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Donald Trump asumirá hoy el poder por segunda vez, no ya como la anomalía que supuso en 2017, sino con el triunfalismo resabiado de haberse impuesto en las urnas a todos los intentos de frenarle y pasarle cuentas por los abusos de su primer mandato. ... Hoy dice que hablará de «unidad, fuerza y justicia», pero el espectáculo de su 'Mitin de la Victoria', ayer, en el Capital One Arena, dejaron pocas dudas de que el éxito vaya a suavizar su estilo.
Decenas de miles de personas llegadas de todos los rincones del país desafiaron, sin quejarse, las inclemencias de una ola de frío Ártico que convertirá esta toma de posesión en solo la segunda de la historia -después de la de Reagan en 1985- que se celebra en el interior del Capitolio, en lugar de las escalinatas. No era nada nuevo para ellos. Desde los caucus de Iowa hasta las primarias de New Hampshire, los seguidores de Trump han aguantado horas de pie en la nieve para escucharle. Mucho más ahora que se trata de celebrar un triunfo del que se sienten partícipe. «Todo es cuestión de ropa», decía Ron Miller, un votante de Wisconsin, que no parecía necesitar demasiada.
La audiencia, para la que ya estaban preparadas las sillas cuando Trump cambió los planes el viernes, se ha reducido de 1.600 a 600 y las entradas de los más de 200.000 que iban a verla desde el National Mall o la Avenida Pensilvania, en meras invitaciones conmemorativas para la posteridad. Ni siquiera darán acceso al pabellón deportivo del Capital One Arena, donde se podrá ver en pantalla gigante.
El mitin de la victoria de ayer fue el ensayo general para practicar las colas interminables, que serpenteaban a lo largo de seis manzanas en las que se desarrollaba un auténtico carnaval. «La justicia de Trump y Vance está llegando», gritaban los vendedores de camisetas en las que se mostraban a la pareja de gobierno como justicieros del Salvaje Oeste. El todavía presidente electo lo ratificó desde el escenario en el que el cantante Kid Rock calentó a la audiencia, acostumbrada a que le sirvan burlas y vendettas.
Con el fin de la campaña electoral debía haber vuelto el civismo, pero para Trump atacar al contrario es parte de su esencia. A pesar de que el presidente Joe Biden le ha propiciado todas las cortesías posibles, enviándole un avión oficial y ofreciéndole la Casa Blair para invitados prominentes, Trump tachó a su «administración fallida» de ser parte de un sistema «fracasado y corrupto» con el que va a acabar. «No vamos a tolerarlo más», anunció.
Su llegada supone el fin de la corrección política, que en la calle invita al racismo, el sexismo y la discriminación. Ha prometido acabar hoy mismo con las políticas de «diversidad, equidad e inclusión», que fomentan la protección de las minorías sexuales, utilizando el mito de los transexuales en el deporte como cabeza de turco. Según declaró el mes pasado en el Senado el presidente de la Asociación Nacional de Atletas Universitarios, Charlie Baker, entre el más de medio millón de atletas universitarios solo hay «menos de 10» transexuales, que él sepa. Sin embargo, «una de las primeras cosas» que hará hoy, dijo, será firmar una órden ejecutiva para «mantener a los hombres fuera de los deportes de mujeres».
Le había precedido en el escenario la expresentadora de Fox Megyn Kelly, que alentó a la audiencia a seguir el ejemplo de Trump faltándole el respeto a quien quiera y a decir que «los chicos no se pueden convertir en chicas, ni las chicas en chicos». Su reivindicación de la libertad de expresión absoluta a la que se han rendido los amos de las redes sociales, siguiendo el ejemplo de Elon Musk en X, no tiene límites. «En EEUU tenemos el derecho de ofender, de provocar, de enfadar y de defender lo que creamos, incluso si otros lo encuentran polémico», defendió Kelly. Y puestos a ello, lanzó una serie de ataques gratuitos y políticamente incorrectos en el contexto de una toma de posesión, contra las celebridades que hicieron campaña por la vicepresidenta Kamala Harris. Desde Jennifer López, que lo «único que sabe es arruinar matrimonios» a Meryl Streep, por referirse a Harris como «Madam Presidente», se burló. «¿Cómo le funcionó eso?», preguntó triunfante.
El público aplaudía rabiosamente su diatriba como la consagración del estilo de Trump, que se ha normalizado en política y ahora tiene venía presidencial para extenderse a todos los ámbitos de la sociedad. La era Trump acaba de comenzar y muchos esperan que cambie el mundo. Como la pareja escocesa que ayer hacía cola bajo el frío para aclamarle por tener «las políticas correctas», explicó Calum Crichton, que había llegado con su esposa la noche antes para la ocasión. O los israelíes que ayer celebraban la liberación de tres rehenes con un gran cartel de agradecimiento en el que le conminaban a «traer a todos los demás a casa, presidente, ¡usted puede!». Trump ha conquistado a EEUU y ahora va a por todo lo demás.
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