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No hubo acuerdo con Ucrania, el trofeo que Donald Trump buscaba para consolidarse como el gran líder capaz de arreglar el mundo en cuarenta días, ... pero estuvo muy cerca. Para su primer discurso de este mandato ante el Congreso, el presidente exhibió como premio de consolación una carta de Volodimir Zelenski, informándole de que está listo para «sentarse en la mesa de negociaciones lo antes posible» y «firmar el acuerdo sobre minerales y seguridad en cualquier momento que a usted le resulte conveniente», leyó. «La acabo de recibir hace un rato. Aprecio que la haya enviado», agradeció.
— Donald J. Trump (@realDonaldTrump) March 5, 2025
La misiva del líder ucraniano estaba salpicada de adulaciones y pleitesías, pero mantenía dos adjetivos que anticipan obstáculos en lo que Trump desea mostrar como un trato fácil: el de la paz «duradera» y el de la «seguridad» que deben acompañae al acuerdo para la explotación estadounidense de los recursos ucranianos. De la otra parte, Rusia. Trump dice haber recibido «fuertes señales» de que está lista para la paz, informó. «¿No sería bonito?», preguntó.
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En el ala demócrata del hemiciclo, nadie se movió. Frente a un presidente que conferenciaba con Zelenski casi todas las semanas, Trump ha optado por presionar al hombre que ha mantenido en jaque las ambiciones expansionistas de Vladímir Putin durante tres años para acabar así con la carnicería de la guerra y cimentar su legado histórico sobre esa paz.
Con el repaso a los logros de estos 43 días, en los que dijo haber hecho «más que ningún otro presidente en cuatro años», el mandatario ha consolidado su estrategia de implementar cambios rápidos y radicales para proyectar una imagen de liderazgo resolutivo que justifique las medidas autoritarias a las que ha recurrido. Si es cierto que el fin justifica los medios, esta era su oportunidad de demostrarlo.
El presidente se estrenó ante el Congreso con una sesión que no es la del tradicional discurso a la nación, pero cuya solemnidad y trascendencia queda fuera de toda duda. La seriedad del momento, los mensajes políticos y la pompa del propio acto no pudieron sustraerse a la teatralidad habitual del protagonista. Recordó su investidura y cómo «hace seis semanas me paré bajo la cúpula de este Capitolio y proclamé el amanecer de la Edad de Oro de Estados Unidos». Pues bien, «Estados Unidos ha vuelto», exclamó con cierta épica mientras los demócratas le cuestionaban desde su bancada y él los desafiaba: «La gente que está sentada aquí no aplaudirá, no se pondrá de pie y, sin duda, no vitoreará estos logros astronómicos».
Trump denigró a su predecesor Joe Biden y se jactó de que los demócratas no han sido capaces poner trabas a su arrolladora agenda de decretos en estas semanas. Luego recurrió a su exagerado victimismo para denunciar las críticas de los «lunáticos de izquierdas» y llegó a compararse com una víctima de chantaje sexual en Internet. «Nadie recibe un trato peor que yo en Internet», se dolió.
El discurso sobre el Estado de la Unión se celebra una vez que el presidente ha cerrado su primer año en el cargo. Lo que ha hecho esta pasada noche Trump es continuar una tradición implantada hace 44 años por Ronald Reagan para hacer balance de los primeros días de gobierno. A diferencia de aquél, bastante más sobrio en su discurso, el actual inquilino del Despacho Oval organizó su propio 'show' político. Sentó detrás de él al vicepresidente J.D. Vance y al presidente de la Cámara de Representantes, Mike Johnson, como símbolo del dominio institucional de los republicanos. Su discurso llevaba como título 'La renovación del sueño americano' y la prensa lo ha definido como propio de un espectáculo de televisión con frases guionizadas del estilo «nuestri espíritu ha vuelto, nuestro orgullo ha vuelto, nuestra confianza ha vuelto».
Entre los mensajes hizo referencia a las personas que había llevado a la galería de invitados a presenciar el discurso. Así, anunció su intención de convertir en agente de la CIA a un joven de 13 años que sufre de un tumor cerebral desde 2018 y cuyo mayor anhelo es convertirse en policía. «Es un joven que realmente ama a la Policía», le elogió el presidente desde la tribuna mientras el muchacho escuchaba emocionado, vestido con el uniforme de oficial de la Policía de Houston, y recibía una credencial de manos del director del Servicio Secreto, Sean Curran.
Trump también conversó con la madre de una niña de 12 años asesinada el año pasado por unos inmigrantes venezolanos que fueron posteriormente detenidos y a los que calificó de «monstruos extranjeros ilegales». Finalmente, señaló a un tercer invitado, descendiente de una familia de militares y sheriff de Los Ángeles, quien expresó que su mayor deseo es ingresar en la Academia de Wast Point. «Hijo, me complace informarle que su solicitud ha sido aceptada», le comunicó Trump solemnemente. Incluso Elon Musk tuvo su momento de máxima gloria. El mandatario se deshizo en elogios al multimillonario y su asesor principal, que acudió insualmente vestido con traje, y recibió una cerrada ovación de los legisladores republicanos puestos en pie.
En un discurso de casi dos horas, pensado para batir el récord de Bill Clinton, el presidente renovó su amenaza de anexionarse Groenlandia y tomar el control del canal de Panamá. Al primero le animó a reclamar su independencia, y a unirse a EE UU «si así lo deciden», por el valor de sus minerales, críticos para la seguridad nacional estadounidense, reconoció abiertamente. «Creo que los vamos a conseguir de una manera o de otra», amenazó. De Panamá se encarga el secretario de Estado, Marco Rubio. «Así tenemos a alguien a quien culpar si algo sale mal», se mofó.
A falta del trofeo ucraniano, presentó a los estadounidenses una sorpresa: la detención por parte de Pakistán del autor de los trágicos atentados de Abi Gate con los que el Estado Islámico marcó de sangre la estrepitosa retirada de Afganistán. «Ese monstruo se encuentra ahora mismo en camino para enfrentarse expeditamente a la Justicia estadounidense». Trump informó personalmente de ello en una llamada telefónica conjunta a las 13 familias de militares caídos en ese atentado con bomba en el que murieron también 170 afganos.
El presidente que presumió de haber «contagiado al mundo» de su populismo nacionalista se atribuyó haber firmado cerca de cien decretos para «restablecer el sentido común, la seguridad, el optimismo y la riqueza en todo el país». Entre ellos, la eliminación de restricciones medioambientales, la retirada estadounidense de la Organización Mundial de la Salud y la declaración del inglés como lengua única oficial.
«No hemos hecho más que empezar», insitió, en lo que anticipa como un mandato de transformación marcado por la confrontación. En materia fiscal, prometió hacer realidad la exención impositiva para propinas, horas extras y prestaciones de la Seguridad Social, advirtiendo a los congresistas de su propio partido que, si no votan en favor de renovar sus recortes fiscales, no serán reelegidos.
El otro eje de su política económica es la guerra arancelaria, para la que no habrá prórrogas. La nueva ronda de tarifas recíprocas será a partir del 2 de abril. «Sean cuales sean los aranceles que nos impongan, les impondremos los nuestros», sentenció.
Trump no dejó pasar la oportunidad de alimentar su retórica antiinmigrante. Sacó pecho de su política de mano dura en la frontera y de haber reducido el número de cruces ilegales «a los niveles más bajos nunca registrados», que se estiman en menos de 300 diarios. A la mano dura de las deportaciones masivas se le une también la interior, con el anuncio de que impondrá la pena de muerte obligatoria a todo el que mate a un policía.
El discurso fue interrumpido en varias ocasiones por ovaciones de sus seguidores y por protestas mayormente silenciosas de la bancada demócrata, que acusaban a Trump con carteles de mentir. Hubo una excepción que arruinó la estrategia: el congresista de Texas, Al Green, que protestó de pie con su bastón y fue escoltado fuera del hemiciclo. Los demócratas se habían propuesto que ninguno de ellos se convirtiera en noticia, pero no lo lograron.
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