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mercedes gallego
Martes, 6 de julio 2021, 21:32
Los tiempos han cambiado. La policía de Estados Unidos se desplegó este puente del 4 de julio, como cada año por el Día de su Independencia, para custodiar calles, puentes, túneles, monumentos y cuanto considerarse susceptible de objetivo terrorista, pero los nuevos atentados no tienen límites ni fronteras.
Un grupo de piratas informáticos, presumiblemente rusos, aprovecharon la notoriedad esta fecha para lanzar el ataque más llamativo hasta el momento, si cabe. Entre 800 y 1500 negocios, la mayoría en Estados Unidos pero también en lugares tan remotos como Suecia o Nueva Zelanda, cayeron víctimas de la argucia informática que, entre otras cosas bloqueó las cajas registradoras de una cadena de supermercados sueca a la que obligó cerrar cerca de 800 establecimientos. Sólo cinco fueron capaces de seguir operando. Todavía ayer lunes apenas pudieron abrir los que fueron capaces de operar con una aplicación improvisada que tenían que descargarse los clientes en su teléfono para escanear y pagar los artículos directamente.
El operativo terrorista comenzó el viernes en una de las empresas tecnológicas más antiguas de Miami. Kaseya, establecida en 2001 precisamente para proporcionar apoyo tecnológico y software de seguridad, fue la puerta de entrada. La empresa argumenta que sólo 60 de sus 36.000 clientes fueron víctimas de los piratas que entraron sus redes, pero estos servían a su vez a los cerca de 1500 negocios que a lo largo del fin de semana se convirtieron en rehenes.
Los piratas codificaron la información de las firmas de seguridad afectadas y pidieron una recompensa global de 70 millones de dólares en Bitcoin, o entre 50.000 dólares y 5 millones para las compañías individuales, dependiendo de su tamaño. Existía, sin embargo, el precedente del oleoducto Colonial Pipeline, que en mayo puso en jaque al gobierno de Joe Biden con el atentado cibernético que cerró la distribución de combustible en 17 estados del país, creando exactamente el escenario apocalíptico de desabastecimiento, ilustrado con colas kilométricas de coches en las gasolineras, que sus críticos anticipaban. En cuestión de horas la empresa energética pagó la recompensa de 4.4 millones de dólares, pero el programa que los piratas le proporcionaron era tan lento que fue más rápido descargar el respaldo informático que tenía la propia empresa, por lo que el combustible tardo más de una semana en fluir de nuevo por las gasolineras. Como resultado, el precio alcanzó los niveles más altos desde el 2014 y la oposición rescató el fantasma de Carter en los 80 para dañar la imagen del nuevo presidente.
Ayer los críticos arreciaban de nuevo, tachando a Biden de blando con Putin. La Casa Blanca no ha admitido aún la autoría rusa, aunque casi todos los expertos creen que los autores viven tranquilamente en ese país, siempre que solo ataque a países rivales. Rusia es el nuevo Afganistán, 20 años después de los ataques del 11-S. Los intermediarios que hacen posible el cobro de recompensas, como los once millones que pagó el mes pasado la brasileña JBS, que es el mayor productor de carne en el mundo, son grupos como REvil o DarkSide, los nuevos al-Qaeda que, por suerte, no tienen ideología ni más religión que el dinero.
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