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Los legisladores demócratas quieren la cabeza del secretario de Defensa, Pete Hegseth, por la filtración de información clasificada en Signal sobre los planes de bombardear ... a objetivos hutíes el pasado día 15, cuando el asesor de Seguridad nacional, o algún empleado en su nombre, añadió por error al director de la revista 'The Atlantic' a un grupo que discutía los inminentes ataques en Yemen.
La carta del siete congresistas demócratas, con el líder de ese partido de la Cámara Baja a la cabeza, el neoyorquino Hakeem Jeffries, tiene pocas o ninguna posibilidad de lograr su objetivo. Si Trump está indignado por lo sucedido es solo porque, a sus 78 años, está chapado a la antigua y prefiere estas conversaciones en la solemnidad de la Sala de Guerra, ubicada en el sótano de la Casa Blanca. Y, sobre todo, porque Jeffrey Goldberg, director de la publicación que recibió por error estas delicadas filtraciones en tiempo real, no es santo de su devoción. ¿Por qué tendría el asesor de Seguridad Nacional o alguien cercano a él a ese tipo en su agenda?, ha preguntado, según CNN. Siempre desconfiado sobre la lealtad de quienes le rodean, la lógica del 'estás conmigo o contra mí' le hace pensar que quien tuviera al director de la revista en su agenda es un topo potencial.
Los demócratas, sin embargo, creen haber encontrado un filón para hacer daño a sus asesores más cercanos. El uso de información clasificada en una comunicación que no es cien por cien segura podría constituir un delito. Pero como dijo Nixon en 1971 al periodista Frost, «si lo hace el presidente, no es ilegal». En este caso, como el secretario de Defensa es quien determina la clasificación secreta de la información, basta con que este haya dicho que no lo era para que la brecha de seguridad no pueda ser considerada delito.
Su análisis de la gravedad del asunto se resumía en la publicación que colgó en su cuenta personal de X: «Sin objetivos. Sin ubicaciones. Sin unidades. Sin rutas. Sin fuentes. Sin métodos. Sin información clasificada», concluyó.
Los mensajes intercambiados por un pequeño grupo de altos cargos del Gobierno que, además del jefe del Pentágono y el asesor de Seguridad Nacional de la Casa Blanca incluía al vicepresidente JD Vance, el director de la CIA, el enviado especial para Oriente Medio y la jefa de gabinete de la Casa Blanca, entre otros, no solo relataban la conversación interna sobre la conveniencia de llevar a cabo los ataques, sino que informaban de ellos y de los cazas que intervendrían con dos horas de antelación a los mismos. «Comienza la ventana de ataque del F-18 (el terrorista objetivo se encuentra en su ubicación conocida, por lo que debería llegar a tiempo). Además, se lanzan los drones de ataque (MQ-9)», decía uno de los mensajes. «Lanzamiento de más F-18», continuaba.
Los expertos coinciden con la conclusión a la que llega la revista 'The Atlanti', que este miércoles seguía publicando mensajes de la saga. «Si esta información -particularmente las horas exactas en que los aviones estadounidenses despegaban hacia Yemen- hubiera caído en manos equivocadas durante ese crucial período de dos horas, los pilotos y demás personal estadounidense podrían haberse visto expuestos a un peligro aún mayor del que normalmente enfrentarían», decidió la publicación, que ha optado por no revelar algunos nombres por seguridad de los agentes de Inteligencia que normalmente no hacen pública su identidad.
«¿Me está usted diciendo que si nosotros le hubiéramos pedido esa información no nos la habría pasado con el sello de calificada como secreta?», se exasperó este miércoles al interrogar al director de la CIA el congresista demócrata Krishnamoorthi, quien pidió este miércoles la dimisión «inmediata» de Hegseth. «No estamos llorando la muerte nuestros pilotos de milagro», le secundó el congresista Jim Himes.
La Casa Blanca ha optado por una estrategia que siempre le funciona: primero, atacar al periodista que recibió la información, «bien conocido por su sensacionalismo», dijo la portavoz Karoline Leavitt. Luego, confundir con un juego semántico, al negar que se discutieran «planes de guerra», porque lo que se discutían eran «planes de ataque». Y, por último, lanzar otra noticia con la que desviar la atención: «¿Por qué no me preguntáis por los aranceles?», se desesperó. Una periodista de los «nuevos medios» de ultraderecha a los que la Casa Blanca de Trump ha dado acceso cumplió su deseo. «Muy buena pregunta», agradeció Leavitt.
En medio de la polémica generada por el viaje en las próximas horas a Groenlandia del vicepresidente de EE UU, JD Vance, y su esposa, Usha, el actual inquilino de la Casa Blanca echa más leña al fuego. Donald Trump insiste en anexionar esta isla como sea. «Necesitamos Groenlandia por temas de seguridad internacional. La necesitamos y tenemos que tenerla», avisó en una entrevista en el podcast de Vince Coglianese. «Siento tener que decirlo así, pero vamos a tener que quedárnosla», subrayó el magnate en referencia a este territorio autónomo danés. Washington, en competencia con China y Rusia, aspira a controlar las rutas comerciales del Ártico y los recursos naturales de esta enorme isla.
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