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Entre el 22 de noviembre de 1963, fecha del asesinado de John F. Kennedy, y el pasado 21 de febrero, cuando falleció a los 93 ... años, el exguardaespaldas Clint Hill cargó con un peso invisible pero enorme: el sentimiento de culpa. «Viviré con esto hasta la tumba», repetía. Estuvo aquel día en Dallas. Tras el disparo inicial trató de proteger al entonces presidente de Estados Unidos y evitó que la primera dama, Jackie Kennedy, cayera del Lincoln X-100 descapotable y fuera arrollada por otros vehículos. Luego, camino del hospital, los protegió con su cuerpo. Y cubrió con su chaqueta al político demócrata al entrar en el Parkland Memorial Hospital. El presidente estaba muerto. Y la vida de Hill, condenada a llevar sobre su hombros una culpa que sólo él se echaba.
Desde aquella trágica jornada en Dallas, fue 'el hombre del traje', el agente de seguridad que intentó salvar a Kennedy. Iba justo detrás del automóvil presidencial. «Sonó un ruido explosivo, revisé la limusina y vi al presidente agarrarse la garganta y dar tumbos hacia la izquierda», relató. Un disparo, otro. «Estaba tan concentrado mientras iba hacia el coche que no lo escuché». Otra detonación. «Le dio al presidente en la cabeza. Había sangre por todas partes», recordaba impotente. La culpa: «Si me hubiera girado en una dirección diferente, lo habría salvado». Esa frase taladró su cerebro durante décadas.
De Hill se han escrito libros y muchos artículos. Clint Eastwoot interpretó en la película 'En la línea de fuego' a un agente del Servicio Secreto con una historia similar. Tras la conmoción inicial por el asesinato, todo fueron reconocimientos y condecoraciones por su valor. Jackie Kennedy le agradeció públicamente haberla salvado. Hill siguió a su servicio un año más. Luego protegió a los presidentes Lyndon B. Johnson, Richard Nixon y Gerald Ford. Pero nada le rebajó su peso. Deprimido, tuvo que retirarse en 1975, con sólo 43 años. Se enclaustró en el sótano de su casa. Poca luz, nada que hacer, mucho alcohol y más paquetes de tabaco. «Ni siquiera me levantaba de la cama. Simplemente, no quería tener nada que ver con nadie», confesó.
Un médico le rescató de su deriva. O cambiaba o se moriría. «Dejé de fumar de golpe. No fue fácil. Casi desgasté los bolsillos tratando de sacar los cigarrillos que ya no tenía», contó en 'The New York Times'. Logró salir de ese laberinto autodestructivo y recuperar su físico, aunque las «pesadillas» seguían ahí, en la esquina de la calle Houston con la calle Elm, frente al edificio del Almacén de Libros Escolares de Texas donde estaba apostado el asesino, Lee Harvey Oswald.
En un documental rodado en 2004 para el Nacional Geographic Channel, Hill contó que en 1990 volvió a ese lugar. «Caminé por la zona. Entré en el bloque donde se encontraba el tirador y finalmente llegué a la conclusión de que nada de lo que yo hubiera podido hacer habría servido para algo». En cierto modo aprendió a vivir con ese sentimiento de culpa que le ha acompañado hasta el último de sus días.
El primero, el de su nacimiento, fue el 4 de enero de 1932. En Dakota del Norte. No fue bien recibido. Su madre ya tenía cinco hijos y entregó al sexto en un orfanato. Fue adoptado por una buena familia. Brilló como estudiante, se graduó en Historia y Educación Física e ingresó en el ejército como agente de contrainteligencia. Seleccionado para el Servicio Secreto, fue asignado en 1959 al equipo de escolta del presidente Dwigth D. Eisenhower.
La llegada luego a la Casa Blanca de John F.Kennedy no le sentó bien. Le encargaron de la protección de la primera dama, Jackie. «Fue como si me hubieran degradado de la alineación titular al banquillo», declaró en unas memorias. Pronto cambió de opinión. Se convirtió en el confesor de la esposa del presidente. Y en Dallas, el día que no pudo salvar a Kennedy, sí protegió a Jackie. En mayo de 1994, cuando la ex primera dama estaba a punto de fallecer, el presidente Bill Clinton invitó a Hill a la residencia presidencial para agradecerle una vez más sus servicios.
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Ana del Castillo
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