El truco está en que se trata de tasa anualizada, y que el año pasado por estas fechas China estaba sumida en la etapa de la pandemia más dañina para su economía, con brutales cierres en multitud de ciudades.

En cualquier caso, lo más preocupante para el Partido Comunista es otra cosa: el paro juvenil urbano, el de quienes tienen entre 16 y 24 años, alcanzó en junio una tasa récord del 21,3%. Ya le gustaría a España estar en esos niveles, pero para China el fracaso es mayúsculo y puede interpretarse como una ruptura en el pacto social que legitima al gobierno al frente del país: la población deja a un lado las exigencias de democracia y libertades a cambio de que los dirigentes proporcionen una mejora sostenida en su bienestar. Y con la graduación del grupo más nutrido de universitarios, la situación puede agravarse aún más.

El gobierno chino confía en alcanzar el objetivo de crecimiento del 5% para este año, pero la sensación generalizada es de que China ha levantado el pie del acelerador antes de haber alcanzado el nivel de renta alta. Es una gran potencia, sí, pero aún está lejos de los países más industrializados si los datos se miran per capita. Y el consumo interno sigue sin tener el peso que debería, provocando así una relevante dependencia de las manufacturas y las exportaciones. Precisamente para sustentarlas, el yuan -la divisa china- se ha depreciado sustancialmente las últimas semanas, hasta cotizar a 8 por cada euro, un cambio no visto desde hace mucho tiempo. Y eso provoca fricciones con Occidente, que teme esa devaluación porque resta competitividad a sus productos.

En la cercana Tailandia, los problemas son más políticos que económicos. Porque, después de casi una década de gobierno militar, el único candidato a primer ministro, Pita Limjaroenrat, solo logró 324 de los 376 votos necesarios para liderar el país. Este político de 42 años dio la campanada el pasado mes de mayo cuando obtuvo con su partido progresista Move Forward (camina hacia delante) una contundente victoria en las urnas que iban a poner fin al último episodio de las muchas intervenciones militares que han salpicado el accidentado viaje de Tailandia hacia la democracia.

Pero las profundas reformas que ha propuesto -desmilitarizar, descentralizar y acabar con los monopolios- provocan temor entre el amplio espectro conservador que controla los poderes fácticos. Por si fuese poco, Limjaroenrat ha avanzado su intención de meter mano en la institución más sagrada del país: la monarquía.

Concretamente, Limjaroenrat quiere modificar la sección 112 del Código Penal, la que regula el delito de lesa majestad, que puede conllevar una condena de hasta 15 años de prisión y que se utiliza muy a la ligera. Teniendo en cuenta que el actual monarca es un auténtico crápula cuyos desmanes han protagonizado portadas en todo el mundo, y que dejan a los de Juan Carlos I en un juego de niños, la juventud es partidaria incluso de la abolición de la sección 112. Pero aún queda entre los más mayores ese sentimiento de reverencia hacia un rey que siempre está por encima de sus súbditos, de forma literal: en su presencia, todo el mundo se tiene que arrodillar para no superarle en altura.

Move Forward no tiene mayoría suficiente para investir a su primer ministro, y eso que va en coalición con siete partidos. Pero sus oponentes tampoco cuentan con una alternativa, por lo que muchos temen que Tailandia se vea abocada a un nuevo bloqueo político que desemboque, una vez más, en un golpe de Estado. Hoy se repetirá la votación y, si el resultado es el mismo, Limjaroenrat tendrá mañana su última oportunidad.

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