En la política, como en la vida, hay mentirosos, farsantes y hasta psicópatas. En el mes y medio transcurrido desde que el New York Times empezó a desenmascarar al primer congresista republicano abiertamente gay, George Santos ha escalado todos esos peldaños. Ya no quedan etiquetas ... para describir el rocambolesco montaje de mentiras y estafas que conforman la vida y milagros de la última aberración política de EEUU. Lo que falta por entender es cómo consiguió presentarse dos veces a las elecciones sin que el escrutinio popular avistase una farsa semejante.
Con cada nueva revelación los 145.824 vecinos de Queens y Long Island que votaron por el candidato de Reagan y Bush se sienten aún más estafados. Prueba de ello es que en un país en el que ni el asalto al Congreso logró una condena unánime, el 78% de los encuestados en su distrito quiere que dimita. Santos, por supuesto, no piensa hacerlo. «¿Es que no tiene usted vergüenza?», le preguntó desesperada en la cadena Fox la ex congresista y presentadora Tulsi Gabbard, con lágrimas en los ojos.
George Santos, o George Devolder o Anthony Devolder o Kitara Ravache, por citar algunos de los nombres que ha utilizado en su mascarada, lleva toda la vida pretendiendo ser lo que no es, sin importarle lo que piensen los demás o las consecuencias que pueda tener. ¿Por qué iba a avergonzarse ahora, que ha llegado tan lejos? Si acaso, la fama le ha puesto en la mira de la justicia, tan humillada como sus votantes. En Brasil, de donde dice ser también ciudadano, aunque allí le tengan por estadounidense, han reabierto la causa por fraude bancario de 2010, de la que se confesó culpable, por falsificar un cheque del hombre al que cuidaba su madre para pagar 1.313 reales en ropa (unos 240 euros). Santos no se presentó a las citaciones judiciales, por lo que las autoridades brasileñas archivaron el caso al no poder localizarle. Hasta ahora.
Tiene muchas otras cuentas pendientes que han resucitado al calor de su fama y la ira popular, amén de las que ha dejado a medio saldar. Desde los tres caseros de Queens, que tuvieron que desalojarlo judicialmente, al amigo al que en 2015 pidió prestado 5.000 dólares para mudarse con su novio y nunca se los devolvió, pese a que el juez ordenó que lo hiciera con intereses. O la más reciente revelación, los 3.000 dólares en donaciones que en 2016 robó a un veterano de la Marina que pidió ayuda a su fundación 'Friends of Pets United' para operar de un tumor en el estómago a su adorada perra de servicio, Sapphire. La campaña de crowdfunding fue un éxito, pero la operación tuvo que cancelarse porque Santos se quedó con los 3.000 dólares recaudados. El animal murió tres semanas después y su dueño quedó al borde del suicidio.
«Es un sociópata», dijo a MSNBC Grant Lally, director del diario local The North Shore Leader, el primero en denunciarle como fraude meses antes de las elecciones de noviembre con un editorial titulado: «Un fabulador-Un impostor». La pequeña tirada del periódico permitió que su denuncia se perdiera en la cacofonía política, pero el New York Times recogió la pista para tirar del hilo del que salen más trucos que de una chistera. A Santos, o como quiera que se llame, no le falta color. A los 17 años era Kitara Ravache, una drag queen que se presentaba a concursos de belleza brasileños en clubs gays, y actuó en alguna película de serie B. La mayoría de las veces el congresista lo niega vehementemente, otras lo acepta tácitamente. «Era joven y me divertía en un festival».
Brasil le ha reabierto una causa por fraude; ha sido desalojado judicialmente por tres caseros; robó a un veterano de la Marina...
Según él, siempre ha tenido muy clara su homosexualidad, pero estuvo casado con una mujer entre 2012 y 2019. Por esa época salía también con Pedro Villalba un brasileño con el que convivió y al que nunca reveló su matrimonio. «Me mentía, y luego inventaba otra mentira para cubrir esa mentira», contó a la cadena Fox. Nunca cumplió la promesa de pedirle matrimonio en Hawái -los billetes que le regaló no existían, contó el novio despechado-. Hasta dice que le robó el teléfono para venderlo, pero era «dulce y cariñoso, no como el psicópata que es hoy».
Su madre, decía Santos, había sido «la primera mujer ejecutiva en una gran institución bancaria», fallecida de cáncer tras haber escapado de las Torres Gemelas el 11-S de 2001. Solo que cuando en 2003 solicitó su visado para Estados Unidos la mujer declaró no haber visitado el país desde 1999 y describió su trabajo como «ayudante doméstica». Santos también presumía de haber sido una estrella del voleibol en el equipo de la Universidad de Baruch en la que nunca estuvo matriculado. Tampoco trabajó para Goldman Sachs o Citigroup, ni sus abuelos fueron refugiados del Holocausto. De hecho se crió católico, pero los falsos nexos judíos le ayudaron a recaudar fondos de campaña.
Donaciones ilegales
A los ricos de Long Island les decía haber puesto de su bolsillo 600.000 dólares para financiarla con un préstamo, que no aparece en las declaraciones electorales. Las mismas en las que figura una cifra récord de gastos por 199.99 dólares, el máximo que un candidato puede gastar sin justificarlo con recibos. Hay también donaciones ilegales de ciudadanos extranjeros y amigos en cuyo restaurante se ha gastado, con fondos electorales, hasta 25.000 dólares. La Comisión Federal Electoral (FEC) le ha escrito 20 cartas informándole de discrepancias y al menos dos organizaciones han presentado quejas contra él.
Hay más, mucho más de lo que cabría en estas páginas. Sus 34 años de vida no tienen desperdicio, pero el Partido Republicano ha ganado el control de la Cámara Baja por solo diez escaños y no puede permitirse perder ninguno. Con todo, el bochorno que representa es tal que una docena de sus propios correligionarios pide a gritos su dimisión. «Lo haré si 290 me lo piden», respondió él (los dos tercios necesarios para cesarle).
Lo más qué ha aceptado, esta misma semana, es renunciar a los nombramientos que le había regalado el portavoz del Congreso Kevin McCarthy en dos comités. «No dimitirá, tiene demasiado ego para eso», aseguró su ex novio a Fox. Como diputado, Santos gana ahora 174.000 dólares al año y es una estrella a venerar entre los atorrantes del partido, muy útil para las campañas de Trump y la congresista de QAnon Marjorie Green Taylor, que dice ser considerada como pareja electoral del ex presidente, en cuya mansión de Mar-a-Lago ya ha cenado Santos.
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.