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Ningún republicano ha ganado el estado de Nueva York desde que lo hiciera Ronald Reagan en 1984. Y si algo excita a Donald Trump es la gloria de conseguir lo que no hayan alcanzado otros. «Vamos a lograrlo. Tenemos que hacerlo», instruyó el miércoles a ... los miles de «patriotas neoyorquinos» que convergieron en el Coliseo del condado de Nassau (Long Island), donde el magnate plantó su pica de Flandes, después de haber triunfado en el Bronx en mayo pasado. Antes de llegar, se dio un paseo por Manhattan e invitó a hamburguesas en Pubkey, el único bar dedicado a los bitcoins, donde se congrega la audiencia que busca para su última empresa de criptomonedas, World Liberty Financial.
El segundo mitin de Trump en Nueva York se ubicó estratégicamente en un pabellón cerrado y solitario, anclado en un nudo de carreteras donde era fácil controlar su seguridad y, a la vez, accesible para quienes llegaron de todos los rincones a verle brillar tras su segundo intento de asesinato. Brooklyn, Queens, Staten Island, Long Island, New Jersey, Connecticut…
«Dios me ha perdonado la vida, y no una vez, sino dos veces», se endiosó él solo desde el escenario, antes de pasar a hablar de sí mismo en tercera persona. Si el Todopoderoso ha querido «salvar a Trump, es porque va a hacer que Estados Unidos sea grande de nuevo, y tal vez traiga de vuelta la religión», explicó durante hora y media a un público devoto. «Esos encuentros con la muerte no han quebrado mi voluntad, en realidad me han dado una misión mucho más grande y fuerte: han reforzado mi determinación de utilizar mi tiempo en la Tierra para que EE UU sea grande de nuevo», remachó.
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Se encontraba a solo 30 minutos de la casa de Queens en la que nació hace 78 años, en los confines de la ciudad de Nueva York, a la que promete devolver el lustro de aquellos tiempos en los que sus padres le dejaban en el metro con un beso para mandarlo al colegio. «Hoy, si pones a tu hijo en el metro tienes un 75% de posibilidades de no volver a verle», afirmó.
Por supuesto, la estadística es tan inventada como las historias de perros y gatos devorados por inmigrantes haitianos que cuenta, y que su vicepresidente JD Vance defiende como necesarias para que los medios pongan atención «al sufrimiento del pueblo estadounidense», dijo a CNN. «Y si para eso tengo que crear historias, eso es lo que voy a hacer», respondió sin complejos el senador de Ohio.
Su jefe disfruta de la publicidad gratuita que le ha dado la oleada de memes. De hecho, anoche anunció desde el escenario que la semana que viene irá a esa localidad de Springfield (Ohio), que ha puesto en el mapa desde que mencionase esa fábula conspiratoria en el debate, provocando la evacuación de colegios y oficinas de gobierno, que han sufrido amenazas de bomba.
Nada de eso importaba a quienes acamparon toda la noche en la puerta del Coliseo del condado de Nassau para conseguir un asiento frente a su líder. El recinto en el que han tocado Elvis Presley, Led Zeppelin, The Rolling Stones y David Bowie, entre otros grandes, dice tener capacidad para 16.000 personas, y aún así la campaña de Trump tuvo que instalar pantallas en el exterior para los que se quedaron fuera. «¡Nadie atrae a las multitudes como yo! ¡Soy el más grande de todos los tiempos, puede que incluso más grande que Elvis, porque Elvis tenía una guitarra y yo no!», se congratuló Trump desde el escenario.
Las extrema medidas de seguridad, con las que se le da ahora tratamiento de presidente, ocupaban la mitad del aparcamiento. Eso obligó al público a dejar el coche hasta a tres kilómetros de distancia, y elegir entre caminar por autopistas e inhóspitas vías rápidas o pagar un Uber, disparado por la demanda.
Para Michael Conty, esta era la segunda vez que lo veía, «después de la del 6 de enero en el Capitolio», contaba orgulloso este vecino de Staten Island. Por fin se sentía cómodo fuera de su isla de policías, bomberos y mafiosos, en la que su camiseta de Trump le granjea amigos. «A Manhattan no puedo ir con ella. Me gritan, me insultan y hasta me escupen. «¿Por qué en un país libre no puedo apoyar al candidato que yo quiera?».
Había algo de provocación en esa camiseta del «segundo disparo» que se había diseñado él mismo después del atentado de Butler (Pensilvania), para gritar que esa bala que le rozó la oreja a Trump «se oyó en todo el mundo». La primera, según él, fue la de la revolución de 1775, pero ahora el segundo intento de asesinato de Trump le había conferido un nuevo significado a su creación.
La mayoría de los asistentes compartían la obsesión del ex presidente por la amenaza «marxista de la izquierda radical» que presenta «la camarada Harris». Algunos cargan con el trauma de la Unión Soviética, de donde emigró Marina Margo, siempre temerosa de volver a esa cultura «sin comida, ni religión. Dios es tu gobierno», recordaba angustiada. Votó por Trump en las dos elecciones anteriores, que ya es más de lo que podía decir Dres, un votante de Biden que se arrepiente de haberle dado su confianza. «No me gustaba cómo había manejado Trump el tema de la covid, pero ahora no me gusta cómo ha manejado Biden todo lo demás. Quiero volver a los tiempos de antes del covid, vivíamos bien».
En la línea de Vance, el psicoanalista de 35 años, autor de Mind Works Podcast, interpreta los bulos de perros y gatos como una especie de fábula «entretenida» con la que Trump logra llevar la atención a los temas importantes para el país, como el miedo que genera la presencia masiva de inmigrantes indocumentados en las calles. «Trump somos todos», explica. «Yo oigo a la gente en mi consulta decir en privado lo que él dice en público sin filtros, por eso a la gente le libera escucharle decir abiertamente lo que piensa les parece auténtico». Y como si les poseyera, el público corea: «Save Our Pets!» (¡Salva a nuestras mascotas!».
En una encuesta sobre el terreno nada científica, de los diez entrevistados, seis habían votado por Trump en las elecciones anteriores, dos lo hicieron por Biden, uno no votó y Hanna Googreve, ni lo había hecho, ni podrá hacerlo este 5 de noviembre, porque ayer cumplía 16 años. Su madre, Lorraine, la había sorprendido con ese regalo de cumpleaños para ver a la estrella a la que más admira «por patriota y buena persona», contaba la chica con inocencia. «No quería ser presidente, pero lo va a hacer por nosotros, porque ama a nuestro país».
A estos neoyorquinos les ha encargado la victoria, porque: «Si gano Nueva York, gano las elecciones, llegamos a la Casa Blanca y podemos arreglar el país». A cambio les promete renovar el metro para que vuelva a ser «el mejor del mundo», bajar el recibo de la luz a la mitad y apoyar «a esos increíbles policías» que compadreaban con los asistentes, dándose la mano y encomendándoles que «limpien el pantano», frase de Trump para echar a los políticos tradicionales. «Te cuidas, chico», le deseaba un agente a quien acababa de aparcar el coche sobre la hierba del parque Eisenhower.
Todos han redoblado su admiración por el ex presidente al ver que sigue adelante, pese a ver las balas de cerca. «Fight, fight, fight!», dicen las camisetas. Lo que no mata, fortalece. «La gente ha despertado en estos cuatro años de Biden. Y los que no, están despertando ahora», resumió Lorraine Googreve, la madre de los «sweet 16».
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